Existió una suerte de conjuro entre 1840 y 1960 que tuvo acongojados a los políticos estadounidenses: todo presidente elegido cada veinte años moría ejerciendo el cargo. La llamada maldición de Tecumseh, un indio shawnee que lideró a principios del siglo XIX una importante revuelta que amenazó la consolidación de la recién nacida república, comenzó con William Henry Harrison y terminaría, tras cobrarse a otras cinco víctimas, con John F. Kennedy. Desde entonces, Ronald Reagan y George W. Bush han logrado sortear una profecía que se atribuye a Tenskwatawa el Profeta, hermano místico del bravo líder guerrero.
Pero más allá de la anécdota escalofriante, la historia de Tecumseh y Tenskwatawa no goza de tanta atención como las llamadas guerras indias. Sus nombres no son tan icónicos como los de Caballo Loco o Toro Sentado. No obstante, los hermanos shawnees fueron los artífices de la mayor confederación india de la historia de Estados Unidos y lograron reunir al doble de guerreros que los congregados por los jefes de la tribu sioux en la mítica batalla de Little Bighorn (1876). Según explica Petter Cozzens, "ningún otro líder indio gozó de apoyos tan amplios y ninguno plantearía una amenaza tan severa a la expansión estadounidense".
El historiador estadounidense, autor de la aclamada La tierra llora, un exhaustivo retrato de la conquista del Oeste, publica ahora Tecumseh y el Profeta (ambas en Desperta Ferro), una especie de biografía bicéfala, narrada con especial detalle y dinamismo, que vertebra ese sueño de renacimiento de los nativos americanos. La profunda investigación radiografía la sociedad y las costumbres indígenas —los shawnee fueron una tribu de guerreros formidables que en su punto álgido estuvo formada por uno 2.500 individuos— y traza un mundo belicoso en el que chocaron la modernidad y el viejo mundo.
Cozzens destaca que Tecumseh y Tenkswatawa "fueron sin duda los hermanos indios más influyentes de la historia de los nativos americanos". Sin embargo, era una pareja de extremos. El primero, obligado desde su infancia a emigrar en al menos tres ocasiones ante las continuas incursiones de los colonos de Kentucky y su milicia, sobresalió como líder carismático y natural desde niño, era un inteligente caudillo guerrero, un diestro cazador —aprendió a purificar su aliento con hierbas para que sus presas le olfateasen— y un orador elocuente que atrajo a numerosos seguidores.
"Por su parte, Tenkswatawa era un absoluto inadaptado; nació trillizo, algo que en la cultura shawnee era símbolo de mal agüero y malas noticias. De niño se disparó en el ojo derecho intentando aprender cómo se utilizaba el arco y nunca fue un gran cazador, algo muy valorado en la tribu. A partir de ahí todo fue cuesta abajo. También era un guerrero inepto que a finales de su adolescencia ya se había convertido en un alcohólico y un vago irremediable. Era un mujeriego y hasta intentó convertirse en 'hombre medicina' con escaso éxito", señala el autor.
La fascinación que generó Tecumseh alcanzó incluso a sus propios enemigos, los estadounidenses. Según advirtió William Henry Harrison, entonces gobernador del Territorio de Indiana y futuro presidente de EEUU, sorprendido por "la obediencia y el respeto que le profesaban sus seguidores", el indio fue "uno de esos genios excepcionales que emergen ocasionalmente para protagonizar revoluciones y derrocar el orden establecido. De no encontrarse en la vecindad con Estados Unidos, quizás se convertiría en el fundado de un imperio que rivalizaría con los de México o el Perú".
La revelación
En una noche de acampada de 1805, Tenkswatawa se desmayó junto al fuego, probablemente debido a una gran borrachera. Sus amigos y familiares le dieron por muerto durante casi 48 horas —incluso estuvieron a punto de enterrarlo— pero se despertó afirmando haber tenido una visión en la que un Señor de la Vida le había mostrado cómo era el más allá y en lo que se convertirían los indios al caer prisioneros del alcohol y del estilo de vida del hombre blanco. A partir de ahí elaboró movimiento que propugnaba el renacimiento espiritual de su pueblo y en el que pedía a sus compatriotas cortar todo tipo de relación con los estadounidenses.
"Un discurso del que Tecumseh se convirtió en un devoto seguidor y que, con el tiempo y la reanudación de las invasiones en sus tierras, transformó", añade Cozzens. "De un movimiento cultural y espiritual creado por Tenkswatawa se pasó a una alianza política y militar para resistir la invasión blanca. Se desarrolló una relación sincrética entre Tecumseh y Tenkswatawa; el último seguía siendo el líder espiritual, pero el primero se convirtió en la fuerza motriz de una alianza política y militar cuya principal premisa era 'todos somos indios, todos somos un pueblo, todos comemos del mismo cuenco; o resistimos juntos a los estadounidenses o seremos derrotados por separado'".
Los shawnees, defiende el historiador, realmente estuvieron cerca de alcanzar sus objetivos, aunque más debido a la ineptitud estadounidense que a sus propios méritos, que dependían en gran parte —en términos de armas, munición y soldados— de los británicos. Una patria nativa independiente no hubiera sido posible sin la ayuda europea.
La batalla de Tippecanoe, el 7 de noviembre de 1811, fue un momento decisivo porque cuestionó el poder de Tenskwatawa, que había pronosticado que las tropas de Harrison no podrían derrotar a los guerreros indios. Para escurrir su responsabilidad, culpó a una de sus esposas por no decirle que estaba menstruando —esta sangre podía anular la magia más fuerte del hombre y no se les permitía tocar objetos sagrados—: la mujer le había asistido en sus plegarias y manipulado sus collares de cuentas.
Pero el fin definitivo tendría lugar dos años más tarde, el 5 de octubre de 1813, en la
batalla del Támesis, que presenció la muerte de Tecumseh. Una bala de mosquete le perforó el pecho y varios perdigones se alojaron en su corazón. La narración de Cozzens de este episodio es explícita y sangrienta: los kentuckianos, probablemente sin conocer la identidad del cadáver, rasgaron largas tiras de piel de su espalda para fabricarse asentadores de cuchillas de afeitar. "Otro kentuckiano le había arrancado la cabellera y le había hundido el cráneo con un tomahawk. Otros le habían arrancado mechones de pelo hasta dejarle casi calvo. El rostro de Tecumseh estaba cubierto de sangre seco y su rostro estaba muy hinchado", escribe. La dramática postal con la que se enterró el sueño de los shawnees.