La educación rebelde de Felipe II: depresiones, suspensos en latín y cacerías
Alfredo Alvar Ezquerra investiga en Espejos de príncipes y avisos a princesas la educación de los monarcas desde los siglos XVI y XVIII.
15 noviembre, 2021 02:52Noticias relacionadas
Hubo un tiempo en el que los libros de texto de los monarcas se dividían entre espejos y avisos, los nombres que habitualmente adornaban los títulos de los tomos de sus majestades en su infancia. La falta de documentación e investigación historiográfica ha dejado grandes lagunas en cuanto a qué se enseñaba y cómo en las aulas de Carlos V, Felipe II o Isabel I de Castilla. Sus hábitos, gustos y lecturas han quedado sepultados por el peso imperial, olvidando datos, más que reveladores, sobre cómo se forjó su visión del mundo.
La Fundación Santander se ha propuesto arrojar luz sobre los siglos XVI y XVIII, estudiando los aspectos que componían el día a día de sus protagonistas reales. En su primera entrega de la colección Historia Fundamental presenta Espejos de príncipes y avisos a princesas, del historiador Alfredo Alvar Ezquerra. Se trata de un ensayo que recoge la educación palaciega de la Casa Austria, algo que resultó definitorio en casos como el de Felipe II, un rey estudiado, culto e interesado por las artes.
Un rey entre dos mundos
El autor define el siglo XVI como "un mundo en plena transformación". La política, la arquitectura, incluso las religiones parecían en constante cambio. El descubrimiento del Nuevo Mundo había cambiado completamente las aspiraciones de los reyes europeos. Para prepararse miraban, paradójicamente, hacia el pasado y los vestigios que quedaban del mundo clásico, intentando encontrar verdades afianzadas y sólidas. De esta forma, lo que la recuperación de las obras de Vitrubio fue a la arquitectura, o Cicerón a la oratoria y la política, lo fue también Quintiliano a la pedagogía.
El escritor y retórico latino nació en Calagurris Nassica, la actual Calahorra, y la distribución de sus obras marcó un punto de inflexión en la educación erudita de la alta alcurnia europea. Entre los siglos XV y XVI, más de un centenar de ediciones de sus Institutiones se publicaron por todo el continente, plantando la semilla del Humanismo y el Renacimiento. El estudio de los comentarios de textos históricos, así como el correcto uso de la palabra, eran asignaturas fundamentales para los preceptores de su escuela. No obstante, el maestro del joven Felipe, Juan Martínez Silíceo, hizo demasiado hincapié en la fe, dejando a un lado las lecturas de Apuleyo, Virgilio o Séneca.
Profesores y depresiones
Con la muerte de Isabel de Portugal en 1539, el joven se sumió en una profunda depresión que se unía a las obligaciones, cada vez con más apremio, que el trono le generaba. A este clima se le sumó un desinterés aún mayor en asignaturas como latín o griego, refugiándose en la caza para olvidar la muerte de su madre. Su precepto llegó a encargar obras clásicas traducidas para que al menos pudiese conocer sus argumentos en lengua vernácula. Mientras superaba este episodio se tomó la decisión de mostrarle el mundo que habría de regir, al tiempo que se le abrían las puertas de las universidades españolas.
La primera visita fue a Alcalá en el invierno de 1540. Felipe pasó las mañanas persiguiendo conejos con su séquito, asistiendo al Paraninfo tras la jornada. Durante su estancia se representó una obra teatral de tono grave, alegórica y que intentaba abrirle los ojos al joven sobre los problemas políticos preocupaban a los sabios alcalaínos, afines al erasmismo. Sobre las tablas, Diana expulsaba a la Discordia en un alegato pacifista contra las guerras de la religión, aburriendo al joven en su asiento, deseando quizás otras más livianas mientras se recuperaba de la muerte de la emperatriz.
Latín de sacristía
A los pocos meses, Silício fue revocado de su puesto como preceptor. Una responsabilidad que fue ocupada, en la década siguiente, por otros humanistas y sabios como Juan Cristóbal Calvete. A partir de este momento sus lecturas cambiaron radicalmente. Alfredo Alvar Ezquerra explica que entre 1542 y 1545, este último recorrió Salamanca y Medina del Campo para recopilar las obras de Erasmo de Rotterdam, Copérnico o Boccaccio. Obras cercanas temporalmente al rey, de temáticas diversas y que nada tenían que ver con las clases de su antiguo tutor.
Sin embargo, Carlos V seguía preocupado por el latín de su hijo, y escribió a Calvete sobre el asunto, pidiendo hacer hincapié en sus habilidades en un idioma que sus profesores describían como "de sacristía". Hasta la corte se desplazaron Honorato Juan y Juan Ginés de Sepúlveda, hombres sabios y expertos en ambas lenguas. Sepúlveda además acababa de publicar una Historia que, su padre consideró que le sería de utilidad para que "hablando estos con él y entre sí, se aficionase más al latín". Así llegaron las asignaturas de geografía antigua, política y sobre todo, arqueología. Esta última no tenía nada que ver con la que se inauguraría casi un siglo más tarde, pero instruyó al muchacho sobre la importancia de la historia y la ciencia tras ella.
Mientras el monarca empezaba a mostrar un mayor interés en sus nuevas materias, también desarrolló un gusto por "los saberes geográficos [...] instrumentos del conocimiento de los recursos propios, como de los ajenos", como señala Ezquerra en su investigación. El origen de las naciones y las fuentes históricas empezaron a obsesionarle; dedicando largas horas a charlar con Sepúlveda y a leer obras comentadas sobre las hazañas de los españoles en Indias, intentando derribar el relato de Bartolomé de las Casas que empezaba a circular por España.
No es de extrañar que, en los años siguientes, Felipe II se interesase por escoger cronistas e historiadores afines a sus campañas y logros. Un cambio en la historiografía de la Corte que provenía de aquellos años de aprendizaje, consciente del peso que sus acciones tendrían sobre el tiempo.
Los frutos de esta época se materializarían en ciertas decisiones que tomó años más tarde. En 1574 encargó las Relaciones topográficas de los pueblos de España. Una obra destinada a recoger las descripciones de todas las poblaciones españolas, manteniendo un registro de sus posesiones peninsulares. Inspirado por las lecciones de geografía de su juventud.
También las obras de Vitrubio, que Calvete le entregó durante ese tiempo, tuvieron su impronta en las construcciones y el interés por la arquitectura que el monarca tuvo en las obras que acometió durante su reinado. Los textos de Durero o Serlio también alimentaron la imaginación de Felipe II en la construcción del Monasterio del Escorial en la que participó tan activamente. Incluso las medallas y sellos reales tomaron imágenes de textos y mitos clásicos, aquellos mismos que tantos disgustos le trajeron en su infancia.