800 años de Alfonso X: el rey sabio y propagandista que sembró la semilla del absolutismo
Erudito y renovador, su producción literaria recogió la sabiduría de su época.Se cumple el octavio centenario del monarca castellano que sentó las bases de la política del siglo siguiente.
21 noviembre, 2021 02:59Noticias relacionadas
El nombre de Alfonso X se repite en letras capitulares, bustos, miniaturas y cientos de volúmenes sobre historia, ciencia o teología; incluso un cráter lunar, el Alphonsus, da testimonio de la importancia de quien también dejó su impronta en el estudio de los astros. Un rey que aprovechó la producción cultural como medio de propaganda, convirtiéndose en "El Sabio" a ojos del tiempo.
Con motivo de su VIII centenario, proliferan estas semanas los eventos y exposiciones que celebran su tiempo y legado. Desde su Toledo natal, donde entró en contacto con las culturas y religiones de las que más tarde bebería en sus investigaciones; hasta Sevilla o Murcia, ciudades donde dejó talleres de traducción que recuperaron códices musulmanes y judíos, textos que, de otro modo, habrían quedado abocados al olvido entre guerras de religión.
Coincidiendo con este aniversario, el historiador y periodista, Adolfo de Mingo Lorente publica ahora una completa biografía de su reinado, Alfonso X el Sabio, el primer gran rey (La esfera de los libros). Lorente trata de recomponer la figura de quien las crónicas situarían cerca del David mítico, como un soberano sabio, justo y magnánimo, arañando también su legado contemporáneo para entender cómo ha sobrevivido hasta nuestros días.
Aprovechando también la efeméride, la Biblioteca Nacional de España inaugura una exposición centrada en los volúmenes que el scriptorium regio publicó a lo largo de los 32 años de gobierno alfonsino. Entre cántigas y tratados astrológicos resuena el eco de los sabios judíos, musulmanes y cristianos que trabajaron codo a codo en la elaboración de obras que trataban de recoger cuanto se conocía de un mundo que empezaba a florecer tras siglos de oscuridad.
Revueltas e imperios
Además de su faceta de hombre erudito, Alfonso X reanudó la ofensiva contra los musulmanes a su llegada al trono en 1252. Entre sus campañas más exitosas se cuentan la conquista de Murcia, Sevilla o Cádiz; así como ofensivas al otro lado del estrecho en Rabat y Salé. Los tiempos del monarca estuvieron plagados de revueltas en los antiguos territorios andalusíes. El Valle del Guadalquivir, conquistado por su padre, Fernando III de Castilla, se levantó en armas contra el rey por la ocupación cristiana. Lo mismo ocurrió las revueltas mudéjares del levante.
El proyecto centralizador que llevó a cabo en el reino de Castilla provocó también la agitación de las familias nobles, que veían su poder local minimizado por los fueros reales. En 1272, su propio hermano, el infante Felipe, encabezó junto con Nuño González de Lara una revuelta que solo pudo ser aplacada por la mediación de la Violante de Aragón, esposa del soberano, y la concesión de algunas de las reivindicaciones de los rebeldes.
Sin embargo, el gran proyecto inconcluso de Alfonso siempre fue la de aspirar al trono del Sacro Imperio Romano Germánico. Una ambición que comenzó en 1256 con la llegada de la embajada de Pisa a Soria, reconociendo su linaje dentro de la casa de Hohenstaufen —por parte de su madre, Beatriz de Suavia—. Después de varias votaciones, entrevistas papales y coronaciones, Alfonso nunca llegó a sentarse en la capilla palatina de Aquisgrán, renunciando definitivamente en 1271. Esta aspiración imperial motivó muchas de las políticas y reformas que emprendió en España.
Un estado moderno
La filóloga y académica, Inés Fernández-Ordóñez, es la comisaria de la exposición de la BNE, Los libros del sabio. La muestra se organiza en torno a la producción poética, histórica, científica y de jurisprudencia alfonsina. Ordóñez se refiere a Alfonso X como un "hijo de su tiempo", heredero de la realeza sapienzal descrita en la Biblia en figuras como la de David o Salomón. Personajes que se tratarían de emular en los siglos siguientes desde las cortes de toda Europa.
"En el siglo XII, ese ideal se utilizó para reforzar un modelo de monarquía que se convertiría en un adelanto del absolutismo que comenzó en el siglo XVI", explica su comisaria. Con este propósito unificó leyes en torno a un único Fuero y centralizó su gobierno en torno a una cancillería profesional, la primera en España.
