La Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial sembraron el horror y el hambre a su paso por España y Europa respectivamente. Sin embargo, de entre las pérdidas humanas y materiales, algunos hombres consiguieron amasar fortunas teñidas con la sangre de la población civil.
En Nazis en la Costa del Sol (Almuzara), José Manuel Portero analiza la huella que el Tercer Reich dejó en nuestro país. Una historia que se extiende más allá de la contienda mundial y que da buena cuenta de las estrechas relaciones entre el nazismo y el régimen franquista, refugio este último de buena parte de la camarilla alemana que huyó en desbandada a partir de 1945.
Portero se lanza por primera vez con este libro al ensayo histórico, recogiendo la historia, entre otros, de Johannes Berndhart, uno de los vínculos esenciales para comprender las vicisitudes de los pactos y alianzas entre el franquismo y la Alemania nazi.
El empresario de Hitler
Johannes Berndhart nació en Prusia en 1897. Tras luchar en el frente oriental durante la Gran Guerra, instaló sus negocios en Hamburgo, haciéndose cargo de una naviera. Con el crack de 1929 la suerte del empresario cambió y decidió trasladarse a África, más concretamente al Protectorado francés de Marruecos, donde amasó una gran fortuna gracias a la importación y la exportación de productos.
Con la llegada de la década de los años 30 empezó a estrechar relaciones con el Gobierno español. Su centro de negocios se trasladó a Larache y Tetuán, plazas ambas pertenecientes a España. Con el ascenso al poder de Hitler en 1933, Berndhardt se afilió al NSDAP, el Partido Nazi. El Tercer Reich valoró los esfuerzos del empresario que pasó a formar parte de la AO (Auslandorganisation), la filial nazi en el extranjero.
En 1936, con el golpe de Estado de los militares españoles y el estallido de la Guerra Civil, Berndhardt se convirtió en el aliado perfecto de los golpistas. Fue en ese mismo año cuando fundó la Sociedad hispano-marroquí de transportes (Hisma S.L.), un conglomerado de empresas que facilitaron el envío de suministros y materiales al ejército sublevado.
El registro mercantil de la empresa se anotó en abril de 1936 para disipar las dudas con respecto a la colaboración con el ejército fascista. Hisma captó el interés de Göering, encargado en aquellos años de las políticas económicas del Tercer Reich. El alemán vio en el empresario un aliado perfecto, no solo para estrechar relaciones con los españoles, sino también para crear una red de espionaje que le permitiese destacar frente a otras personalidades del gobierno de Hitler.
Los protocolos secretos
Las buenas relaciones de Berndhardt llevaron a la firma de tres protocolos secretos entre el Reich y el gobierno español. Los firmantes fueron dos importantes figuras en la España franquista: por un lado, Von Faupel, el embajador nazi en la Península, y por otro Francisco Gómez Jordana-Sousa, vicepresidente y ministro de Asuntos Exteriores del régimen.
El gobierno franquista debía abonar los 150 millones de marcos de deuda contraída con el Reich por el envío de ayuda militar durante la sublevación. El acuerdo permitía el pago con un 4% de intereses, asegurando además exclusividad en los acuerdos comerciales durante la siguiente década.
Berndhardt fundó entonces Sofindus (Sociedad Financiera Industrial), un conglomerado de 350 empresas alemanas en España entre las que se encontraban Siemens o AEG entre otras. Un consorcio con el monopolio de prácticamente todos los sectores económicos: desde la ganadería y la industria hasta la minería o el transporte.
Uno de los capítulos más excéntricos de la historia del empresario tuvo que ver con la debilitada industria cinematográfica. Berndhardt encontró la forma de mover el dinero generado con sus negocios con el Eje hacia otras empresas que los Aliados viesen con mejores ojos. De esta forma se convirtió en el productor de las tres primeras películas de Del Amo, un director de cine comunista que llegó a estar condenado a muerte por su ideología: Cuatro mujeres (1947), El huésped de las tinieblas (1948) y Alas de juventud (1949).
La industria de guerra alemana veía con muy buenos ojos un acuerdo que les facilitase el acceso a las cuencas mineras españolas, esenciales en la fabricación de armas para el Reich. Con la II Guerra Mundial a la vuelta de la esquina, los nazis empezaron a acelerar la industria armamentística para la contienda que se empezaba a cernir sobre Europa.
