Permítanme plantearles un enigma. Un hombre joven y extremadamente inteligente abandona sus estudios superiores y se aleja de sus orígenes respetables y acomodados para no regresar. Durante su posterior existencia errante escribe algunas de las novelas más brillantes en lengua inglesa del siglo XX. Sin embargo, renuncia a cualquier reconocimiento público o pertenencia a comunidad alguna y prefiere vivir en el más estricto anonimato. ¿Qué puede llevar a una persona a tomar un camino semejante? ¿Hablamos de un valiente lúcido o de un loco de remate? Es difícil calificar a Thomas Pynchon (Nueva York, 1937), es un enigma que sólo puede resolverse a través de su caleidoscópica obra.
La huida: planteamiento de fondo
Pynchon fue un joven brillante, un modelo de flecha recta, expresión norteamericana que designa al que va directo al éxito. Sin embargo, con 20 años huyó del disparate que quería imponerle la élite del sueño americano. Él era un “buen chico”, alguien que no podía traicionar sus orígenes de rancio abolengo (los Pynchon se remontan a los primeros emigrantes anglos de Norteamérica e incluso hubo notables entre ellos antes en Europa), pero que aún menos podía traicionar su propia inteligencia (sus expedientes académicos han desaparecido, aunque es probable que fuera un superdotado) y ponerla al servicio de algo en lo que no creía.
Su crítica sarcástica contra una vida convencional, contra la “buena sociedad” de la que procedía, desvela las tripas del sistema
Este conflicto pudo haberle llevado a huir de entrada. La huida es el síntoma de la fobia, en su caso probablemente, el temor ante la posibilidad de encerrarse en el corsé de tener que justificar lo injustificable para mantener el statu quo.
Pynchon sale por los márgenes del sistema cultural y desde la marginalidad comienza a hacer saltar por los aires los presupuestos establecidos. Su crítica sarcástica contra una vida convencional, contra la “buena sociedad” de la que procedía, desvela las tripas del sistema. Lo hace sin levantar sospechosas, como el bufón del reino, el loco que dice las verdades y hace reír con ellas. Pero el mensaje cala en el inconsciente, aunque se banalice, desconcierte o se rechace. Se extiende lenta, inexorablemente.
El vagabundo y la creación literaria
En el arranque de El arco iris de la gravedad -su novela más celebrada- aparece Pirata Prentice, un personaje que tiene la facultad de hacer suyas las fantasías y los sueños de otros. Pirata relata un sueño que había tenido pero que dice ser de otro (¿quizás del propio Pynchon?) y que explica de forma simbólica muchos elementos de la personalidad del autor.
En el sueño se ve ante una fuente en un parque rodeada de bancos en una ordenada y larguísima fila. Dos chicas exploradoras regulan el mecanismo de la fuente y al agacharse se les ven las bragas. Aparece entonces un vagabundo, que en el sueño se describe como un “desabotonado y baboso indeseable” que las mira bombear agua y luego dice socarrón al pirata: “Su chisme va a darle una noche de lo más ardiente”.
El vagabundo que hay en él, el comportamiento fugitivo sin techo fijo, producto de la huida, le resulta despreciable
La fuente representa la capacidad de expresión artística en Pynchon, el surtidor de su conciencia, que está dirigida por la inspiración (las exploradoras desconocidas), las musas en una versión más actual y divertida. El vagabundo que hay en él, el comportamiento fugitivo sin techo fijo, producto de la huida, le resulta despreciable, sin embargo, está presente en el proceso de la creación literaria y la aprecia. Es como si detestase vivir como un vagabundo, pero eso no interfería en su creatividad.
Por último, parece ser que Pynchon escribía de noche y su “chisme”, el mecanismo de la fuente, se refiere a su a su capacidad para escribir historias de forma apasionada por las noches. Historias que podrán ser contempladas después por muchas personas.
Desdoblar aún más la realidad, sin una imagen del mundo que permita asimilar todos los fenómenos que aparecen en la vida
Posteriormente, la huida como forma de eludir un conflicto se complica. En ocasiones, la fobia y la manía, dos tipos de neurosis, pueden derivar en aspectos psicóticos o psicosis si la ilusión que está de fondo en ellas permanece y lleva a una crisis sin solución. Esto pudo haberle pasado a Pynchon. El uso de drogas o medicamentos suele ser el factor desencadenante de este proceso patológico. Desdoblar aún más la realidad, sin una imagen del mundo que permita asimilar todos los fenómenos que aparecen en la vida, es un riesgo mayúsculo y un recurso desesperado.
