Ni Yerma ni la casa de todas las Alba, Los sueños de la prima Aurelia hubiera sido el personaje fetiche de Federico García Lorca si la guerra le hubiera dado un respiro. De hecho, la historia de esa mujer soñadora (una muchacha casadera, encerrada en un pueblo pequeño, rodeada de más mujeres solas que no encuentra un novio a la altura de sus novelas románticas ni de su pasión por el teatro) ocupó en su mente y en sus manos sus últimos momentos antes de que lo fusilaran.
El genio granadino se inspiró en su propia prima, con la que montaba obras de teatro de pequeño y que cantaba como los ángeles. Y hasta quiso hacerse niño para meterse en la obra, con nombre y apellidos, para decirle a esa mujer que la amaba. Sin embargo, el único pretendiente posible para Aurelia es un terrateniente que sólo sabe de números y que hasta se atreve a decirle que no sabe leer. Y Aurelia sólo quiere a alguien que la lleve al teatro. "Cómo se puede vivir sin leer novelas y sin ir al teatro", resuena la voz de Lorca en boca de Aurelia.
En esa asfixia social, muy típica de las obras de Federico García Lorca, llega el carnaval. Y un gondolero enmascarado canta una canción de amor a la prima mirándola a los ojos... Y no sabemos más. Los sueños de mi prima Aurelia, más bien el primer acto y un diálogo extra que es lo que se conserva, eran las hojas que viajaron con Federico García Lorca en el tren de Madrid a Granada, en una huida hacía la muerte. También estaban en la carpeta que guardaba en su escondite en la casa de los Rosales, pensando que allí estaría seguro, y quién sabe si hasta se colaron en su última mirada antes de ser asesinado en una cuneta que sigue dando esquivo.
Meses antes de su muerte, el propio autor se vanagloriaba de que estaba escribiendo una obra maestra. Había pensado hasta en dos actrices famosas de la época para su estreno, y en declaraciones a la prensa advertía de que estaba escribiendo una trilogía granadina con los sueños de su prima en el centro. Así que el tiro de madrugada, en el camino de Víznar, no sólo acabó con la vida del artista, sino también con los sueños de una prima que planteaba un debate innovador en esa época entre la evasión del teatro y el carnaval y la realidad de un pueblo que la asfixia.
Meses antes de su muerte, el propio autor se vanagloriaba de que estaba escribiendo una obra maestra. Había pensado hasta en dos actrices famosas de la época para su estreno
Pero el destino aún le reservaba a Aurelia un encierro más mundano que el de no saber cuál sería su destino. Después del 18 de agosto de 1936, todo lo que olía a Federico García Lorca en Granada acabó debajo de un colchón, si se le tenía estima al poeta, o se quemó directamente, si el contacto no era mayor. Además, la familia no estaba muy por la labor de sacar algunas de sus obras más revolucionarias fuera de España, bien por miedo bien por pudor, y la historia de su propia sobrina, soñadora, fantasiosa y de la que Lorca se declaraba enamorado siendo niño, no iba a ser menos.
Por eso no fue hasta 1987 (más de 50 años después de ser concebida) cuando la historia de Aurelia salió a la luz. El acto que se conserva no tiene apenas tachones, los diálogos son completos, los personajes están perfectamente definidos y el carnaval, que ha entrado en escena, anticipa la "bofetada terapéutica" para la pobre Aurelia que Lorca desvelaba en sus últimas declaraciones en los periódicos antes del estallido de la Guerra Civil.
Los críticos literarios sueñan con que el resto de la obra, que se adivina terminada si uno lee el primer acto, aparezca en un cajón o en un legajo que aún esté sin abrir o mezclado con otros papeles. Esas casualidades son las que convierten la suerte de una obra en vida o muerte y Aurelia, parece querer vivir.
Mientras tanto, en España se ha representado esta obra inconclusa como un viaje hacia las últimas horas de vida de un genio que era capaz de pergeñar una obra maestra en varias noches de delirio, de ponerle voz y rostro a las ansias de libertad, a vivir la vida que cada uno quiere sin tener que someterse a una sociedad encorsetada.
Algunos, incluso se atreven a asegurar que Los sueños de mi prima Aurelia, su debate quijotesco entre la realidad y "su" realidad, la libertad enmascarada que arremolina el carnaval y la bofetada final que anticipa Lorca, hubieran convertido a esta obra en emblema para el teatro europeo del momento y del futuro, haciendo temblar hasta a La señorita Julia. Otra cosa más que nos arrebató la guerra.