Algo de Cervantes y 450 niños raquíticos
El convento de Las Trinitarias guarda un secreto mayor: un cementerio de niños enfermos menores de cinco años.
15 mayo, 2016 01:23Noticias relacionadas
Mientras la política pedía titulares, la ciencia trataba de hacer su trabajo. Unos buscaban la gloria, otros los restos del cadáver de Miguel de Cervantes y nada más mover las primeras losas de la estrecha cripta asomó la sorpresa. Trabajaban sobre un cementerio infantil. Allá donde miraban aparecían cuerpos de niños menores de cinco años. Nicho tras nicho, cientos de cadáveres y la mayoría esqueletos revueltos bajo tierra. Hace meses anunciaron a la prensa 300 niños en el convento de clausura de las Trinitarias. Hoy sabemos que son 450 infantes repartidos entre los 36 nichos, tal y como adelanta a EL ESPAÑOL Almudena García Rubio, responsable de la excavación.
Bajo el suelo de la iglesia hay un cementerio infantil del siglo XIX, inédito en Europa, que ya para entonces se enterraba fuera de las ciudades. Es importante descubrir por qué se utilizó este templo para enterramientos infantiles, si hay un mando de la época que prohíbe abandonar a los niños muertos en los conventos.
Los arqueólogos y antropólogos de la Sociedad de Ciencias Aranzadi han recibido una subvención de 30.000 euros del Ejecutivo de Carmena para regresar a la cripta y acabar el trabajo que hace un año quedó interrumpido. “Es un presupuesto muy ajustado. Estaremos un grupo mínimo, de tres o cuatro personas”, dice la experta. Tampoco recibirán apoyos desde el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, que organiza el IV Centenario de la muerte del autor, sin atención al convento.
Atrás quedaron las 30 personas trabajando en “jornadas maratonianas”, de 8.30 a 19 horas, para entregar el informe Cervantes a los políticos. Fue en una excavación que pasará como referencia por la precisión del método científico ejecutado. Antropología de campo, exhumaciones muy documentadas en una cripta de la que ni la tierra puede abandonar el lugar, el excelente trabajo fotográfico de Álvaro Minguito (que reproducimos aquí en exclusiva) y todo registrado en 3D. Los actores la señalan como una de las más exquisitas en las que han participado.
Es muy probable que, como anuncian a este periódico, vuelvan en junio a ocupar el laboratorio portátil que dejaron montado y que la comunidad les ha permitido mantener. Si todo va bien, para finales de año podrían haber cerrado las hipótesis y las dudas ante la “sorpresa”.
Preguntas sin resolver
¿Por qué la mayoría de los niños aparecidos son raquíticos? ¿Qué papel jugó el convento en el barrio de las Letras? ¿Cuáles fueron las clases sociales que habitaron el barrio? ¿Cómo es posible en España tal índice de raquitismo, más propio de países nórdicos, donde el sol brilla por su ausencia y el calcio absorbe peor la vitamina D? Dudas sin solución, por el momento, en un descubrimiento casual que se presenta determinante para la historia de la ciudad y del país.
Bajaron a buscar los huesos de Cervantes y tuvieron que ampliar el presupuesto y el tiempo para hacer frente a “la sorpresa”. Los diez días previstos pasaron a ser 35, cuando la trama de los hechos dio un giro inesperado: afuera, el foco seguía siendo el padre de Alonso Quijano; adentro, la población infantil junto con el escritor manco. “La arqueología siempre es una sorpresa. El equipo tuvo que crecer para no dejar sin mirar ni una esquina, para resolver las cuestiones que surgían en el momento. Nadie esperaba la aparición de un cementerio infantil”, cuenta Almudena.
Recuerda cómo aquellos días escribía el primer informe que debía mandar a Patrimonio del Ayuntamiento, y al hacer el recuento sólo había niños. “La mortalidad infantil siempre es alta, pero en un yacimiento así encuentras representación de todas las edades. Sin embargo, aquí sólo había niños. Es algo excepcional. Y con una frecuencia de raquitismo muy alta”. En ese momento entraron a trabajar en el equipo dos especialistas en muerte infantil: Luis Ríos y María Paz de Miguel, matrona en el Hospital General de Alicante y doctora en arqueología. Una combinación insuperable.
En las Novelas ejemplares encontramos una cita en la dedicada al Licenciado Vidriera, que subraya la rareza de este camposanto en el que descansan los huesos de su autor: “Estando un día en la iglesia vio que traían a enterrar a un viejo, a bautizar a un niño y a velar una mujer, todo a un mismo tiempo, y dijo que los templos eran campos de batalla, donde los viejos acaban, los niños vencen y las mujeres triunfan”. Los ojos del joven y ambicioso Vidriera descubren el orden natural de las cosas, sin alcanzar a ver más allá de la inocente ironía anticlerical, ni imaginar siquiera que la Historia escribe tramas más crueles de lo que la literatura pueda cavilar.
Parar el tiempo
“Hay cuerpos de recién nacidos y hasta los cuatro años, con el índice de raquitismo más alto que haya visto en una excavación europea. También hay algún caso de enfermedad infecciosa y algún caso tumoral. Pero tanto raquitismo en Madrid, en el siglo XIX es muy raro. Es espectacular”, cuenta a EL ESPAÑOL María Paz de Miguel, que destaca el número de cuerpos y el buen estado de conservación.
“Una treintena están momificados. No intencionadamente, sino por las condiciones de humedad de la estancia. Los que fueron enterrados en ataúdes se conservan vestidos. Hay vestidos ricos y vestidos pobres. Incluso queda alguna flor en el interior de los féretros”, dice la matrona y arqueóloga. No hubo descomposición, son cuerpos deshidratados.
