Chojnice se encuetra al norte de Polonia, en la provincia de Pomerania. Una ciudad de pequeño tamaño, apenas 40.000 habitantes, rodeada de campos y bosques en su zona septentrional. Al final del verano de 1939, el valle que se extiende desde Chojnice hasta el báltico se convirtió en el epicentro de una de las mayores masacres de la historia del país.
La región de Pomerania sería testigo entre octubre y noviembre de 1939 de asesinatos masivos perpetrados por la Gestapo. Una serie de crímenes que le dieron el sobrenombre a la zona del 'Valle de la Muerte'. Las recientes investigaciones llevadas a cabo por arqueólogos polacos en la región estiman que el número de víctimas oscilaría entre las 30 y 35.000. Solo en los dos primeros meses de 1939, 12.000 personas fueron asesinadas en los bosques que rodean a la aldea de Piaśnica, hoy un cementerio de guerra en recuerdo de las víctimas.
A cien kilómetros de este último, en Szpęgawsk, la Gestapo habría escondido hasta 7.000 cuerpos. Regresando incluso seis años después para deshacerse de los cadáveres que aún quedaban diseminados por el bosque. Algunos historiadores polacos ya apuntan a que estos crímenes deben ser entendidos como un preludio a los que el Reich cometería durante el resto de la contienda.
Las recientes investigaciones, publicadas en Antiquity Journal, de un grupo de arqueólogos polacos dirigidos por el doctor Dawid Kobiałka, permiritán descubrir muchas de las fosas y zanjas aún desconocidas, así como poner nombre y apellidos a las víctimas de estas masacres.
Bosques de muerte
Hasta cuatrocientos puntos en los que se dieron matanzas han sido registrados por los arqueólogos en los últimos años en Pomerania. Los testigos que prestaron declaración tras la Segunda Guerra Mundial hablaban de columnas de prisioneros que desfilaron por los bosques cercanos a Chojnice. Seiscientas personas se arrastraron entre el frío y el barro provenientes de localidades cercanas como Bydgoszcz, Toruń, Grudziądz. Con horror, los relatos hablan de hileras de personas frente a trincheras excavadas por el ejército polaco. Uno a uno caían en su interior los cuerpos que los soldados alemanes se encargarían más tarde de volver a cubrir con tierra.
historiador Wojciech Buchholc, describía esta zona de árboles al norte de la ciudad como un "lugar en el que era mejor no estar solo". La impronta de los crímenes era visible en la orografía, no solo por los restos humanos que todavía era posible encontrar a simple vista, también por las zanjas cubiertas de tierra que dotaban al paisaje de un halo extraño y "lleno de misterio y ansiedad".
Tras las matanzas ocurridas en 1939, los nazis volvieron en la segunda mitad de enero de 1945. La fallida Operación Barbarroja empujaba a las columnas alemanas hacia Berlín, al tiempo que el Ejército Rojo comía cada vez más terreno. En pleno invierno las tropas de la Gestapo desenterraron miles de cadáveres para quemarlos y eliminar cualquier prueba que les incriminase. Al tiempo que esto ocurría nuevas columnas de prisioneros fueron trasladadas al valle, aumentando aún más el cómputo de víctimas.
Cartografía del crimen
Descubrir, cartografiar y analizar estas fosas, son las prioridades de este proyecto, liderado por el doctor Dawid Kobiałka de la Academia polaca de las Ciencias. Bajo el nombre 'Una arqueología del Valle de la Muerte', se pretende ahora no solo reunir los restos de los que perecieron durante las marchas que organizaron los nazis, sino también documentar con fotografías aéreas, actuales e históricas, los puntos donde se llevaron a cabo.
La fascinación de Kobiałka con estas matanzas proviene de un recuerdo de infancia. Durante una entrevista con Antiquity Journal, quien publica la investigación, comentó que siendo un niño encontró, en las inmediaciones del Valle de la Muerte, una fosa común con más de 500 personas. Un recuerdo que marcó el resto de su carrera como arqueólogo.
Durante el tramo final de la investigación, el equipo de Kobiałka entrevistó a la población local de Chojnice, con el objetivo de obtener más pistas sobre lo ocurrido durante las matanzas. Para este propósito se creó un archivo que recuperó parte de la memoria olvidada de sus vecinos. Fotografías, diarios, periódicos y entrevistas conforman una documentación imprescindible para los investigadores en el proceso de identificación.
Cuando las excavaciones terminen, ya se ha puesto en marcha un proyecto para la creación de un cementerio de guerra en el lugar de la masacre. Este relato, perdido en su mayoría, facilitará la tarea de ponerle nombres y apellidos a las víctimas, así como la creación de una narrativa de lo ocurrido en los bosques de la ciudad, un relato que no se olvide nunca.
Una nueva investigación
El hallazgo de los huesos y restos mortales, aquellos que fueron soterrados o que sobrevivieron a las piras de cadáveres, será una de las claves para la identificación mediante pruebas de ADN de los desaparecidos durante el conflicto, aunque también los objetos encontrados en el lugar.
Durante las excavaciones, los detectores de metales resultaron cruciales en la búsqueda de las fosas comunes. Aquellos que fueron lanzados a las zanjas conservaban con ellos sus enseres y objetos de valor. Los soldados nazis no se tomaron la molestia siquiera de vacías los bolsillos de sus víctimas. Gracias a estos objetos, así como los archivos de desaparecidos del gobierno polaco tras la Segunda Guerra Mundial, es posible cotejar datos y rastrear a las familias de las víctimas.
Hasta 349 artefactos se encontraron en las antiguas trincheras, entre los botones, medallas y colgantes de las víctimas. Objetos que fueron depositados en estos lugares en el contexto de las masacres de 1939 y 1945, tanto por los asesinados como por sus verdugos.
Los investigadores ya han abierto una causa contra quienes perpetraron estos terribles crímenes. Admiten que aunque los responsables ya estarán muertos, es importante mantener vivos este tipo de casos, evitando que caigan en el olvido junto con las decenas de miles de víctimas que esperan en los bosques de Polonia a ser descubiertos.