Oxirrinco es el nombre que le dieron los griegos a Per-Medyed, una antigua ciudad localizada en el XIX nomo o provincia del Alto Egipto, a unos 190 kilómetros al sur de El Cairo. La localidad alcanzó un importante estatus durante el periodo saíta (664-525 a.C.), pero su época de mayor esplendor se registró tras la conquista de Alejandro Magno en 332 a.C., convirtiéndose seguramente en la segunda más poblada de Egipto por detrás de Alejandría. Y mantuvo su relevancia durante la ocupación romana, cuando se fecha buena parte de los miles de papiros que otorgan fama al yacimiento.
En esos siglos de dominio romano, algunos habitantes de Oxirrinco desarrollaron una llamativa práctica funeraria: poner láminas de oro sobre la lengua de las momias. En la última campaña de excavaciones de la misión arqueológica de la Universidad de Barcelona-Instituto de Próximo Oriente Antiguo (IPOA) en el sitio, recién finalizada y con unos resultados "muy buenos", los investigadores han encontrado tres evidencias más de este ritual "bastante inusual", colocadas en las bocas de sendos individuos, uno de ellos un niño, como símbolo protector.
"El oro es un material incorruptible que ya desde época faraónica tenía importancia porque estaba relacionado con la carne de los dioses. Esta práctica puede significar que protege la lengua para que el difunto pueda hablar en el más allá, para que pueda tener todos los sentidos activos y poder renacer", explica a este periódico Maite Mascort Roca, doctora en Arqueología por la Universidad de Barcelona y codirectora del proyecto junto a Esther Pons Mellado, conservadora del Departamento de Antigüedades Egipcias del Museo Arqueológico Nacional.
No es la primera pieza de estas características que se documenta en Oxirrinco. En total, a lo largo de casi tres décadas de investigación, se han recuperado catorce lenguas de oro. También se han hallado en otros yacimientos egipcios como el de Taposiris Magna. Pero entre este último trío, todas pertenecientes a momias de época romana —esta ceremonia se mantuvo en el Antiguo Egipto hasta la implantación del cristianismo—identificadas en tres tumbas hasta ahora desconocidas, se ha encontrado un caso singular: uno de los elementos áureos había logrado preservar el órgano natural de la persona embalsamada durante más de 2.000 años. Es un ejemplo único en este sentido.
Tumba cerrada
A pesar de lo misterioso y fascinante del ritual funerario, no ha sido este el hallazgo más relevante de la última campaña de la Misión Arqueológica de Oxirrinco (El-Bahnasa, Minia), efectuada entre los días 10 de noviembre y diciembre. Los trabajos de investigación en la necrópolis del yacimiento —con una larga utilización y superposiciones que van desde el siglo VII a.C. hasta el VII d.C., cuando la conquista árabe finalizó el periodo cristiano-bizantino—, concretamente en el denominado Sector 36. En esa zona ya se habían documentado en los últimos años un total de siete tumbas construidas en piedra de época saíto-persa y cuatro más datadas en tiempos de dominación romana.
Debajo de estos estratos más recientes, los arqueólogos han descubierto dos enterramientos saítas. Uno de ellos, violentado por los saqueadores de tumbas de la Antigüedad, que entraron en el sepulcro rompiendo la bóveda, contenía un sarcófago de piedra antropomorfo femenino, cuya tapa estaba desplazada. En su interior se encontraron gran cantidad de canutillos y cuentas de fayenza (loza vidriada) pertenecientes a la malla funeraria que cubría a la difunta, en muy mal estado, así como un amuleto de piedra de un reposa-cabeza de excelente calidad.
La segunda sepultura, que permanecía sellada, intacta, ha sido el gran descubrimiento de la intervención. Dentro albergaba otro sarcófago antropomorfo, esta vez masculino, con un individuo momificado y un rico ajuar funerario: los cuatro vasos canopos con las vísceras momificadas, 399 ushebtis —las figuritas que acompañaban a los difuntos en su viaje al más allá—, una jarra de cerámica con restos de vendas, un escarabeo de corazón, numerosos canutillos y cuentas de fayenza pertenecientes a la malla que lo cubría y diversos amuletos (udyats, una figura del dios Horus, tallos de papiro o varias dobles plumas).
"Esta tumba nos permite dar un paso adelante en el conocimiento de los rituales funerarios de esta época", destaca Maite Mascort al otro lado del teléfono, recién aterrizada de Egipto. "Es individual y más pequeña respecto a las otras que habíamos encontrado, que son grandes tumbas monumentales familiares pertenecientes a la élite del momento, como gobernadores de la ciudad y personajes importantes. Pero es interesante para poder estudiar cómo los personajes de menor relevancia también se enterraban con su ajuar funerario".
El equipo de la Universidad de Barcelona-Instituto de Próximo Oriente Antiguo (IPOA) ha estado integrado en esta ocasión por 14 investigadores. No caben más en la casa que construyó la UB cerca del yacimiento, alejado de las zonas turísticas, en 1999, y donde viven durante las campañas de excavación. Los trabajos han sido posibles gracias a la financiación del Ministerio de Cultura y Deporte a través de las ayudas concedidas a las excavaciones arqueológicas en el exterior que se gestionan a través del Instituto del Patrimonio Cultural de España (IPCE), la Fundación Palarq y la Sociedad Catalana de Egiptología. También han colaborado especialistas del Servicio de Antigüedades egipcio y de la Universidad de El Cairo.