Desde el miércoles hasta hoy, Avilés ha sido la capital de la literatura de terror, fantasía y ciencia ficción del país. Y no se trata de un reto baladí, en una región que vive toda una efervescencia de iniciativas en torno a los géneros más populares de la cultura popular: la omnipresente y monumental Semana Negra de Gijón, por supuesto, pero también otros festivales como el Metrópoli, en la misma ciudad, o los distintos certámenes de cómic y cine que se suceden en el Principado.
Sin embargo, en sus cinco años de historia, el Celsius 232 (nombre tomado de adaptar a nuestro sistema de medida de temperatura los famosos Fahrenheit 451 de la novela de Ray Bradbury), ha logrado hacerse un hueco que llega muy dentro del alma de los amantes de la fantasía. Puede que no sea el que maneje el presupuesto más espectacular, ni el que tenga un montaje más apabullante, pero en su corto período de vida ha conseguido atraer a los nombres mayores del género: George R.R. Martin (que puso el pie en Avilés justo cuando el fenómeno Juego de tronos comenzaba a desbordar los estrechos márgenes de los conocedores y disfrutó de una buena fabada), Patrick Rothfuss, Joe Abercrombie, y una larga lista. Y siempre, con una entusiasta respuesta por parte del público.
¿Cuál es el secreto? En gran parte, las tres personas que están al frente del certamen, Jorge Iván Argiz, Diego García Cruz y Cristina Macía, entusiastas guerrilleros culturales con una enorme experiencia a sus espaldas, que les ha dado unas repletas agendas dignas de la envidia de cualquier aficionado al género. Y donde no llegan las agendas, lo hace su arrojo: a pesar de que hace mucho tiempo que Stephen King no acepta invitaciones para asistir a festivales fuera de Estados Unidos, todos los años su agente recibe la insistente invitación desde la costa asturiana. Y parece claro que, si alguien puede llegar a conseguirlo, serán estos tres.
Un entusiasmo contagioso, que logró convencer al Ayuntamiento de Avilés y a instituciones y empresas como la Fundación Telefónica, el Plan de Fomento de la Lectura, la editorial Gigamesh, el Gobierno del Principado y el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Y no menos importante, a una legión de voluntarios que cada edición comparten sus aficiones y su experiencia con todos los visitantes: de las diversas organizaciones que agrupan a los fans del universo Star Wars, a maestros del cosplay, la Escuela Asturiana de Esgrima Antigua, o escritores y editores que, lejos de dejarse llevar por un mal entendido sentido del glamour, se arremangan y montan talleres para niños (por ejemplo, unas Sofía Rhei o Ana Campoy que parecen clonadas por la ubicuidad de su presencia en los diversos escenarios), jóvenes y adultos.
Porque quizá lo más distintivo del Celsius es que aquí, aunque también se esconden pokémons que son convenientemente cazados por el público asistente, y a pesar también de que otros mundos como el de los videojuegos, las series o el cine de serie Z (especialidad esta última de Jesús Palacios) están muy presentes, el peso específico, la masa crítica, sigue descansando en la literatura. A lo largo de cuatro días, se presentan más de un centenar de libros, cuyos autores están también a disposición de los lectores, incluso tomándose una sidra en alguna terraza cercana. Si de algo puede presumir este festival es del ambiente de cercanía que se forma entre todos los agentes que participan en el proceso libresco: el de los que escriben y el de los que leen.
Y es, también, transversal en los intereses y la edad. Este año Abercrombie, Kevin J. Anderson o David Mitchell comparten escenario con nombres autóctonos como los de Luis Alberto de Cuenca, Fernando Marías y su troupe de los Hijos de Mary Shelley o Cristina Fernández Cubas. Y, aún más importante, rompen el absurdo prejuicio que los más anquilosados del sector mantienen con respecto a los youtubers: estos días, nombres como los de Javier Ruescas o Sebas G. Mouret encabezan la representación de esos nuevos prescriptores de lecturas que están aquí para quedarse.
Quizá nada simboliza más lo que es el Celsius que la comida pantagruélica, un clásico del sábado en el que, al estilo de un banquete de viñeta final de un álbum de Astérix, todos, escritores consagrados y por descubrir, fans recién llegados, público y editores varios comparten mesa y plato en una plaza pública sobre bancos y tablones, en lo que es una auténtica fabada fantacientífica. Y lo mejor es que, de esa manera, se reivindica la capacidad de diversión, imaginación e ilusión que es capaz de despertar una literatura que todavía levanta demasiadas cejas entre los más recalcitrantes. Una buena pasada por los escenarios del Celsius, a buen seguro, les ayudaría a revisar sus ideas. Y por si quedara duda: sí, aquí también se ha hablado del Quijote.