María Paz, la matrona, dice que cuando estudia los restos humanos se informa sobre la vida de los restos humanos. La vida queda reflejada sobre sus huesos, sus restos. “Miras de frente a los protagonistas de esa historia”, cuenta. Una historia oculta, la de los niños. No figura en ningún manual, donde sólo hay hueco para los reyes y los héroes. “Ahora van a escribir su historia ellos mismos”, dice De Miguel reivindicativa.
Las conservadoras del Museo del Traje también aportaron información social de los cuerpos al estudio, a partir de los botones, los zapatos, la calidad de los tejidos, las sedas de importación, etc. Una de las conclusiones que se atreven a adelantar desvela que no estamos ante un cementerio de pobres raquíticos, sino ante una población, de ricos y pobres, que vivió en un momento muy complicado. Pero todavía está pendiente de análisis histórico. “Quizá los niños no pudieron salir a la calle debido a la plaga de epidemias que sufrían entonces y no se expusieron al sol”, aventura De Miguel.
Política Vs Ciencia
Estamos ante un descubrimiento insólito en España. Único. Podría haber caído en el olvido una vez pasó la tormenta política cervantina, pero no ha sido así. “El actual equipo del Ayuntamiento ha mostrado mucho interés y desde el primer momento demostraron que era una responsabilidad que debían asumir”, cuenta a este periódico Almudena García Rubio.
“No nos podemos dejar condicionar por quien gobierne. Nosotros trabajamos por el conocimiento”, asegura De Miguel, que no cobró por su trabajo y se desplazaba entre semana a Madrid, para volver a su puesto de trabajo en Alicante los fines de semana. De hecho, este periódico informó hace meses del impago de Ana Botella, que abandonó la alcaldía sin saldar la deuda contraída con la Sociedad de Ciencias de Aranzadi.
Las cuentas ya están al día, pero a la ciencia le ha costado imponerse a la política. Recuerden el 17 de marzo de 2015. En el Ayuntamiento de Madrid estaba convocado el mundo. Aquella jornada Francisco Etxeberria tenía a los políticos de su parte. Ocupaban la primera línea de butacas de la sala de prensa del consistorio, ansiosos por escuchar al científico decir lo que ya sabían.
Ansiosos, interrumpieron con sus aplausos las palabras del antropólogo forense. El hombre serio, poco acostumbrado al halago y al calor político cuando exhuma los cuerpos de las víctimas de la guerra civil, acababa de dar el titular que necesitaban los de la primera fila. Creían cerrar así una de las acciones más estrafalarias de los últimos días de Ana Botella como alcaldesa de Madrid.
“Es posible”, dijo Etxeberria -subrayando lo que no es más que una hipótesis-, que entre los restos de los 17 individuos que componen el famoso osario, encontrado en la recóndita esquina de la cripta del convento de las Trinitarias, estén los restos de Miguel de Cervantes y esposa. “Algo de Cervantes hay”. Fue el archivero y bibliotecario Francisco Marín Perelló quien aportó el registro del enterramiento, la pieza documental que probaba que alguna de esas esquirlas eran las del escritor.
La ciencia era prudente, la política no. “No podemos hablar con certeza absoluta, porque no hay ADN”, advirtió el antropólogo, máxima figura de la Sociedad de Ciencias Aranzadi. Ana Botella, en plena euforia, prefirió lanzarse a la piscina que ella misma había decorado: “Hoy es un día importante para España y para nuestra cultura”. Lo intentó en multitudinaria rueda de prensa, pero no lo logró. No podía pasar a la Historia, porque no había ADN. Cervantes está, pero no lo encontraron. Sin embargo, tenían entre manos algo mucho más sorprendente.
Huesos sin calcio
Una vez pasó aquel día de ecos internacionales, los científicos regresaron a sus tareas. Gratis. Abandonarlo habría sido una “temeridad científica” -a pesar del menosprecio de las autoridades-, porque analizaban los restos esqueléticos y momificados de los niños hallados. “Es la colección más importante conservada en Europa de esa época”, contaba Etxeberria a este periódico. “Es otra dimensión de la investigación importante que ha surgido con motivo de la investigación del suelo de la cripta".
Cada vez que sacan un cuerpo lo ponen sobre la mesa del laboratorio de campaña y rellenan las fichas con la edad estimada y las patologías del individuo. Los huesos de las piernas de estos niños están combados, porque no pueden soportar el peso del cuerpo debido a su falta de calcio. Huesos de cristal: cuando el niño empieza a andar, el hueso se deforma. El raquitismo está presente en toda la muestra, sin distinción de clase social.
Complica todo el proceso, pero tienen prohibido sacar algo de la cripta que pertenezca a la cripta. Es extraordinario. Así fue como lograron convencer al arzobispado de Madrid para que les facilitara el permiso de entrada. “Hemos hecho un trabajo de primera, con los medios que teníamos… que no era la NASA”, dice María Paz. En cualquier otra excavación arqueológica los restos se depositarían en un museo. No habrá turismo funerario, porque de la cripta no saldrá nada. Tampoco Cervantes, cuando se le encuentre.
La cripta de las Trinitarias escondía un mensaje envasado y conservado al vacío, lanzado hace dos siglos con la intención de ser inmortal, de impactar en algún momento contra el rompeolas de las casualidades. Sabemos que los tesoros enterrados no llevan oro y piedras preciosas, sino testimonio y pasado, la claridad de la riqueza de la voz de quienes fuimos y lo que sentimos. Rastros de nuestras esperanzas y dolores encerrados en un frasco de cristal, con una nota en su interior, en la que se lee el nombre del niño muerto, el de su padre y la fecha del fallecimiento. Un padre roto por la muerte de quien le dio la felicidad cuando nació, que vuelve a su hijo inmortal en un papel... por si acaso.