Los mitos preservan parte de la historia perdida en el pasado. Los poemas épicos y leyendas que conforman el grueso de la literatura medieval europea dan cuenta de lo que ocurrió entre las tinieblas que dejó la caída del Imperio romano de Occidente. Entre la realidad y la ficción somos capaces de discernir acontecimientos que sirven para poder separar la historia de su épica. José Ángel Mañas se embarca en su nueva novela en la ardua tarea de revestir a Pelayo con los ropajes que la actualidad merece, sin desmerecer al personaje histórico y su fascinante tiempo.
En ¡Pelayo! (La Esfera de los Libros), el escritor despliega el relato del legendario rey astur a través de de su hermana Adosinda. Una mirada alternativa que nos sirve como contrapunto a la visión heroica del monarca, mostrando a una mujer que desea el poder al tiempo que le es negado. "Era necesario en plena revolución feminista atender a la historia desde una perspectiva así", explica el autor.
El legendario rey aparece como un hombre de carne y hueso, dubitativo y plagado de dilemas, que a lo largo del relato irá evolucionando hasta convertirse en una figura que, aunque indispensable, ha sido "muy poco estudiada a lo largo de la historia". José Ángel Mañas busca "abrir boca" con esta novela, atrayendo a los lectores hacia la historia.
Un interés que se empezó a afianzar en torno a la identidad española. "Las turbulencias identitarias en los últimos años han sido las que me han llevado a preguntarme: '¿Qué es ser español?'", dice. Una premisa que le ha impulsado a escribir sus Episodios Republicanos, La conquista de lo imposible o El hispano, títulos centrados en importantes momentos de la historia de nuestro país.
Mañas ancla su novela en una Península Ibérica asolada por la peste, inmersa en las batallas que habrían de asestar el último golpe letal al maltrecho reino visigodo. Una historia que nos lleva desde el exilio familiar tras el asesinato del patriarca a manos de Witiza, hasta las batallas de Guadalete y Covadonga. Episodios fundamentales en la caída visigoda y la posterior reconquista cristiana.
Los escenarios de ¡Pelayo! se llenan de vestigios romanos que poblaron los dominios de Recaredo o don Rodrigo. Ruinas presentes también en el orden moral de sus personajes, quienes recuerdan a césares, escritores y filósofos latinos; al tiempo que se encomiendan a santos y patronos como Santa Eulalia —de la que Pelayo fue especialmente devoto—. Un contexto fascinante y plagado de ecos de un pasado glorioso en el que Mañas señala el origen de la nación española, herederos de las provincias romanas.
De sacerdote a guerrero
Pelayo, rodeado de las mismas brumas que cubren su santuario en Covadonga, se ha visto recompuesto a través de las diferentes investigaciones realizadas a lo largo del tiempo, desestimando algunos episodios y reubicando otros. Una leyenda que el escritor ha querido recoger de nuevo, haciendo uso de la crónica histórica y los mitos que la rodean para trazar la evolución del monarca que va "de la beatería al maquiavelismo".
Mañas se lamenta del "olvido al que ha sido sometido nuestro particular Rey Arturo". Mientras que la leyenda artúrica ha sido amplificada a lo largo del tiempo a través de la literatura o el cine, la historia de Pelayo parece haber perdido una gran potencialidad: "Pelayo fue un personaje fascinante que además tuvo que vivir y soportar episodios terribles".
Nacido en el seno de una familia noble, su origen todavía resulta misterioso. El escritor presenta al hijo de una nobleza, otrora bien posicionada, que vive un exilio impuesto por Witiza tras el asesinato de su padre. Forzados a vivir en Concana durante varios años, la llegada de su tío al poder, el rey Rodrigo, reclamó la presencia de Pelayo en la corte de Toletum. En el Aula Regia comenzando así una carrera política y militar que le convertiría en conde de espatarios, terminando a un tiempo con sus aspiraciones religiosas. Una llamada a la fe que se produjo en su infancia y que vino motivada por la influencia de su madre.
La Batalla de Guadalete trajo en el año 711 trajo la destrucción del reino visigodo en menos de una década. Su entrada a través de la plaza de Septen —en la actual Ceuta—, es recuperada por Mañas a través del personaje de Florinda la Cava, hija del conde Julián. Su padre, ultrajado por la violación de su primogénita a manos del rey Rodrigo, pactó con las tropas magrebíes su entrada a través del estrecho.
Con la posterior caída de Toletum, los visigodos resistieron en Emerita Augusta, evitando a toda costa que la bandera blanca de los Omeya ondease en sus edificios. Por sus almenas se paseaba un Rodrigo que había perdido el juicio por las heridas sufridas en la batalla. Como Hamlet, persiguiendo espectros y preguntando por el destino de una contienda que estaba abocado a perder.
La llegada de las huestes árabes se convirtió en "un paseo" por Hispania, arrasando las principales plazas cristianas a su paso. Desde ese momento, la anexión de territorios, previamente unidos por los visigodos, así como las infraestructuras romanas se convirtieron en los cimientos de Al-Ándalus.
Covadonga
Con la caída de Emerita y la muerte de Rodrigo, las tropas musulmanas pusieron toda su atención en el sur de Francia, tomando casi toda la Península sin gran resistencia. Al mismo tiempo, Pelayo puso su capital en Cangas de Onís, a los pies de los Picos de Europa. Una posición más recluida que la de Gigia (Gijón) y que le permitía resistir los embates de las tropas árabes.
La situación de convivencia, a priori pacífica, cambió con la noticia de que Al-Hurr doblaría la yizia —el tributo que los hombres adultos no-musulmanes debían pagar— a todos aquellos que no se convirtiesen al islam. Pelayo fue tomado como prisionero al negarse, organizando a su regreso una férrea resistencia contra las tropas invasoras.
Alertado de la llegada del general Al Qama, el monarca reunió a un ejército que habría de esperar su llegada escondido en las cuevas del monte Auseva. Utilizando la posición elevada, los soldados astures empujaron grandes rocas que arrastraron loma abajo a los invasores, consiguiendo una victoria que habría de marcar el principio de la reconquista cristiana.
Un episodio que ha sido objeto de debate en numerosas ocasiones en cuanto a su magnitud e importancia. Mientras que las crónicas árabes hablan de "treinta asnos", las de Alfonso III señalan que fueron casi 200.000 hombres. Una desproporción que ha llevado a algunos historiadores a replantear la impronta de Pelayo en esta época o su creación como un mito posterior.
En cualquier caso, Mañas hace un esfuerzo poner en orden y novelar a un personaje fascinante y al que resulta complicado aproximarse por la falta de literatura a su alrededor. Las brumas de la leyenda nos impiden ver muchas veces la humanidad de quienes vivieron un tiempo concreto, siendo este aspecto en el que radica el mayor atractivo de ¡Pelayo!