Svetlana Alexievich recogerá su premio Nobel de Literatura este lunes hablará en la Academia sueca, que escuchará un discurso poco complaciente, egocéntrico y de gala. Quizá eluda citar directamente a la II Guerra Mundial, el accidente nuclear de Chernóbil, la guerra en Afganistán o el desmoronamiento de la Unión Soviética, pero toda esa materia, todos los temas que ha tratado a lo largo de su carrera antes de que se reconociera como una voz imprescindible para entender el siglo XX, correrá destilada por su discurso. Las palabras de la escritora, historiadora, periodista, lo que quiera el lector que sea la autora bielorrusa, romperán con la previsión académica. Ya ha avisado. Lleva haciéndolo desde que empezó a escribir sobre la cultura del dolor y la tragedia del mundo ruso. A partir de las tres obras traducidas al castellano de Alexievich, El fin del Homo sovieticus (Acantilado), La guerra no tiene rostro de mujer y Voces de Chernóbil (ambas en Debate), se extrae la dignidad del testimonio y unos cuantos mandamientos como legado:
1. Tomarás partido
En Voces de Chernóbil (publicado originalmente en 1997) la autora entrevista durante 20 años a los supervivientes afectados por la catástrofe nuclear. Hay testigos, experiencias y traumas. Reniega de la postura de superioridad, el periodista toma partido. “Un año después de la catástrofe, alguien me preguntó: “Todos escriben. Y usted que vive aquí, en cambio no lo hace. ¿Por qué?”. Yo no sabía cómo escribir sobre esto, con qué herramientas, desde dónde enfocarlo. Si antes, cuando escribía mis libros, me fijaba en los sufrimientos de los demás, a partir de entonces mi vida y yo se convirtieron en parte del suceso. Se fundieron en una sola cosa y no había manera de mantener una distancia”.
2. Lo harás en primera persona
No parece interesarle tanto la macropolítica como la voz de los que la sufren. Recorre la Rusia descompuesta, habla con los testigos, los cuestionados por la historiografía, los insignificantes. Y deja que se expresen por escrito tal cual le explican. En primera persona, el narrador desaparece. Es una fórmula directa y dramática, desde la que afloran los acontecimientos y las dudas, la angustia, las miserias. De ahí que la narrativa del relato de esta historia no se sostiene sobre tramas, sino sobre traumas. Cada entrevistado es una caja negra que carga con el testimonio que forma parte de una micropolítica reveladora.
3. No serás un desalmado
O desalmada. “Yo me dedico a la historia omitida”, ha escrito. Esa que deja huellas imperceptibles, que requieren tiempo para descubrirlas, pero una vez sacadas a la luz son determinantes para resolver el caso. ¿Qué caso? Cómo lo extraordinario altera “la vida de lo ordinario en unas gentes corrientes”. A eso se dedica Svetlana Alexievich: a escribir y recoger “la cotidianidad de los sentimientos, los pensamientos y las palabras”. “Intento captar la vida cotidiana del alma”.
4. No te quedarás en los hechos
Cuenta cómo quedó paralizada ante Chernóbil. Cuenta que no quiso escribir otro libro rápido que explicara lo que sucedió aquella noche en el reactor ni cómo se construyó el sarcófago. “Ya no basta con los hechos”, dice. El periodista, el historiador, el narrador de la realidad debe aspirar a asomarse a lo que hay detrás de ellos, “a penetrar en el significado del acontecimiento”. Ella busca a la persona conmocionada por los hechos. “Esa persona enuncia nuevos textos”. Las voces de la conmoción parecen llegar desde un mundo paralelo, el que no se ve. El que interesa desvelar.
