Las razones por las que España y México tienen dos visiones antagónicas de la conquista
El antropólogo Alejandro Salafranca y el historiador Tomás Pérez Viejo publican un ensayo en el que revisan cómo ambas sociedades han construido sendos relatos enfrentados.
14 septiembre, 2021 03:03Noticias relacionadas
Unos hechos históricos que en una orilla del Atlántico son comprendidos como una epopeya, como una gesta militar, en la otra alcanzan un significado antagónico, el de genocidio. La historia de la conquista del Imperio mexica por la expedición de Hernán Cortés, de la que se acaban de cumplir cinco siglos exactos, es totalmente diferente según se observe desde el prisma de España o de México. Como ejemplo preeminente de este pulso resuena la extemporánea petición del presidente López Obrador a Felipe VI para que pidiese perdón a los pueblos originarios por los excesos de los conquistadores.
¿Pero por qué existen estas dos visiones contrapuestas? ¿Por qué la conquista sigue siendo, quinientos años después, motivo de discusión y desavenencia entre ambos países? A esas preguntas dan repuesta el antropólogo Alejandro Salafranca y el historiador Tomás Pérez Viejo en un interesantísimo ensayo recién publicado, La conquista de la identidad (Turner). El libro toma como sujeto de análisis las imágenes que las dos sociedades implicadas en los acontecimientos han construido a lo largo de 400 años, fundamentalmente a través de la pintura. La obra de arte se convierte en fuente histórica para entender cómo se vio y cómo ha evolucionado un relato con una raíz común cuya desembocadura han sido polos opuestos.
Una primera conclusión, resumida, sobre el origen de esta confrontación, la ofrece Pérez Viejo, profesor-investigador de la Escuela Nacional de Antropología e Historia de México: la ruptura radical del mundo en el siglo XIX con la aparición de los Estados-nación. "Los estados español y mexicano construyeron en ese momento una memoria completamente diferente sobre lo que había sido la conquista, asumiendo uno ser heredero de los conquistados y otro heredero de los conquistadores, y en ese sentido el Estado mexicano construyó una visión completamente sangrienta y dramática de la conquista, mientras el español se decantó por una visión más luminosa", explica el historiador a este periódico.
El ensayo, que propone una necesaria reflexión y un revelador reenfoque sobre las consecuencias de la aventura cortesiana en tiempos de politización histórica extrema, se divide en dos partes diferenciadas. En la primera, Alejandro Salafranca radiografía cómo la Monarquía Hispánica y la Nueva España abordaron la lectura iconográfica de la conquista, con un sorprendente resultado: si en los palacios madrileños de El Escorial, del Buen Retiro o el Real Alcázar, que lucían salas de batallas con cuadros sobre los grandes episodios bélicos imperiales —las victorias contra los berberiscos, los otomanos, los protestantes flamencos o los rebeldes franceses—, América fue inexistente para la pintura de Estado, los novohispanos, durante tres siglos, sí repensaron la conquista y la recrearon en lienzos y biombos.
"Las naciones indígenas que cayeron en 1521 relatan la derrota con orgullo y empiezan a hablar de futuro, empiezan a ver la conquista como un trampolín integrador; y los vencedores, como los tlaxcaltecas, la narran desde una visión de conquistadores absolutos, hay una especie de competencia por ver quién se cristianizó antes, porque daba una pátina de legitimidad", desgrana el antropólogo, que ha sido responsable de la planeación institucional del Instituto Nacional de Antropología e Historia y coordinador de patrimonio cultural de la Ciudad de México.
¿Y por qué a la Corona española no le interesó añadir las exitosas expediciones de Cortés o Pizarro a su propaganda belicista? "¿Eran enemigos los mexicas, los naturales de las Indias?", contesta con otra pregunta Salafranca. "La respuesta que se quiso dar fue absolutamente no. El rey español, el monarca católico, era señor natural de las Indias. La legitimidad de la soberanía en América no se basa en la guerra, en la musculatura militar, sino en la donación papal de la misión cristianizadora. También pensamos que puede ser un mensaje contra la leyenda negra: los enemigos del Imperio están constantemente acusando de masacres, y se quiere contrarrestar eso con una visión providencialista y no bélica".
Punto de unión
La segunda parte del ensayo la dedica Tomás Pérez Viejo a explicar cómo la revolución decimonónica alteró radicalmente el panorama en el momento en el que surgen las nuevas naciones y necesitan un pasado concreto para legitimarse —"todas las historias nacionales son una invención", dispara con precisión en un pasaje del libro—.