Con facilidad, uno puede perder pie y romper el equilibrio en el que conviven la locura asumida con la lucidez. No resulta extraño que dos escritores tan afines en sus obras como Pynchon y David Foster Wallace tengan en común estos aspectos neuróticos de fondo, que pudieron desembocar en una psicosis. Aunque en el caso de Pynchon, con la posible influencia de la fobia, la psicosis se manifestó en forma de paranoia. Parece que supo manejarla mejor que Wallace.
La paranoia como recurso literario
La paranoia aparece continuamente en todos los relatos de Pynchon en la forma y en el fondo. La paranoia como estado natural y efecto de verse continuamente envuelto en todo tipo de conspiraciones. La paranoia es una forma de psicosis. Según W. Odermatt, psicoanalista suizo, en la psicosis hay una escisión de la personalidad provocada por una crisis sin resolver.
La crisis en estos casos es el dilema ante la decisión de asumir o no la cultura que ha revelado su limitación y su perversidad a una mente inteligente. El psicótico se debate siempre en esta disyuntiva: ahora sí, ahora no, estoy dentro y estoy fuera, al tiempo.
En el paranoico se dispara la ilusión de conectar entre sí cosas que, en esencia, se hallan en diferentes planos de la realidad
La palabra paranoia procede del griego y significa locura, la locura resultante de una falsa ilusión, una representación equivocada de lo real. En el paranoico se dispara la ilusión de conectar entre sí cosas que, en esencia, se hallan en diferentes planos de la realidad, por ejemplo, la ilusión de ser perseguido. Hay algo que persigue al sujeto, pero no en el exterior, la persecución tiene lugar en su conciencia y en un plano más allá de ella.
Esto da lugar a ver conspiraciones y tramas que se encuentran sólo en la conciencia del paranoico, aunque reflejen, además, una alegoría de la sociedad. Y de esto se sirve Pynchon, de esta alegoría que nos toca porque todos nos sentimos amenazados de forma inconsciente, porque resuena con la gran paranoia colectiva que se vive en la actualidad.
Es la tentación de refugiarse en la seguridad del sistema cultural. Por eso huye, aunque no le guste, siempre fiel a su compromiso con la libertad
En El arco iris de la gravedad se describe a Slothrop, el personaje central en repetidas ocasiones como un paranoico: “Falsificaciones, procesos de un pensamiento distorsionado… Los resultados lo muestran con toda claridad: está psicopáticamente desviado, es obsesivo, un paranoico latente”.
Pynchon se asoma permanentemente a la perturbación paranoica porque la conoce bien, la siente como un perro rabioso en su interior, siempre a punto de morder, siempre acechando. Es la tentación de refugiarse en la seguridad del sistema cultural. Por eso huye, aunque no le guste, siempre fiel a su compromiso con la libertad, porque, en el fondo, se siente débil, propenso a ceder y sabe que el tributo a la caída es la locura. Juega en el límite y exorciza los demonios en la escritura como forma de expresión.
El otro lado del espejo
Las novelas de Pynchon tienen un componente hipnótico. Si uno se deja llevar por esa sucesión de destellos -a veces con apariencia incoherente- y no desiste irritado ante la falta de lógica lineal de los relatos, surge una fascinación especial. El autor lleva a otra percepción de la realidad, al otro lado del espejo, desde el que se capta el sentido de una forma más simbólica e intuitiva, más integral.
Esa es la grandeza de Pynchon: convivir con la locura sin ceder a ella, explorar el palpitante y evanescente ser
Pynchon renuncia al entendimiento como factor de reconocimiento del mundo que nos rodea y abre las puertas a la percepción sensorial, a la fantasía y el delirio, a los límites de la razón. Y desde ahí, ya agotado el lector, el mensaje polimórfico surge por sí mismo: hay más mundos posibles, las diferentes dimensiones de la realidad se manifiestan con crudeza y uno se siente desbordado.
Rompe los esquemas del lector, dinamitado su imagen del mundo. Esa es la grandeza de Pynchon: convivir con la locura sin ceder a ella, explorar el palpitante y evanescente ser, más allá de la conciencia personal y colectiva. Y lo hace como un pionero, a solas, cargando únicamente con lo puesto y sin temor a las consecuencias. Sólo atento al próximo paso, a no extraviarse de sí mismo en ese entorno de gelatina estructural. La coherencia no está en el relato, sino en seguir siendo él mismo siempre: auténtico, insobornable y, sobre todo, libre.
* Francisco Llorente es psicólogo profundo