Orlando Figes: "Los jóvenes rusos piensan que el mejor periodo de su historia fue con Stalin"
El historiador británico visita Madrid para recoger el Premio a la Divulgación de la Propiedad Intelectual por su maravilloso ensayo Los europeos. Taurus reedita otra de sus grandes obras: El baile de Natasha.
17 septiembre, 2021 03:22Noticias relacionadas
El germen de la relación de Orlando Figes (Londres, 1959) con Rusia, a la que ha dedicado la mayor parte de su obra como historiador, es realmente curiosa. Durante sus estudios en Cambridge, tentado de ejecutar una traición universitaria y cambiarse a Oxford a una disciplina más abstracta, la historia del pensamiento, su tutor, Norman Stone, autor de estupendos ensayos sobre el siglo XX europeo y bebedor infatigable, le dijo: "Orlando, si te despiertas con resaca o tienes algún problema con tu novia, es mejor no tener que batallar con Hegel, así que haz algo empírico". Le propuso investigar el campesinado ruso, y añadió: "Si tienes dolor de cabeza al menos puedes contar su vida".
Figes voló por primera vez a la URSS en 1983. "Me encantó su calidad de vida intelectual, la locura de su forma de vivir", rememora. Regresó al año siguiente y comenzó a radiografiar los archivos soviéticos con la ayuda de un historiador local, esquivando los fantasmas del espionaje de la Guerra Fría. Su doctorado lo centró en los campesinos de la región del Volga durante la Revolución rusa, que fue publicado en forma de libro en 1989. Desde entonces ha dedicado maravillosos ensayos a la quiebra que se registró en 1917, al influjo del Terror estalinista en la sociedad o a la identidad cultural de un país con el que, asegura, mantiene "una relación de amor-odio".
El baile de Natasha, que acaba de reeditar en español Taurus, una narración fascinante que explora las raíces de la cultura rusa, ya reveló a Orlando Figes como un excepcional historiador cultural. El éxito de Los europeos, su última obra, recién galardonada con el Premio a la Divulgación de la Propiedad Intelectual del Instituto Autor, no ha hecho más que confirmarlo. Pero no tardará en volver a su tema fetiche: ahora mismo se encuentra escribiendo otro libro más sobre Rusia, una historia completa desde el principio de los tiempos. Lo explica en una larga charla con este periódico durante su visita a Madrid, en la que muestra a un hombre jovial, europeísta y humilde.
Uno de los principales mitos que tiene la gente sobre Rusia es que su unidad se debe a la disciplina ideológica. En realidad, como demuestra en El baile de Natasha, esta excepcionalidad se debe a la identidad cultural, al patriotismo cultural.
Es una cuestión muy interesante. Quizá la identidad rusa siempre se ha calibrado a través de la historia, y esa historia siempre se ha reinventado hasta el punto de que la ideología de la historia rusa y de sus mitos son claves para que los rusos se entiendan a ellos mismos. La historia en Rusia es un tema muy político. La máxima del 1984 de George Orwell, que decía que quien controla el presente controla el pasado y que quien controla el pasado controla el futuro, es más cierta ahí que en ningún otro país.
En El baile de Natasha me interesa mucho más si en la identidad rusa, que obviamente es una construcción cultural más que ideológica, existen vínculos comunes naturales que pudieran encajar con esas ideas. Y supongo que si cogemos el mito más importante de todos, el más influyente en el exterior, el del alma rusa, al que han dado tanta importancia escritores, pintores y artistas intentando articularla, quizá adopte una realidad independiente, casi como si fuera algo vivo.
El régimen de Putin es una forma de autoritarismo y está en peligro de repetir algunos ingredientes del sistema estalinista
En su gran obra sobre la Revolución de Octubre y sus consecuencias habla de "la tragedia de un pueblo". Y no solo se refiere al comunismo, que define como un proyecto de ingeniería social que fracasó.
Esa concepción de la tragedia es porque las fuerzas democráticas que irrumpieron en 1917 lo hicieron en un momento, en una coyuntura, en que las instituciones no estaban preparadas, eran demasiado débiles. No por culpa de las personas, sino porque el régimen zarista no había permitido el desarrollo de entidades públicas, sindicatos y todas las cosas que necesitamos para crear una democracia. La revolución, al irrumpir en febrero-marzo de ese año, fue una fuerza demasiado violenta, sobre todo en medio de la guerra. Había demasiada energía para cambiar la situación, por deseo de venganza quizás pero también por ver quién iba a prevalecer en el poder.