"En esas bases radicalmente distintas hay una elección radicalmente arbitraria en la cual los constructores del nuevo Estado-nación mexicano se asumen descendientes de los conquistados, y los del español, de los conquistadores. La conquista, por lo tanto, pasa a ser obra de la nación española en contra de la nación mexicana", detalla el historiador, y añade: "Tan herederos del mundo prehispánico eran los mexicanos como los españoles; cabría incluso afirmar que más herederos de la conquista, desde el punto de vista cultural, económico y político, eran las élites que hicieron el Estado-nación mexicano que las que hicieron el Estado-nación español".
En la disensión histórica actual hay que tener en cuenta la suma de esta ruptura, que aparece con la independencia de México (1821) y el triunfo del proyecto nacional de los liberales, con las convulsas relaciones que han mantenido ambos países a lo largo de los dos últimos siglos —primero por cuestiones económicas o geopolíticas, y más tarde por la reinterpretación de la historia—, las más conflictivas de las mantenidas con ninguno de los países que surgieron de la disrupción de la Monarquía Hispánica. En cualquier caso, Pérez Viejo no cree que el actual momento, con los gobiernos de López Obrador y Pedro Sánchez, sea el más dramático de esta montaña rusa.
"Estos conflictos han tenido siempre como origen México y no España, por un motivo no particularmente noble: para México España es muy importante en el imaginario colectivo de los mexicanos, para España México no existe, como ocurre con toda América Latina", lamenta el historiador. "La conquista es un dilema interno mexicano en el sentido de que hay dos formas de verla: como la negación, la idea de que los tres siglos de Virreinato no son México; y la lectura 'conservadora', que dice que México nace con la conquista —es una nación de raíz hispánica, católica, habla español—", añade Pérez Viejo. "Eso significa que el problema de la conquista y las relaciones con España tienen en la sociedad mexicana una fuerte capacidad de polarización social. En cualquier momento de crisis, España tiene una enorme capacidad de ser utilizada como elemento de movilización política, como está haciendo López Obrador".
De hecho, el investigador escribe que la petición de perdón responde a una "lógica" porque comulga con el discurso histórico mexicano: "Eso de que España es culpable de todos los males que le han ocurrido a México no es una invención de López Obrador. Es lo que les cuentan a los niños mexicanos en la escuela desde que entran". "El Estado mexicano ha sido tremendamente congruente, ha arraigado esa forma de narrar el pasado y de ver esa acción de España y lo español en el entorno de la historia del siglo XVI", valora Alejandro Salafranca. "El actor que no ha sido tan congruente es España. Ambos países tienen una vinculación natural insoslayable. España debería empezar a conocer, a desacralizar esta historia, a sacarla de una mirada que es binaria o no existe, a voltearla y empezar a convertirla en presente: eso tiene que ver con un conocimiento de la historia, desmitificarla".
¿Y por dónde cabría empezar esa reconciliación entre ambas visiones, entre ambos países? "El único punto de encuentro real entre la memoria colectiva podría ser el mundo virreinal americano. Lo que ocurre es que no existe ni para los americanos ni para los españoles", dice Pérez Viejo. "Para los mexicanos esos tres siglos son un paréntesis en su historia, un periodo inexistente, una especie de agujero negro para el que el Estado mexicano no crea imágenes. En el caso del mundo español existe una cosa muy extraña y es que los españoles americanos nunca existieron para el imaginario que se construye en el siglo XIX. Existen conquistadores, nativos indígenas, pero no esa cosa que no se sabe muy bien qué hacer con ella, esas élites criollas —que se llamaban españoles americanos—. Los españoles americanos estaban en una especie de purgatorio, no son mexicanos pero tampoco españoles. El punto de confluencia y de no conflicto entre esos antiguos territorios de la Monarquía forma parte de un vacío semiótico".
"Un vacío que no ha sido casual, que se ha ido construyendo", continúa Salafranca mencionando primero la omisión de la conquista en el arte de la Monarquía Hispánica y luego en la pintura de historia del XIX, de lo que solo un 1% son cuadros relacionados con estos acontecimientos. "En el Virreinato sí se cuenta la conquista, pero la nueva nación que surge de su ruptura con la monarquía católica, en su decisión de construcción de memoria histórica, se decide no asumirse heredero del Virreinato. Nueva España no tiene herederos: en España por absoluta ignorancia y en el México actual porque, en una gran congruencia, se ha decidido no sentirse herederos".