Malpaso es la editorial con la que el futbolista Miguel Pardeza (La Palma del condado, Huelva, 1965) quiere que olvidemos su pasado como futbolista para hablarnos de fútbol y vida. Lo hace con el mejor disfraz posible, el de una editorial muy literaria, capaz de neutralizar los prejuicios que se desatan ante una autobiografía (de ficción) escrita por una de las banderas más patrias, la Quinta del Buitre. La entrevista arranca con un lacónico: "Una cosa es lo que unos quieren ver en ti y otra distinta tus necesidades íntimas". Esa es la tensión que electrifica Torneo, un libro retorcido y sarcástico, resistente a la alegría, donde Pardeza expía su pasado más adolescente con explosiones de calado.
"El prurito de perfección se emboscó en mi alma como un veneno, de modo que llegó un momento en que, en contra de lo que siempre había pensado, dejé de ser el arquitecto y artífice de mi propio destino para convertirme en su esclavo". Prosa medida, trabajo de intensidad, para desvelar sus primeros años como futbolista, en los que el miedo abusó de él, y en los que pronto asoma un dilema tan particular como compartido: la libertad como esperanza y amenaza.
El ser humano está condenado a reinventarse constantemente
La cita con el exjugador de fútbol es en la librería Lé (Madrid), donde va todas las semanas a comprar libros. Rodrigo, el dueño, le reconoce como un lector que sabe muy bien lo que quiere. Viene prescripto de casa. Es un lector obsesivo. Apura de manera frenética las lecturas que se le presentan. No importa si se trata de literatura esotérica. Maradona en el campo y Sebald en la literatura. No quiere verse como tal, se revuelve sólo con mencionarlo. Quizá, sea un okupa que ha asaltado el palacio de las letras para jugar a las máscaras con nosotros.
El futbolista que se hace pasar por autor, el lector que se refugió en los libros, el niño que encontró en la biblioteca pública la puerta a una dimensión ausente en casa de sus padres, salta al terreno. Porque si el jugador que no juega no existe, el escritor que no publica, tampoco. Y Pardeza necesitaba publicar Torneo, como quien ajusta cuentas con el rastro de su historia. "El ser humano está condenado a reinventarse constantemente", cuenta el autor.
"En mi caso, además, me he dedicado a una profesión que te obliga a retirarte muy joven y a reinventarte desde cero. Llega un momento en el que te tienes que ir y eso supone un trauma importante. Debes convertirte en otra persona", asegura el autor que ha recibido hace unas semanas el galardón de Alumno distinguido de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza, donde se licenció en Filología Hispánica (con tesis doctoral dedicada a la obra de César González Ruano).
Los libros, el refugio
Es un libro lleno de vivencias y anécdotas sobre sus inicios o los del personaje que ha ido construyendo, con sus propias referencias y los límites que le ha permitido su imaginación. Era un niño de Huelva lleno de ilusiones, que se creyó todo lo que leía en la residencia en la que vivió cuando llega a Madrid de joven. El refugio contra la desolación de los inicios de una trayectoria deportiva impecable fueron los libros.
"Al escribir no me interesaba hablar de fútbol, sino de la condición humana. Al final, decepcionaré a todo el mundo: no le gustará a la gente del fútbol ni a la gente de la literatura", dice con sorna el autor, que ha llegado de impecable Armani a su cita. No es común una entrevista a un escritor que reconoce su vida afortunada. En Torneo no parece temer entrar a hurgar en las harinas de la construcción de una identidad, ni a lo difícil que es crecer y madurar sobreviviendo a la duda. Pardeza camina valiente y certero por estos asuntos.
Siento un gran pesimismo por lo que veo y quiero pensar en un mundo mejor. Quiero creer, pero hay algo que me impide creer
¿Y qué experiencia tiene de la condición humana? "Bueno, yo soy más bien pascaliano. Me cuesta creer en el ser humano, pero tengo ramalazos de optimismo. Vivimos mucho mejor que hace 50 años y nuestra evolución es aceptable, pero arrastramos miserias que nos avergüenzan. Siento un gran pesimismo por lo que veo y quiero pensar en un mundo mejor. Quiero creer, pero hay algo que me impide creer… soy unamuniano. Hay miserias irreductibles en el ser humano, como el egoísmo y la ambición. Se perpetúan en el tiempo y no le damos solución".
