Lo más notable del “caso Frisa” está en el texto de autodefensa que se vio obligada a realizar de sí misma y de su obra 75 consejos para sobrevivir en el colegio (Alfaguara).
El caso: un grupo de gente (que creció de dos o tres a decenas de miles en pocos días) acusa a la autora del libro, María Frisa, de promocionar el sexismo y estimular el bullying y pide a través de las redes sociales a su editorial la retirada del libro de las librerías. Esto sirve, sin duda, para analizar la lógica del alarmante fenómeno del linchamiento digital y también para aprovechar y que muchos nos enorgullezcamos públicamente de defender a una escritora de la censura y nos identifiquemos con la bella causa de la libertad de expresión.
Pero lo que más luz arroja sobre nuestra sociedad y sobre nosotros, los padres bien intencionados de hoy, se encuentra en determinadas palabras que Frisa eligió usar en su defensa. Más concretamente, en una expresión que salta como una araña sobre los ojos del lector: “FINALIDAD EDIFICANTE”. Vale la pena detenerse en la frase entera en la que aparece. Es una frase que sintetiza bien el sentido global de la autodefensa de Frisa: “He utilizado el recurso del humor y la ironía para atrapar la atención de los lectores pero siempre, en último término, con un finalidad edificante”.
Lo incorrecto
Lo curioso es que la escritora no se defiende exactamente con el mismo tipo de argumento con el que la defendieron libreros, autores y editores: el sentido del humor, la ironía y lo políticamente incorrecto son partes esenciales de la ficción literaria, incluida la infantil.
Según todos estos profesionales ningún clásico (desde La bella durmiente a Snoopy, pasando por El pequeño Nicolás hasta Sandokan) pasaría el examen de los actuales linchadores digitales. Una obra de ficción tiene derecho a ser irónica humorística y, en general, políticamente incorrecta. La escritora se apoya en este argumento, pero al ocuparse a continuación de aclarar que el sentido del humor y la ironía tienen una finalidad edificante, el sentido de su defensa cambia totalmente. Porque tener una finalidad edificante sería el verdadero pasaporte de la escritora al perdón.
Frisa confirma así con nitidez (quizás sin querer) la idea fundamental de sus acusadores, su “valor” central: la literatura infantil debe tener una finalidad edificante. Sean cuales sean sus recursos, el libro infantil debe, en último término, educar a sus lectores.
Lo edificante
¿Es legítimo el reinado de este valor absoluto de lo edificante en algo como la literatura? En la literatura que consumen los adultos está bastante claro que no se presupone esta “finalidad edificante”. Tanto por el lado comercial-popular del consumo de ficción como entretenimiento (escapismo), como por el lado del consumo de literatura sofisticada, como refinamiento espiritual elitista-crítico, la “intención edificante” no parece ser un imperativo tan relevante.
En cambio, en el caso de los niños la cuestión es tan central, como lo expresa la propia defensa elegida por Frisa: el único modo de legitimar el uso de la ironía, el humor y lo políticamente incorrecto en un libro infantil es declarar que en realidad, todos esos recursos no tienen un valor en sí mismos (entreteniendo, haciendo reír o consternando), sino que sólo son medios para (captando la atención del lector) realizar su finalidad edificante. La literatura infantil sería así una especie de catecismo secular. No es extraño que la literatura sea superada en la elección de los niños cada vez con más facilidad por otras actividades no tan sometidas al imperativo de lo edificante.
Trabajando de librero se puede ver en vivo cómo muchos padres y educadores buscan libros para niños describiéndolos directamente, sin tapujos, como si fueran meras herramientas para la educación del niño lector. “¿Me recomiendas alguno para trabajar el duelo?”. “¿Qué cuento chulo tienes para trabajar la discriminación de género?”.
Lo indomesticable
Uno termina imaginando a los cuentos como verdaderas pinzas y llaves con las que el padre o el profesor agarra de la nariz o de las orejas al niño lector y tira y afloja y ajusta y lo va formando, fabricando correctamente. El imperativo de lo edificante en la literatura infantil parece otro avatar de ese fantasma que (ya dijimos) recorre nuestra era: la idea de hijo como obra.
Desde ese punto de vista, el valor fundamental de un libro para niños hoy sería darle buenos consejos al lector. Extremando esa mirada se puede ver a todos los cuentos infantiles contemporáneos como si fueran en realidad libros educativos camuflados en formato de ficciones. Como los del elefante multicolor Elmer con el que se trabaja muy bien la “diversidad” y la “tolerancia” o los de Las tres mellizas que trabajan guay los celos y la curiosidad; y así sucesivamente, con cada cuento.
Quizás el procedimiento de Frisa anticipa una época oscura donde todos los libros infantiles tienen ya solo forma de libros educativos porque el sentido común triunfante es el de “lo edificante”
En 1936 el gran filósofo inglés Michael Oakeshott publicó un libro paródico de lo más inhabitual en un intelectual serio: A guide to the classics or how to pick the Derby era un manual minucioso sobre carreras de caballos, bajo cuyos consejos supuestamente el lector sería capaz de elegir el caballo ganador en el Derby de Epson. Por supuesto, nadie podía ganar en las carreras gracias a ese manual; el libro era una burla letal al rubro ya entonces en ascenso de los libros de consejos, de la futura industria de la autoayuda. Y más en general (de eso iba la filosofía de Oakeshott) se trataba de una crítica al racionalismo moderno desatado que creía poder domesticar todos los ámbitos de la existencia humana mediante reglas o consejos.
En el caso Frisa, -y esto es al final lo más interesante-, el “camuflaje” entre ficción y libros de consejos se da justo al revés que en los actuales cuentos infantiles que “trabajan” la educación de los niños: “75 consejos para sobrevivir en el colegio” es, según su autora, una obra de ficción camuflada en formato de libro de consejos. Quizás el procedimiento de Frisa anticipa una época oscura donde todos los libros infantiles tienen ya solo forma de libros educativos porque el sentido común triunfante es a tal punto el de “lo edificante” que no queda más remedio que esconder la magia indomesticable de la ficción en meras listas de consejos.