5. Harás Historia
“Ha cambiado todo. Todo menos nosotros”. En el centro de los hechos y las tácticas, en el núcleo de los movimientos y los acontecimientos, el ser humano. Todo gira en torno a él; él es el objetivo del periodista. Alexievich cree en la construcción de la Historia minúscula, en la recuperación de cada una de las voces que la componen. El ser humano, al detalle, al píxel. “Todo menos nosotros”. Todo somos nosotros, parece decir la periodista, que entra en escena para contar cómo cambia la Historia. Que no se pierda el relato. “La Historia está formada por la vida de todos nosotros. Yo quiero contar la Historia de manera que no se pierdan los destinos de los hombres… ni de un solo hombre”. Ella y los héroes de la nueva Historia.
6. No olvidarás
Para descubrir que “la guerra también es vida”, que en la guerra, aparte de la muerte, hay un sin fin de cosas, “las mismas cosas que llenan nuestra vida cotidiana”, hay que hacer un camino de quinientas entrevistas -luego las dejas de contabilizar, dice-, dos años de decenas de viajes por todo el país -Rusia-, miles de metros de cinta grabados -con las supervivientes que combatieron en las filas del Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial. Todo para descubrir las vidas de mujeres olvidadas por la Historia. “Los rostros se me borraban, sólo quedaban las voces. En mi memoria suena un coro. Es un coro enorme, a veces las palabras no se distinguen, sólo se oye el llanto”.
7. Con una entrevista no basta
Hacen falta muchas. “Así trabaja un retratista insistente”, dice la autora en La guerra no tiene rostro de mujer. Ante el problema de la reconstrucción de la memoria de los testigos el periodista debe mantenerse “en guardia”. “Se ha de recorrer un largo camino, avanzar con rodeos”, para poder oír el relato de la verdad. “Los recuerdos no son un relato apasionado o impasible de la realidad desaparecida, son el renacimiento del pasado, cuando el tiempo vuelve a suceder. Recordar es, sobre todo, un acto creativo”. Al recordar uno redacta su vida.
8. Apunta la frase
Alexievich cuenta cómo tras largas jornadas de conversaciones llega un momento en el que su interlocutor se desarme e inicia un camino a su interior. Deja asomar un fragmento de su vida: “Hay que atrapar ese momento. ¡Que no se escape! A menudo, después de un largo día atiborrado de palabras, hechos y lágrimas, en tu memoria tan solo queda una frase, pero ¡qué frase!: “Fui al frente siendo tan pequeña que durante la guerra crecí un poco”. Es la frase que anoto en mi libreta, aunque en la grabadora haya decenas de metros de cinta.
9. Escucha a todos
“Durante años viajé recogiendo testimonios por toda la antigua Unión Soviética, porque la categoría de Homo Sovieticus no sólo pertenecen los rusos, sino también los bielorrusos, los turkmenos, los ucranianos y los kazajos…” Vivirán en Estados distintos, hablarán lenguas diferentes, pero siguen siendo inconfundibles entre ellos. El objetivo era dejar constancia de la despedida de la época soviética. “El comunismo se propuso la insensatez de transformar al hombre “antiguo”, al viejo Adán. Y lo consiguió”. Cuenta que en setenta y pocos años, el laboratorio del marxismo-leninismo creó un singular tipo de hombre, y ella peinará su tierra durante años para atender al cambio histórico. Siempre con la misma actitud: “Yo intento escuchar honestamente a todos los actores del drama del socialismo...”
10. Pregunta, pregunta y pregunta
Alexievich define su trabajo como la que reúne las briznas, “las migas de la Historia”. Porque siempre le interesó el espacio minúsculo, la intimidad. “Porque, en verdad, ahí ocurre todo”. En lo doméstico está todo: el miedo a la verdad y a la libertad, los desplomes de las ideas, los secretos del pasado. No acostumbra a hacer preguntas directas sobre el asunto que le interesa -el socialismo en el caso de El fin del Homo sovieticus. Lo rodea. “Hago preguntas sobre el amor, los celos, la infancia, la vejez, o sobre la música, los bailes, los peinados, sobre la infinidad de detalles de una vida que ha desaparecido. Ésa es la única forma de mostrar, de adivinar algo, inscribiendo la catástrofe en un contexto familiar”. Lo apasionante de una vida cualquiera.