El libro arranca con cita a Nietzsche ("Hablar mucho de uno mismo es también una manera de ocultarse") y sacude con desdén las bases sociales que hacen imposible una vida en libertad: "El decoro, el mutilador 'qué dirán' y la Iglesia no dejaban ninguna otra alternativa a esa cruz de obediencia", escribe. No es panteísta y cree "en el individuo". "La salvación empieza por uno mismo. No creo en las grandes corrientes que tratan de salvarnos a todos", explica a EL ESPAÑOL.
Quizá por eso, reconoce, le acusaban de ser un "individualista irredento" sobre el campo. "El fútbol propicia egoísmo, el triunfo personal por encima de todo y una ambición desmedida", asegura, pero recoge velas rápidamente para no ponerse muy sartriano, "que ya lo fui de joven". "El fútbol no tiene ideología, es una expresión del alma humana. Claro que el fútbol se instrumentalizó durante el franquismo, pero también pasó en los países soviéticos. El fútbol no está libre de la herida política, ni está libre de ser utilizado con objetivos políticos", cuenta.
Esto no es jauja
"Nunca me he considerado trabajador". No es jauja, por las exigencias y las presiones, pero es un mundo elitista. "Trabajar, trabajar, trabajó mi padre. Trabajar es levantarse a las siete de la mañana y volver a las doce de la noche para sacar adelante a su familia. Yo no he trabajado, he sido un privilegiado". ¿Se imagina su vida como escritor? "Claro. Si fui jugador fue porque me empeñé y porque tenía condiciones. No me habría importado ser escritor".
También con sus penalidades. "El escritor vive en condiciones muy apretadas. El mundo del libro nunca ha vivido en la abundancia. Escribir en este país siempre ha sido llorar, como decía Larra". Afortunado en el fútbol, afortunado en la literatura. "Uno escribe para saciar los rescoldos de vanidad que le puedan quedar. Y si a alguien le sirve mi experiencia, el libro ya vale".
A lo mejor está mal que yo lo diga, pero siempre me he opuesto a esa idea condenatoria de que el futbolista sea una gran imagen
¿Quiere decir que es un autor de compromiso público? "No. Sinceramente. Lo del intelectual comprometido es una idea superada. Un escritor es un ciudadano que está en el mundo y el compromiso no es tanto del escritor como del ciudadano. Un escritor lo que tiene que hacer, sobre todo, es escribir bien y hacer buenos libros", asegura. ¿Y el futbolista, tampoco debe ser ejemplar? "A lo mejor está mal que yo lo diga, pero siempre me he opuesto a esa idea condenatoria de que el futbolista sea una gran imagen. Uno, en nombre de esa responsabilidad social, no tiene que asumir papeles que no van con él", dice. "El futbolista es muy joven, un ser humano con sus debilidades y sus apetitos. No puede comportarse según unos cánones. En ese sentido soy un libertario y me he negado a practicarlo".
Cuenta que en cualquier libro el que queda retratado es el autor, por eso aparece ese niño en Torneo que quiere llegar a ser algo, que se cree unos códigos inviolables, que reprime su libertad de expresión y que al hacerlo se convierte en un ser cada vez más pequeño e invisible. "La gente prefiere no ser libre, sino que le digan lo que tiene que hacer", dice, pero también apunta que la soledad y la libertad absoluta es aterradora.
Yo tengo algunas ventajas. Me las ha dado el fútbol. Tengo una libertad de movimientos que de otra manera no podría tener
¿Usted es libre? "Yo tengo algunas ventajas. Me las ha dado el fútbol. Tengo una libertad de movimientos que de otra manera no podría tener". Esa libertad se cuela en el mestizaje de géneros, en sus lecturas y escrituras, desde el ensayo a la autobiografía. "Nunca he sido muy amigo de las purezas", insiste Pardeza, que se define como "anarquista ilustrado", contenido, al que no le importa que los libros le mientan siempre y cuando se lo crea.
Dichosa coincidencia paronímica que hace cruzarse en nuestros oídos a rareza con pardeza. "Es un sambenito que he arrastrado toda mi vida. Pero soy un raro domesticado. La vida me ha domesticado: antes era más salvaje en mis planteamientos. La edad te hace más conservador". El centro es una deriva de la madurez. "Nos hacemos mayores", ya saben...