—¿Ya no está Enrique? —pregunta una señora con gesto asfixiado que se asoma a la caseta de la editorial Renacimiento en busca de una firma de Enrique Gallud Jardiel, autor de Cómo ser culto en diez días.
—Se acaba de marchar —le contesta la editora Christina Linares—. Pero espera un segundo que le voy a llamar para ver si sigue por aquí y se puede acercar.
La señora dice que viene de Cuenca y que lleva dos horas haciendo cola, una cola que serpentea desde antes del monumento al general Martínez Campos, dobla en la Puerta de Madrid y baja estrecha e impaciente por el Paseo de Fernán Núñez, más de un kilómetro en total, hasta llegar a la entrada de la Feria del Libro, que en esta edición número ochenta presenta un nunca visto: control de aforo con vallas y unos números rojos que este sábado por la tarde llegaban al 99%. No cabía nadie más, solo 3.900 personas a la vez.
Hubo suerte. Gallud Jardiel aparece de repente de la nada y firma el ejemplar que le reclaman. Pero muchos de los que querían garabato y saludo de J. J. Benítez, Blue Jeans, María Dueñas, Eloy Moreno o Miguel Ángel Revilla, los más demandados, no habrán sido tan afortunados. La Feria del Libro del reencuentro tras la pandemia, la que dicen los autores que es la más especial de todas, es la que más paciencia reparte: filas enormes para entrar al recinto de las casetas, y más filas dentro para los cazadedicatorias.
El control de acceso desconcierta a los propios escritores. Santiago Posteguillo, acelerado y perdido como un legionario romano que acaba de colgar el gladius y no sabe muy bien qué hacer, pregunta escondido tras una visera que dónde está la entrada de los autores, que llega tarde a firmar. Va hablando por teléfono y diciendo que le queda nada, que no se preocupen que no se va a presentar tarde a la batalla con los lectores, en la que le acompaña Sandra Barneda, la finalista del último Planeta y presentadora de La isla de las tentaciones, a la que le piden más fotos que firmas.
Es extraño porque es otoño y no primavera y el Retiro está lleno de libros y casetas —menos que en años anteriores— más de dos años después, otra vez de ilusión. Pero el cambio de fechas provoca un efecto novedoso: los estantes de librerías y editoriales están cargados de las nuevas publicaciones de la rentrée tras el verano: Fernando Aramburu y Los vencejos (Tusquets), Manuel Vilas y Los besos (Planeta), Julia Navarro y De ninguna parte (Plaza & Janés), Antonio Muñoz Molina y Volver a dónde (Seix Barral), etcétera.
Quizá eso explica un síntoma que han percibido algunos libreros en los dos primeros días de feria: que la cosa va muy bien, que se está vendiendo mucho, incluso más que en las ediciones anteriores a la pandemia, cuando lo del aforo del 75% no estaba ni siquiera en las novelas y en el medio del paseo no se ponían las casetas, en las que muchos no reparan ante la resignación de los implicados.
La salud del libro, más allá de este certamen del que tantas ganas había, parece muy buena. Un informe presentado esta semana en el Fórum Edita de Barcelona presagiaba un incremento de hasta el 23% del sector a finales de año. El mundo editorial está despegando tras el bache de la pandemia, y no hace más falta que pasearse por la Feria del Libro de Madrid, ante la que ya se anunciaban golosos augurios, para comprobar que los números son una realidad palpable.