La fiebre del wolframio
El wolframio es un mineral muy abundante en los montes del noroeste español. Su principal característica está en su alta temperatura de fusión, una de las más altas de todos los minerales conocidos. Resultaba por tanto un elemento vital a la hora de crear blindajes más resistentes o aleaciones para misiles.
Su fácil extracción y presencia en la superficie lo convirtió en un bien más que codiciado. La difícil situación de la economía de posguerra hizo que muchas personas se lanzasen a los montes para extraerlo usando simplemente palas y picos. Los civiles llenaban sacos con las vetas negras del mineral para venderlo después a precios mucho menores de lo que el mercado realmente ofrecía.
El propio Berndhardt dispuso puestos receptores hasta los que mujeres, hombres y niños arrastraban penosamente la mercancía para su venta, generando un mercado de supervivencia en torno al mineral en lugares profundamente deprimidos económicamente.
Sin embargo, el transporte seguía constituyendo un problema para el traslado de mercancías. Sofindus empleó, para esquivar las patrullas y submarinos aliados, barcos pesqueros y cargueros, conocidos como bous, tanto en el Cantábrico como en el Mediterráneo. Los primeros tuvieron más suerte, mientras que la mayoría de las naves que surcaron el segundo fueron abatidas, aumentando aún más el número de bajas de civiles durante las operaciones del consorcio comercial.
Hombres de paja
Las mercancías vendidas por el conglomerado comercial recaudaban un 1.5% del valor de las ventas. Una plusvalía que se destinaba directamente a la financiación del partido de Hitler en Alemania. El gobierno de Franco dejó de ver con buenos ojos el acuerdo comercial y aprobó una ley que limitaba al 25% la participación máxima que el capital extranjero podía tener sobre las empresas patrias.
Como apunta José Manuel Portero en su investigación, con el objetivo de saltarse estas nuevas restricciones, Berndhardt encontró en Cristóbal Martínez Bordiú y Enrique de la Mata a dos testaferros que servirían a Sofindus como hombres de paja para poder seguir actuando a sus anchas en España. Poniendo empresas a su nombre y esquivando la tasa del 25% impuesta por el gobierno.
Una red de espías
El Sicherheitsdienst, o SD, era el servicio de inteligencia nazi que operaba a las órdenes de las SS. Sofindus se empleó como cobijo de una compleja red de espías y agentes que operaron en nuestro país durante la Segunda Guerra Mundial. La complicidad del gobierno español favoreció aún más las actuaciones que estos grupos llevaron a cabo en territorio español.
Dentro de la estructura de espionaje desarrollada por Berndhardt y la SD, funcionarios, agentes y militares españoles, apoyaron las actividades que la inteligencia nazi desempeñó. Los bous antes mencionados servían como tapadera para el envío de agentes hacia el frente, así como favoreciendo el permeo a través de las fronteras españolas.
La fallida Operación Félix pretendía que la Wehrmacht tomase Gibraltar, favoreciendo el tránsito de unidades militares a través del Mediterráneo para los nazis. Sofindus debía asegurarse de que el entramado de agentes establecido en el país decantase la balanza en favor del Eje. Sin embargo, la archiconocida reunión en Hendaya entre Franco y Hitler no consiguió establecer un plan en común para ambas naciones, quedando pospuesta y olvidada la operación militar.
Franco y El Greco
Un Franco más que agradecido por los servicios que el empresario brindó al régimen, otorgó a Berndhart la nacionalidad española. El caudillo llegó a incluir entre sus dádivas tres cuadros de El Greco, nunca antes expuestos en El Prado.
Los últimos años del Berndhardt en España transcurrieron plácidos en Denia, último refugio del empresario y general de las SS. Con el final de la Segunda Guerra Mundial, su nombre copó las listas de colaboradores del brutal régimen nazi y se puso precio a su cabeza.
Sin embargo, de nada sirvió la persecución internacional a la que se sometió al alemán, ni su inclusión en las listas de criminales de guerra. Berndhart logró escapar con todos los honores a pesar de haber colaborado estrechamente en las relaciones entre dos regímenes sangrientos y fascistas en 1952, pasando el resto de sus días en Tandil, Argentina, donde siguió manteniendo lucrativos negocios. Finalmente, falleció en Múnich en 1980, a la edad de 83 años.