Los personajes de Marta Sanz (Madrid, 1967) en Farándula (Anagrama) levantan las cejas con el mismo desdén que Bette Davis. Los actores que aparecen en la novela ganadora del Premio Herralde de Novela viven atrapados entre sus miserias y su compromiso, entre los reproches y la honestidad. La escritora ha desmaquillado al personal para ver cuál es el verdadero rostro de la sociedad. La Sanz se ha metido en el país de las maravillas y ha descubierto las cloacas que corren bajo los kilos de purpurina.
Farándula no es un homenaje, es una metáfora: los actores como peleles zarandeados y censurados, como un colectivo débil, maltratado, estigmatizado, denunciado, insultado. La metáfora de la voz de la cultura convertida en ruinas, insignificante, indiferente, dócil. Más borde, más satírica, más divertida, más grotesca, punzante y polifónica que nunca. Es, desde luego, una máscara que tapa otro mundo igualmente derruido, el de la literatura. Es un ataque al buenrollismo de la visión de la cultura amable, salsarosizada y estéril. Sanz mancha, Sanz molesta a la izquierda caviar y a la derecha cavernaria. Porque camina y levanta polvareda sin hacer ruido, sin agarrar pancartas, sin perder (ni maquillar) su militancia.
Por todo Farándula es una cima de la literatura realista, inquietante e incómoda, en la que se reflexiona sobre las contradicciones morales y los conflictos de intereses de los actores y de todos nosotros. De nuestra necesidad de éxito y del fracaso garantizado. Hay referencias históricas al mundo teatral de los últimos cuarenta años, pero no busque a famosos, porque todos los personajes son Frankensteines que ha ido montando a base de estereotipos: histéricos, nerviosos, ambiciosos, ególatras, ingratos, megalómanos, susceptibles, marcianos… todos tienen la textura de un fotograma debajo de su máscara.
Pregunta. ¿Por qué actores?
Marta Sanz. Elegí el colectivo de actores porque me parecía que era una profesión que podía ser una metáfora muy buena de la forma en la que vivimos. Representan muy bien la brecha de la desigualdad a través de la contradicción que existe entre el glamour y la precariedad de un oficio, que estos años ha llegado a tener el 90% de paro. Por su carácter icónico son capaces de aglutinar los mayores amores y los mayores odios.
P. Es una novela con unas cuantas capas de maquillaje. También critica la entrega a las nuevas tecnologías.
R. He querido contar que vivimos un cambio de paradigma y de valores absoluto. Pero también un cambio ideológico absoluto: claro que todos somos víctimas de la ideología de Silicon Valley. Hemos confundido la posibilidad de expresar nuestras ideas, de expresar nuestro legítimo resentimiento e indignación por el estado de las cosas, con un control mucho más férreo que el que contó George Orwell en 1984.
P. ¿Es una novela alegórica de la cruda realidad española?
R. Quería contar algo que atañe mucho a las personas que padecemos las consecuencias de la crisis y, sobre todo, a lo que atañe a las profesionales de la cultura. Muchas de las cosas que se cuentan en Farándula tienen que ver con el mundo de los actores, pero también con el de los escritores, el de los periodistas, el de cualquiera. Me interesaba analizar la posición del artista, del escritor, del intelectual en este mundo, en la posibilidad de decir lo que se piensa en un momento en el que la cultura está siendo desprestigiada por culpa nuestra y por intereses.
P. ¿Cómo es esa ideología?
R. La ideología de Silicon Valley me la imagino como un gran Smylie gigante. Una gran sonrisa capaz de aplastarlo todo y que tiene en esto del pensamiento positivo una de sus mejores manifestaciones. El buen rollo para todo: la crisis es una oportunidad, si te mueres de cáncer en realidad es porque no has luchado lo suficiente, siempre se puede luchar más, siempre se pueden encarar los asuntos de una manera positiva y ganadora… Eso es la ideología del Silicon Valley y del neoliberalismo y que lamina cualquier posibilidad de pensamiento crítico. Elimina cualquier posibilidad de disentir. Vende la idea de que la inteligencia es la capacidad de adaptación al medio. Así se elimina la posibilidad de disentir o criticar las cosas que ocurren a tu alrededor.
