En una carpeta en tonos grises, atada por un par de cintas rojas, se encuentra la última novela sin publicar de Pío Baroja. La etiqueta blanca pegada en la portada la identifica: “Carpeta número 10. Pío Baroja. Novelas de la guerra. Los caprichos de la suerte. III Parte. (A la desbandada)”. Dentro, llenas de apuntes y correcciones hechas a mano por el autor, y aderezadas con banderillas y papeles recortados con anotaciones, están las páginas de Los caprichos de la suerte (Espasa) que sale a la venta el próximo 5 de noviembre. Después de esta, no habrá más novelas del autor.
“Estaba catalogada y clasificada por mi tío, Julio Caro-Baroja. Era impublicable en su época porque se escribió en el año 1950/51 y hubiese sido censurada por la temática de la guerra” cuenta a este periódico el sobrino nieto del escritor, Pío Caro-Baroja. Por sus páginas amarillentas y desgastadas, mecanografiadas en horizontal, discurre la historia que cierra la trilogía de Las Saturnales, obra sobre la Guerra Civil Española. Iniciada con El cantor vagabundo, en 1950 y completada en 2006, con la publicación póstuma de Miserias de la guerra, la trilogía finaliza ahora con Los caprichos de la suerte.
La novela transcurre entre Madrid, Valencia y París y cuenta la historia de Luis Goyena y Elorrio, un periodista y escritor que huye de Madrid caminando hasta Valencia para, de allí, escapar a París y, más tarde, a América. A lo largo de sus 215 páginas, el autor hace un retrato de la España sumergida en la guerra civil, la huida de muchos para fuera del país y la vida en el exilio, en el París al borde de la Segunda Guerra Mundial. “Es un testimonio, un resumen de muchas de sus inquietudes a lo largo de su vida: de ese sentimiento de angustia en la época de la Guerra Civil en España y lo que luego sucedió en Francia y el París que conoció. El Paris previo a la Segunda Guerra Mundial, a la entrada de los alemanes, la ciudad de los espías, del sálvese quien pueda prebélico y en estado de sitio.”, cuenta Caro-Baroja.
Como el personaje de su novela, también Pío Baroja emprendió un viaje hacia el exilio parisino el 23 de julio de 1936, aunque rechazó cruzar el atlántico, paso que da su personaje. “En ese sentido, Luis es su alter ego, pero para mí, el verdadero alter ego es el personaje femenino del que se enamora el protagonista”. Gloria, “una rubia de veinticinco a treinta años, graciosa, esbelta, de aire decidido y burlón. (…) Era una mujer atractiva, casada, separada del marido y que coqueteaba mucho con el escritor”. “En definitiva Baroja piensa más en clave de Gloria. Por las ideas más radicales, por su visión de la sociedad y del mundo, del no convencionalismo”, explica el sobrino nieto del escritor.
Además de los alter egos, Pío Baroja aparece en la novela en la figura de un viejo señor en el hotel de París, que entabla conversación con el protagonista sobre la literatura y la política internacional. “Sea porque Alemania es así o porque ha evolucionado de un modo patológico hacia una especie de locura, hoy es un pueblo monstruoso y todos los países de Europa deberían reunirse para dominarlo”, dice en determinado momento.
La casona familiar
Aunque se supone que se escribió en Madrid, la novela estuvo guardada todos estos años en Itzea, la casona familiar de tres plantas en Vera de Bidasoa, Navarra, que conserva la historia centenar de los Baroja. Escondido por los árboles y arropado por el murmullo de un arroyo, el caserón de piedra asoma detrás de una verja de hierro. Dentro, una brisa fría de casa antigua y solemne recibe al que llega. Entrar allí es como recular en el tiempo. Los cuadros, las reliquias, las fotografías familiares, los muebles, todo desprende historia. “Intentaron transformarla en museo, a cualquier político se le pasa por la cabeza, pero mientras en España siga existiendo la propiedad privada, esta casa seguirá siendo privada si sus propietarios lo quieren. No se recibe ninguna subvención, somos gente libre, no dependemos de nadie y es una casa vivida y familiar”, cuenta Caro-Baroja.
La chimenea del comedor, donde una pequeña hoguera caldea el ambiente, concede un aire más acogedor a la casa. “En esta mesa se han sentado artistas como Ortega y Gasset, Gregorio Marañon, Sebastián Miranda… aquí se hacía la vida familiar”. Cuando se desplaza a Navarra, el sobrino nieto del autor se aloja en la que fue la habitación de Pío Baroja, decorada con una cama alta de hierro, dos sillones rojos y las paredes cubiertas por fotografías del escritor y grabados de rituales de iniciación masónica. “A los niños les suenen poner peluches y dibujos en las paredes. A mí me pusieron aquí… tuve una infancia llena de pesadillas”, dice con una carcajada.
Al lado de la habitación se abre la biblioteca de Pío Baroja. Un área diáfana, que abriga a 15.000 libros, comprados en su mayoría en el extranjero, distribuidos por tres secciones principales: libros vascos, cancioneros y leyendas; viajeros románticos y libros de religión y brujería, algunos prohibidos en la ápoca. Junto con los de Julio Baroja, la colección asciende a cerca de 40.000 ejemplares. En un rincón de la biblioteca, al lado de la ventana, está la mesa de trabajo, donde escribió muchas de sus novelas. “Esta casa corresponde a un período de mayor optimismo y mayor placidez vital de Baroja. Son momentos en los que ha estado centrado y disfrutando de la tierra vasca, intercambiando opiniones, conociendo personalidades, muy integrado en el país, sus costumbres, la esencia de lo que es esta tierra vasca y escribiendo novelas con esos personajes tan barojianos que nacieron del contacto directo con la gente”.
Independencia radical
Autor de obras como El árbol de la ciencia, Zalacaín el aventurero o César o nada, Pío Baroja criticó ferozmente la Guerra Civil y sus consecuencias pero nunca se ha posicionado en uno de los bandos. “Tenía una independencia radical. Fue antirrepublicano claramente, pero no aprobaba en absoluto lo que vino después, le parecía un disparate, conocía muy bien la España tradicional, clerical y la España más cerrada. Dio a diestro y siniestro, no comulgaba ni con unos ni con otros y cuando había que opinar a conciencia sobre lo que hacían o si había que decir que fulanito era un botarate, pues lo decía con total libertad”, dice.
Su independencia no le libró de casi ser fusilado el 22 de julio de 1936, “cuando asiste a la llegada de las columnas de los rebeldes. Un exaltado tradicionalista le identifica como Pío Baroja y están a punto de prenderle y fusilarle. Ahí le cambia la vida y decide marcharse”.
Me atrevo a decir que no le gustaría mucho, probablemente viese que se están reproduciendo esquemas o personalidades ya conocidas en este país.
De su experiencia en el exilio nació Los caprichos de la suerte, donde expresa el desánimo por la época que le ha tocado vivir, sin mucha esperanza en el futuro. “Vivimos una época mediocre y cruel. Cuando se llegue a una época mediocre y apacible, la gente estará contenta. Ahora, puede suceder que este pobre ideal mediocre no se pueda alcanzar”.
Y si levantara cabeza, ¿qué pensaría Pío Baroja de la época que nos está tocando vivir a nosotros? “Me atrevo a decir que no le gustaría mucho, probablemente viese que se están reproduciendo esquemas o personalidades ya conocidas en este país. Toda esta exacerbación del asunto de Cataluña, la ruptura con España… él escribió páginas muy duras contra los nacionalismos. Pensaría que se está haciendo una política muy aldeana y muy fundamentalista a la vez.”