Sin embargo, dichas reformas no fueron bien recibidas por la nobleza y el clero que veían en peligro sus competencias políticas locales frente a los alcaldes, escribas y demás burócratas que la reforma del trono trajo consigo. Diversos historiadores y medievalistas como Julio Valdeón Baruque, Manuel González Jiménez o Miguel Ángel Ladero Quesada han defendido que, de esta forma, la semilla del estado moderno ya fue implantada en el gobierno castellano en el siglo XIII.
Fernández-Ordóñez hace referencia también a la importancia de una producción cultural que no estaba desligada de dicha reforma emprendida por su majestad. La gran cantidad de obras de corte poético y cortesano que situaban la corona castellana junto a la Virgen María —otro de los pilares del gobierno del rey sabio— tenían una función didáctica y propagandística que volvería a aparecer en el absolutismo. Alfonso obtenía un beneplácito divino en las historias y poemas cortesanos que, a ojos de sus súbditos, legitimizaba su poder en el mundo.
"El culto a María era una forma de presentarse ante su pueblo como un delegado de Dios en la Tierra". Las Cantigas se corresponden con la devoción mariana que se apoderó del siglo XIII, un tiempo en el que las mayores catedrales de Europa se erigieron en honor de la Virgen. El Dios inclemente del milenarismo de la Alta Edad Media se transformaba en el rostro amable de la Virgen, obrando milagros en la Tierra para los fieles.
Un rey historiador
En esta la biografía de Adolfo Mingo de Lorente, el historiador hace hincapié en la importancia de la historiografía alfonsina como "justificación de su propia política". La Estoria de España se convirtió en la primera obra histórica de nuestro país, recogiendo tanto las leyendas que cantaban trovadores y juglares, como los episodios seleccionados entre fuentes más fiables, tendiendo puentes por el camino hacia autores clásicos como Lucano u Ovidio.
El conjunto de textos de la Estoria se estudió en profundidad en el siglo XIX gracias a la labor analítica de Ramón Menéndez Pidal, encargado de desenmarañar la selva de referencias que componían sus episodios. Son más de 40 las copias que se conservan de este compendio histórico-nacional, a los que se le suman hasta 100 referencias directas en manuscritos y volúmenes a lo largo de quinientos años de historia, desde el siglo XIII hasta el XVIII. Una muestra del profundo impacto que estas obras tuvieron en la historiografía hispánica.
El texto coloca al rey en el centro de la narración como autor único, aunque fueron muchos los colaboradores que trabajaron en su composición. El interés de Alfonso X era también el de concebir un nuevo Imperium, heredero de los monarcas visigodos, un proyecto neogotista, como apunta Ordóñez, que incluía a los reinos cristianos y musulmanes bajo su gobierno. Un deseo que conecta con sus aspiraciones imperiales.
La obra fue transcrita a lengua vernácula, abriendo su consulta y recepción también a los súbditos. Con las traducciones de obras clásicas y sus derivaciones medievales consiguió que penetrasen en nuestro lenguaje términos como anfiteatro, catacumba, monarquía o senado; abriéndose a su vez a los nombres de naciones olvidadas, así como animales reales y fantásticos, alejados de sus dominios, aunque vivos entre las páginas de los libros que mandó traducir.
Las tablas del cielo
Los tomos dedicados a los saberes astronómicos que se iluminaron y transcribieron en la época alfonsina han sobrevivido hasta nuestros días brillando por el preciosismo y minuciosidad de sus cartas celestes. Con el descubrimiento de varias tablas de sabios árabes como Azarquiel o Al-Battani, Alfonso decidió empezar sus propias investigaciones, más fiables que las de estas obras, para componer un mapa del cielo que le ayudase en la adivinación del futuro así como en sus decisiones políticas.
"Hoy en día la astrología nos parece algo acientífico, pero tanto los califas musulmanes como los reyes cristianos usaban este tipo de saberes para tomar decisiones, era la ciencia del momento si alguien quería saber el futuro", explica la comisaria de la exposición. Durante 9 años, dos sabios judíos toledanos, Yehuda ibn Moshé e Isaac ibn Sid, observaron el cielo para componer una carta astrológica exacta que permitiese al monarca tomar decisiones acertadas.
La obra se difundió por toda Europa en los años siguientes, generando copias en todas las grandes bibliotecas de la Europa medieval hasta bien entrado el siglo XVI. "Incluso Copérnico y Galileo Galilei las utilizaron en sus investigaciones", explica Ordóñez. Las Tablas alfonsíes contaban además con sistemas de conversión entre las distintas eras y calendarios que se utilizaban en los distintos reinos y religiones. Un detalle que se corresponde con la situación pluricultural que se vivía en los Reinos Hispanos durante la Edad Media. Una realidad política y social que aún forma parte de su legado, en busca de un entendimiento del que se benefició recogiendo saberes a uno y otro lado de Al-Ándalus.