Es una tragedia porque significó que las fuerzas políticas se desencadenaron y nadie pudo controlarlas. Lenin entendió lo que significaba la política de crisis: movilizar la violencia en contra de los enemigos para destruir el Estado y las fuerzas que podrían construir una democracia y consolidar una dictadora. De ahí su genio. Uno de los mayores mitos sobre la Revolución rusa es que de la autocracia zarista se pasa a la autocracia comunista porque en el ADN de los rusos va el gusto por los zares o los dictadores.
También ha dado voz a la gente ordinaria de la Rusia soviética. ¿Por qué ese interés en poner el foco sobre el pueblo?
Siempre me he acercado a la historia intentando comunicar desde el mayor número de puntos de vista para poder entender, sobre todo en una revolución, el caos. Esa es otra razón por la que me referí a ello como la tragedia de un pueblo. No me di cuenta en aquel entonces, pero me pregunto qué es lo que tenían en común todas esas personas: no era nada político, simplemente que sus trayectorias a lo largo de la Revolución se conjugaron con la ley de las consecuencias no previstas. Pensaron que los eventos podían ir en una dirección, pero en cada caso salió mal.
En términos más generales, mi interés en las personas comunes es porque estudié historia en unos tiempos en los que predominaba la historia social, la historia desde abajo. Me centré particularmente en los campesinos de la Revolución, sobre los que hice mi doctorado y mi primer libro. Para poder entender Rusia tienes que empezar con ellos, pues representaban el 80% de la población en 1917. El mejor cumplido que me han dicho los rusos es que parece que yo entiendo Rusia, como Natasha, de forma intuitiva. Si hay una razón de ello es porque dediqué una década a estudiar los campesinos. Todos los hitos en la historia rusa están basados en lo que pasaba con los campesinos, sea a través de los siervos del siglo XVII o la colectivización. No se puede llegar a entender la situación de las masas si no entiendes realmente lo que pasa con la sociedad campesina. Así que fue una gran ventaja para mí. Prefiero escribir la historia para que se pueda comunicar su significado de forma emocional, ese siempre ha sido mi objetivo como historiador.
En Los que susurran recoge muchos testimonios de gente que sufrió los crímenes de Stalin, del silencio y el miedo en el que vivieron. No sentó muy bien lo que contaba ahí...
Cuando salió este libro [2007] en Rusia hubo cierta hostilidad en distintos niveles porque era de un extranjero, y era muy difícil escuchar a un extranjero hablando de estas cosas tan sensibles. Recuerdo dar una charla allí en 2008, en una universidad de provincia, y algunos profesores fueron críticos conmigo. ¿Y por qué no hacen ellos este trabajo si les molesta que sea un extranjero? No hay obras de este tipo hechas por un historiador ruso ni tampoco las habrá, porque ya es demasiado tarde para entrevistar a los testigos.
Estoy en contra de toda forma de nacionalismo, pero no lo veo como una forma de totalitarismo
¿El fantasma del estalinismo ya ha desaparecido o la Rusia de Putin lo ha revivido?
Se ha transformado. El fantasma del estalinismo ha pasado por distintas fases. En las generaciones de más de 50 años, que fueron al colegio en el periodo soviético, se tiene una actitud muy común de que Stalin es pasado y no hay que pensar en ello. Pero lo interesante es que la mentalidad soviética y la nostalgia por la seguridad del sistema soviético se han regenerado entre los más jóvenes. El Levada Center, la mejor organización demoscópica de Rusia, ha hecho unas encuestas muy interesantes que demuestran que entre los jóvenes de 20 años un número sorprendente elevado piensa que el mejor periodo de la historia de Rusia fue con Stalin. Es una nostalgia por una civilización de una gente que nunca la vivió.
En un par de meses se cumplen 30 años de la caída de la URSS. ¿Está Rusia todavía lejos de purgar los crímenes de su pasado?
Si hablamos de purgar o de reconciliarnos, todos estos conceptos son difíciles de asumir en Rusia porque quiénes son los perpetradores y quiénes las víctimas. Es un poco confuso. Supongo que es algo que los españoles pueden entender porque hubo una guerra civil. Rusia tendría que olvidar ciertas cosas, pero más adelante tendría que llevar a cabo una reconciliación. Ahora mismo las cosas están llegando a un punto donde la posibilidad de que se repitan ciertos aspectos de su historia está volviendo a emerger. No digo que vaya a haber mucho terror, pero el régimen de Putin es una forma de autoritarismo y está en peligro de repetir algunos ingredientes del sistema estalinista.