P. ¿Qué tipo de críticas?
R. A los avances tecnológicos. Si los criticas te tachan de reaccionario. Detrás de una buena cara buenrollista lo que hay es una neutralización de nuestra capacidad de acción, haciéndonos creer que llevamos las riendas de nuestro destino. Es la gran falacia que vende Internet como la gran herramienta democrática. A esas falsas libertades y a la perversión de la palabra democracia es a lo que yo le presto mucha atención en este libro.
P. Presta atención al cambio de modelo y al uso de algunas palabras.
R. La palabra “gente”, por ejemplo. Dentro de la “gente” cabe todo. A propósito de ello, en esta novela hay muchas enumeraciones. Es una manera de contestar a la precariedad expresiva. Esa definición de la palabra “gente” es muy expresiva.
P. ¿Cuál es la visión de la literatura que arroja el libro?
R. Amarga, enquistada en sí misma, que sirve muy poco a los demás, que ha perdido el vínculo comunicativo con los otros… Hay una crítica a ciertos modos de entender la literatura.
P. ¿Cómo es la literatura en la que cree?
R. Creo en esa literatura que, desde una reflexión personal y común, trata de incidir en la transformación de las cosas que están mal en el mundo en el que vives. Creo en una literatura que haga visible el daño para repararlo. Es una manera de culminar el proceso de la literatura y durante muchos años se ha pensado que la literatura era algo secundario y bufonesco. El mercado ha conseguido que el lector deje de tomar en serio al escritor. Al tratar al lector como cliente es normal que el lector no te tome en serio, porque no eres más que un producto y has dejado de presentarte como un oficio reflexivo, un oficio útil a los demás. Esa es la visión desencantada que aparece al final de la novela.
P. ¿Hubo algún momento en que el escritor fue una parte influyente de la sociedad y no como un producto de usar y tirar?
R. Probablemente sí, quizá en los años cuarenta o cincuenta, cuando el prestigio de los intelectuales era mayor.
P. ¿Los cuarenta en España?
R. No, en España no. Hablaba del resto del mundo. Aquí hemos vivido y estamos viviendo un desprestigio de la cultura apoyado y aplaudido por las instituciones y por un pueblo manipulado por las instituciones, porque los intelectuales del posfranquismo y la Transición hicieron dejación de funciones. Tuvieron un concepto de las disciplinas artísticas y literarias absolutamente blando.
P. Hay puntos de contacto con Sociofobia de César Rendueles.
R. Sí, en los vínculos fuertes y los vínculos débiles. Los compromisos fuertes han desaparecido. Los vínculos blandos los han sustituido en los compromisos políticos y las relaciones amorosas.
P. ¿Por qué no apuntó directamente sobre el colectivo al que pertenece?
R. Primero porque quería tomar distancia. Segundo porque me parecen los más representativos de la realidad común. Además, las mayores barbaridades que he oído son contra actores que en algún momento han tomado la palabra y se han significado en favor o en contra de una causa. Parece que el actor o el literato es el único que no se puede comprometer, porque el arte es sagrado y está al margen de la política. Así se manipulan las posibilidades de incidir en la sociedad.
P. ¿No teme al compromiso?
R. El compromiso termina siendo una herramienta de marketing en algunos casos de compromiso blando. Cuando estos famosos hacen galas de beneficencia permanentemente para poner tiritas a grandes conflictos lo que hacen es engrasar a este sistema que a todos nos putean. Y lo hacen de tal manera que quedan como buenos. Hay determinadas formas de acercarse al compromiso que son marketing. Hay otras formas de compromiso que no lo son y que, además, ponen en riesgo tu supervivencia como profesional de la escritura, del teatro o del periodismo. Porque hay críticas que se toleran y otras que no; hay cosas que se pueden decir y cosas que se deben callar. Con los años nos hemos hecho todos mucho más cobardes y en el mundo de la cultura también.
P. ¿Por qué ha pasado eso?
R. Por miedo. Hay una autocensura consciente de personas que no queremos decir cosas porque no nos atrevemos a decirlas porque tememos las consecuencias. Los hay también que no dicen nada porque creen que están en el mejor de los mundos posibles, perfectamente cómodo.
