En el diccionario de Astérix, que abarca de la “Amistad” a “¡Wouhouhou, yodeéioooooooo! ¡zzwwip!” hay una palabra que destaca: “Aldea”. Representa una pequeña utopía comunitaria, local, anárquica y campesina. Es el prototipo opuesto a la sociedad romana, tentacular, marcial y urbanizada. En la primera, la obsesión por el orden militar; en la otra, “el feliz reinado del desorden democrático, hecho de conflictos, de disputas, pero también de momentos de fiesta”. En la aldea de las onomatopeyas se encuentra la concepción moderna de la libertad e independencia, que contrasta con la deriva absolutista del Imperio romano. Goscinny y Uderzo erigieron en 1959 al municipalismo como modelo político de referencia.
“La aldea gala presenta las características generales de una pequeña utopía comunitaria, basada en el interconocimiento individual, el placer de estar juntos, la solidaridad y el compartir. Es un medio local que parece estar a resguardo del tiempo, vive de su memoria y de sus costumbres. Su economía, casi autárquica, se basa esencialmente en la agricultura, la ganadería, la caza y la pesca, la artesanía y el comercio. Como sucede muy a menudo en el género de la utopía literaria, la piedra angular del sistema es un viejo sabio, en este caso el druida Panorámix que encarna la mesura”, escribe Nicolas Rouvière en la entrada dedicada al pueblo galo, en Astérix de la A a la Z, que acaba de publicar Lunwerg.
Así es, en el ADN del pequeño héroe resistente a las tropas del régimen trasnochado podría encontrarse el cromosoma precedente de Podemos. En ese minúsculo punto en el mapa de Francia con el que arranca cada álbum se concentra la esencia de “los valores radicales de la Tercera República”. “La aldea de los irreductibles galos es una república laica en miniatura”, una Puerta del Sol cubierta de lonas y pancartas donde nada parece oponerse al individualismo irreductible de los habitantes. “La aldea no está, desde luego, desprovista de instituciones: se ha dotado de un jefe político y militar, elegido democráticamente, así como de un consejo consultivo de sus pobladores”.
Leer es resistir
El libro es la edición española del catálogo de la exposición Astérix à la BNF!, celebrada en la Biblioteca Nacional de Francia, entre octubre de 2013 y enero de 2014. Junto a la visión política de esa aldea “bañada en el cálido sol primaveral, envuelta por el gran bosque armoricano, rico en suculentos jabalíes” la palabra “Historia” vuelve a hacer referencia a la dimensión social que se encuentra en la raíz del cómic. ¿Son demasiado divertidas para ser depositarias de una parte del mito francés de la Resistencia? “Para los lectores de la década de los sesenta, este motivo debía tener múltiples resonancias”, se explica en la introducción del libro. Crecer leyendo Astérix, explican, es crecer con el culto a la resistencia.
Cincuenta y cinco años después de la creación de la serie, “cuando en Europa los pueblos y los Estados dan señales de inquietante fragilidad, cuando en la propia Francia no deja de replantearse la cuestión de su identidad en la época de la globalización”, una nueva aventura se abre.
Goscinny y Uderzo se burlan de la fabricación de los héroes de leyenda, que en los manuales escolares encarnan la unidad nacional y el sacrificio por la patria
Pero decíamos “Historia”, porque Astérix es una reescritura de los acontecimientos, una revancha cómica sobre las verdades de la Historia escolar. “Goscinny y Uderzo se burlan de la fabricación de los héroes de leyenda, que en los manuales escolares encarnan la unidad nacional y el sacrificio por la patria. No se salva, pues, la mitología patriótica”, cuenta Rouvière, responsable también de esta entrada. Los autores también ironizan en varias ocasiones sobre el chovinismo.
Profundidad histórica
El historiador propone una lectura de la serie con el rasero de otra Historia, la del siglo XX, teniendo en cuenta hasta qué punto la colección se halla en la encrucijada crítica de dos episodios colosales: el trauma de la Segunda Guerra Mundial, por un lado, y el nacimiento de una nueva era de la individualidad a mediados de los sesenta, por otro. “Con una profundidad pasmosa, Astérix habla menos de la Galia en el año 50 a. C. que de la época que le vio nacer”, añade.
“Parodia” es otra palabra clave en el recorrido por las esencias de Astérix. Jean-Philippe Martin señala el contrapié como una de las prácticas más habituales en estas viñetas. Consiste en burlarse de una imagen canónica proponiendo una versión de ella a contracorriente. Es un toque de narices a la historia oficial. Y junto al contrapié, la amplificación de los clichés. Explota hasta la saciedad los tópicos, exagerándolos y cultivando una “alegre confusión entre mundo antiguo y mundo moderno”. Esa confusión tan inquietante con cada cierre de entrega, cuando vemos atado y amordazado a Asurancéturix. ¿Acaso contemplaba esta aldea utópica la censura como medio legítimo?