En Los europeos explica cómo la cultura europea nació a través de una herramienta de conexión como el ferrocarril. ¿Teme que en el momento de mayor globalización Europa camine, paradójicamente, hacia una mayor división?
Muchas personas comparan el impacto del ferrocarril en el siglo XIX al de Internet hoy en día. Ambas son formas de globalización. Creo que el argumento de Los europeos es que en términos económicos y tecnológicos el siglo XIX tiene una proyección de mayor globalización, pero en términos políticos se registra a partir de 1848 una reacción hacia la estandarización de la cultura y un aumento de los movimientos nacionalistas y de Estados exclusivos. Y este argumento todavía se puede aplicar al presente: a través de Internet tenemos la internacionalización y la estandarización. Mi mujer y yo paseamos por Madrid y las tiendas son idénticas a las que tenemos en nuestro país. Hay una normalización y el capitalismo lo va implantando.
Pero al mismo tiempo, debido a esto, el movimiento de personas que registra Europa ha provocado una reacción nacionalista. Me parece que el argumento de la internacionalización es algo que hay que tener en cuenta porque la solución a los problemas de la globalización no consiste en crear fronteras, Trump y el brexit no son la respuesta. La crisis climática y la pandemia refuerzan el mensaje de que la única manera de combatir estos temas es que haya cada vez más internacionalización. Espero que el terrible ejemplo del brexit refuerce el compromiso de todos los demás países europeos con la UE.
¿Los nacionalismos son el nuevo totalitarismo?
No utilizaría el término totalitarismo a la ligera porque es un concepto que parte del control del Estado sobre los medios de comunicación, la falta de alternativas políticas y un largo etcétera. Y el nacionalismo no llega a ser eso. Estoy en contra de toda forma de nacionalismo, pero no lo veo como una forma de totalitarismo, sino que en su disfraz actual es un tipo de política emocional que arraiga en porque hay mucho miedo en torno a la seguridad o la inmigración y porque la confianza en las fuentes de comunicación tradicionales se ha roto. Esto da una gran oportunidad a los nacionalistas para difundir sus opiniones con un lenguaje muy emocional. Podría convertirse en totalitarismo, pero no creo que lo sea ahora mismo.
La UE necesita una política, porque sino es simplemente un mercado, un destino turístico con edificios antiguos
¿Los europeos tenemos claro lo que significa ser europeo?
George Steiner escribió un ensayo sobre este tema y dice que la esencia de ser europeo son los cafés. El problema, volviendo a lo que comentábamos antes, es que los cafés se han convertido en Starbucks. El concepto de comunidad, de esfera pública, en donde leías el periódico y te enterabas de lo que pasaba en el resto de Europa, consiste ahora en estar mirando tu Instagram. Esto no se puede describir ya como Europa, y la idea de Europa en este sentido se ha comercializado. Europa no solo puede ser un mercado, un simple estilo de vida. Creo que Europa sí significa algo, esencialmente los ideales ilustrados de 1789. Pero para ello tiene que tener una identidad política.
El presidente Macron hizo una declaración importante hace un par de años: que necesitábamos un ejército europeo para tener la posibilidad de decidir dónde va a intervenir. El fracaso en Afganistán es un buen momento para pensar en ello. Otra cosa que dijo, aún más importante para mí, fue que Europa tenía que ser más que el mercado más grande y rico del mundo, y para ello necesita proteger ese espacio con ciertos valores. Eso significa que la UE necesita una política, porque si no es simplemente un mercado, un destino turístico con edificios antiguos. Una política para las reglas del mercado. Me alegra ver que hay una nueva directiva sobre los derechos de autor, porque Europa, si es algo, es un centro creativo. Todavía podemos decir que los europeos son bastante buenos en literatura, en música, en artes… y eso significa que la protección de la propiedad intelectual es de gran importancia.
De su obra hasta ahora como historiador, ¿cuál cree que es el mayor avance que ha realizado al conocimiento sobre el pasado?
¿Me preguntas a mí? (risas). Cuando acabas un libro ya estás pensando en el siguiente, y uno de los factores que te aíslan como historiador es que no te das cuenta del impacto que tienes sobre otros. Supongo que quizá mi mayor contribución sea que tengo un gran seguimiento por parte de los profesores. Muchas veces recibo cartas de los estudiantes en las que me cuentan que su profesor es un gran fan mío. Imagino que mi respuesta a la pregunta es que ningún libro en particular, sino la inspiración que han dado a los jóvenes para pensar de forma crítica y engancharse a la historia, sobre todo a la de Rusia.