P. Un mundo cómodo, sin problemas, inquietantemente bello y de grandes éxitos, ¿a cuánto se paga el triunfo?
R. Vivimos en un sistema violento, corrupto e injusto, cuando alcanzas éxito en ese sistema cómo eres capaz de valorarlo. No tengo respuesta. Hay formas del compromiso que sirve para construir imágenes públicas tolerables y otras que no lo son. Hacer una gala benéfica, bien; firmar un manifiesto contra la reforma laboral, mal. A los autores de éxito que firmen el manifiesto les echarán en cara las contradicciones morales y todo ese éxito que deberíamos replantearnos en caso de que consideremos que el sistema no va bien. Soy la primera que se hace estas preguntas.
P. De ahí uno de los grandes temas de la novela, la mala conciencia perpetua de la izquierda.
R. Claro. Es que sólo puede tener mala conciencia la izquierda en el mundo en que vivimos, porque los demás están en el mundo en que quieren vivir. La mala conciencia es patrimonio de la izquierda. Ahora nos lavamos la mala conciencia cambiando la foto del whatsapp por un símbolo. Normalmente, esos símbolos se quedan vacíos, sin acompañar por otras acciones.
P. Tiene el diagnóstico, pero ¿y las soluciones?
R. No sé encontrar soluciones, pero sí que pido a la gente que tiene soluciones, las resolutivas, nuestros políticos, que lo hagan.
P. Su anterior novela, “Daniela Astor y la caja negra”, estaba claro quién no la iba a leer, pero ¿a quién le va a doler más “Farándula”, a la izquierda o a la derecha?
R. Pues nos debería doler a todos, aunque es muy probable que sea una novela que haga reflexionar más a la izquierda, porque cuestiona a todos los que nos dedicamos al mundo de la cultura y de la comunicación.
P. ¿Hay contradicción con que un discurso así sea premiado?
R. Absolutamente. No voy a rechazar un premio que es una manera de hacer visible a un autor y la manera de llegar a más lectores. No puedo decir no a un Premio como el Herralde que valoro mucho.
P. Chirbes destacó cuando leyó la novela su buen oído para el habla común, ¿está más exagerado en este libro que en otros?
R. Hay novelas en las que no he utilizado ese oído para el habla. Ocurre en las más intimistas como El frío. Entre otras cosas porque a mí me da mucho miedo dialogar en las novelas, y esto es una confesión: hay escritores que dialoga muy bien y hay muchos otros que para el diálogo en las novelas parece muy artificioso. El diálogo realista es muy difícil. Por eso, en las novelas con una intención social más clara, y de reflejar la realidad desde un prisma satírico, es donde afino más el oído. En ese sentido, en Farándula y Animales domésticos es donde más he utilizado ese mecanismo.
P. O sea que los escritores con inquietudes sociales también cuidan el estilo.
R. Eso les parece a algunos, que no tenemos una preocupación por el lenguaje. Desde luego ese no es mi caso ni el de mis compañeros. La manera de contar una historia es lo que se está contando. Pero siempre se suele desprestigiar las actitudes de los escritores sociales, se nos acusa de que sólo nos importa el contenido. Eso es mentira, porque en la literatura no existe esa posibilidad de disociar la forma y el contenido.
P. Y volviendo a Chirbes, ¿qué cree que hay de él en “Farándula”?
R. Hay una cosa: la crítica soterrada y permanente al neoliberalismo y al pensamiento positivo buenrollista como máscara ideológica del neoliberalismo. Él no le da una solución satírica y yo sí. Para hacerlo he tenido como referencia a dos escritores norteamericanos: Kurt Vonnegut y Nathanael West.
P. A pesar de no ser su novela más feminista, ¿por qué es una novela tan femenina?
R. Porque estoy yo detrás. En todas mis novelas se verá mi ideología, a pesar de las máscaras que me ponga. Soy una mujer de izquierda y feminista. Y a pesar de eso he puesto menos énfasis que en otras novelas en los problemas de género. Son los problemas de un oficio y de un colectivo, aunque es verdad que tres de los protagonistas son femeninos y dos son hombres.
P. Siempre pone especial interés en los títulos, ¿por qué eligió la palabra “farándula”? ¿Por su carga peyorativa?
R. No. Es una palabra que suena maravillosamente. No veo esa demonización de la palabra. La farándula recoge un mundo muy complejo, desde la purpurina al compromiso. Es la mezcla de faralaes y tarántula, explica uno de los personajes. Las lentejuelas y la crítica, precariedad. Farándula es también sonde se concentran los mayores amores y odios, lujo e inquietud. No he querido que fuera peyorativo para nada.