El Palacio del Retiro que Napoleón arrasó: de Versalles 'cutre' a prostíbulo de Madrid
El desaparecido Palacio del Buen Retiro sirvió de residencia hasta la invasión napoleónica en la península, de él solo quedan hoy sus jardines, los cuales conforman el Parque del Retiro.
13 agosto, 2021 02:28Noticias relacionadas
Con la llegada del siglo XVII los monarcas de toda Europa se lanzaron a la ostentación. De los vestidos de tul y volantes, surgían también edificios plagados de ornamentaciones y volutas; columnas salomónicas y pórticos que hacían las delicias de sus majestades absolutistas. A la sombra de Versalles surgieron los Schönbrunn del resto de Europa. La monarquía española no fue para menos y encargó su propio decorado absolutista: el Palacio del Buen Retiro.
Felipe IV tenía por costumbre pernoctar en las inmediaciones del actual Museo del Prado. La cercanía con la finca de su valido, el Conde Duque de Olivares, agradaba al monarca; el cual disfrutaba más de este lugar que del Alcázar de Madrid, residencia oficial de los reyes y desaparecido de la geografía madrileña por un incendio en 1734.
El Cuarto Real, era una pequeña vivienda anexa al convento de San Jerónimo que el 17 de octubre de 1629 sirvió como escenario para la jura de lealtad del infante Carlos II, hijo del monarca con Isabel de Borbón.
Un palacio de papel
Olivares, deseoso de agradar a su rey, mandó construir un palacio en esa misma zona que pudiese servir de residencia real. Dotado de todas las comodidades, al tiempo que albergando una enorme colección pictórica; así como divertimentos varios para la corte: teatros, jaulas para animales y pajareras.
El Conde Duque no quería repetir el error de las más de dos décadas que llevaron erigir el Palacio del Escorial, y en siete años se consiguió terminar con el conjunto palaciego. No fue tarea fácil, y es que el valido fue cambiado el proyecto a medida que avanzaba, ampliando estancias y añadiendo plazas y jardines donde antes no había.
El gusto regio de los Austrias ayudó a la celeridad de su construcción. Sobre ladrillos y argamasa se construyeron la mayoría de estancias, desprovistas de ornamentación y muy lejos en lo que a estética se refería de sus homólogos europeos. Las crónicas de la época lo describen como "poco regio y seguro en sus formas".
Sin embargo, todo lo que tenían de desnudas sus paredes en el exterior del palacio, lo tenían también de decoradas en su interior. Para embellecer sus estancias se compraron y encargaron más de 800 obras, entre ellas zurbaranes, riberas; obras de Velázquez y Poussin, y un largo etcétera.
Reformas barrocas
Con la llegada de los Borbones, de gustos mucho más afrancesados, se empezaron a proyectar las reformas que habrían de cambiar la faz del palacio por completo. El encargado de readaptarlo a los gustos de la Corte fue Robert de Cotte, sucesor del arquitecto de Versalles, Jules Hardouin-Mansart.
Cotte preparó dos proyectos para sus majestades. El primero planteaba un edificio en forma de U, al estilo de los grandes palacios europeos, con una gran plaza en su parte frontal y jardines y parterres 'a la francesa' en la posterior. El segundo un solo edificio de planta centralizada que daba a distintas estancias desde una gran bóveda en su centro.
Sin embargo, el mal estado de las finanzas reales hizo que se desechara el proyecto, a lo que se le sumó el cambio de influencia hacia 'lo italiano' que trajo Isabel de Farnesio, esposa del rey.
Así decidieron trasladar gran parte de la decoración del desaparecido Alcázar hasta el palacio, salvando inconscientemente muchas de las obras del gran incendio que lo asoló dos décadas más tarde y que acabó convirtieron el Palacio del Buen Retiro en la residencia oficial de los monarcas.
Santiago Bonavía fue el encargado en 1739 de sustituir el Coliseo de los Austrias por un nuevo teatro, con forma de medialuna que permitiese la representación de óperas, muy populares en la corte italiana. Finalmente, se proyectó una nueva distribución a partir de 'apartamentos', con una hilera de habitaciones a ambos lados que serían usadas en los meses de invierno y verano, dependiendo de su orientación.
Declive y olvido
Con el ascenso al poder de Carlos III en 1734, comenzó la construcción del Palacio de Oriente, la residencia oficial de los reyes hasta la invasión napoleónica en 1808. El Palacio del Buen Retiro fue quedando deshabitado, las obras de arte fueron trasladadas y el conjunto quedó abandonado a su suerte.
En 1767, los jardines fueron abiertos por primera vez a los ciudadanos de Madrid. Desde ese momento, se convirtió en una de las zonas más comunes de esparcimiento para los vecinos de la ciudad, pero también en un importante foco de prostitución y problemas que el monarca no vio con buenos ojos.
De esta forma, hacia la década de 1780 empezó a proyectar toda la zona del Retiro como el epicentro de las ciencias de la ciudad. Fundando el Real Jardín Botánico, El Real Observatorio o El Real Gabinete de Historia Natural, el actual Museo del Prado.
Un cuartel napoleónico
Con la llegada de las tropas de Napoleón a la Península, y la toma de Madrid por José Bonaparte y el general Savary, el conjunto palaciego se convirtió en el cuartel de las tropas francesas. Su situación elevada, a las afueras de la ciudad otorgaba a los franceses una ventaja estratégica que aumentó a medida que se fue fortificando año a año.
Tras la batalla de los Arapiles y la retirada francesa de la capital, parte del contingente napoleónico permaneció en el Buen Retiro. El 12 de agosto de 1812, el general Pakenham ordenó el bombardeo del Retiro. Lo que quedó en pie fue arrasado por los propios madrileños que rapiñaron buena parte de lo que encontraron en las estancias del Palacio.
Finalmente, el gobierno de Isabel II empezó a acometer las obras de demolición de los edificios más afectados. La integridad estructural de la mayoría del conjunto, su mala calidad de construcción y la falta de inversión de la corona para su restauración llevaron a que la mayoría de Palacio del Buen Retiro fuese destruida en 1865. Poniendo fin al que podría haber sido el Versalles madrileño.