Elvira Navarro (Huelva, 1978) ha escrito la novela que recrea la muerte de la cultura en España. Los últimos días de Adelaida García Morales (Literatura Random House) es un libro que confirma la imposibilidad del pacto entre la cultura, la educación y la política en este país: “España está orgullosa de su ignorancia”, dice la escritora a este periódico, en referencia a las razones históricas que han convertido al pueblo español en una masa sin ilustración. “Las élites han propiciado un pueblo ignorante, sin un sistema educativo riguroso”, añade.
La escena que da origen a este relato de ficción apoyado en la realidad: vemos a Adelaida García Morales (1945-2014), escritora de éxito en los años ochenta gracias a la novela corta El sur (adaptada al cine por Víctor Erice) o El silencio de las sirenas (Premio Herralde de 1985), con casi setenta años, arruinada, pidiendo 50 euros a la concejala de cultura para ir a ver a su hijo a Madrid. Se los niega. A las pocas semanas, muere.
Navarro entrega a la política la responsabilidad de mantener con vida a los creadores, una tarea que se descubre imposible
“La mujer que tiene ahora delante parece una pobre. No va sucia, pero algo en ella luce largamente descuidada, como la fachada de un edificio cuya pintura se deja caer”. Esa es Adelaida en la imaginación de Elvira, esa es la Cultura tal y como la imaginamos. Abandonada, malograda y pedigüeña. Así es el estado calamitoso de una actividad que puede dar beneficios, pero que en esencia es una actividad beneficiosa. Para superar su desamparo necesita una población comprometida y consciente de las aportaciones que obtendría si cuidase a sus creadores… y no los dejase morir.
Navarro recrea los últimos días de Adelaida, pero la protagonista a la sombra es la concejala (que fue de Igualdad en la vida real antes de que la escritora la convirtiera a Cultura, con clara intención). En ella entrega la responsabilidad de mantener con vida a los creadores, una tarea que se descubre imposible gracias a las trampas burocráticas que el propio sistema se ha ido imponiendo hasta constituirse como un organismo incompatible consigo mismo. Navarro entona un lamento por la muerte de la cultura, resumido en este diálogo fruto del encuentro descarnado entre -perdón por las redundancias- la política inoperante y la cultura desahuciada:
- ¿Por qué no acude a los Servicios Sociales?
- Soy escritora, toda la vida he trabajado para la cultura. Sólo quiero 50 euros.
- Pero eso no le da derecho a pedir dinero en una concejalía. ¿O se cree que los artistas pueden recibir dinero de la Cultura cuando se les antoje?
“Sí, los creadores estamos en 'Urgencias', no hay duda”, dice la autora justo el día en el que un grupo de intelectuales reclama la anulación de las sanciones por incompatibilidad entre el cobro de la pensión de jubilación y de los derechos de autor. Escribir, mantenerse en activo más allá de los sesenta, se ha convertido en una amenaza para los autores jubilados. “Los creadores vivimos en una situación muy precaria. Tampoco hay dinero, porque no hay interés”, cuenta Elvira Navarro, que insiste en no dar una visión muy pesimista.
La cultura también es responsable de su muerte. “La concejala sintió de joven el rechazo de la alta cultura y se lo reprocha. Este es un aspecto clave, porque para mucha gente la cultura es algo que le expulsa. Como si sólo fuera un campo para las clases altas. Esto ha sucedido y hay que asumir la responsabilidad”. Es decir, no comparte la tesis de Mario Vargas Llosa, en La civilización del espectáculo, donde asegura que la democratización de la cultura ha acabado con ella. “No creo que la democratización vaya de la mano de la vulgarización. Para impedirlo se necesita un pueblo responsable y en España no hay, y tampoco se invierte en su educación para que esto cambie”, comenta.
¿Por qué se presentaría Adelaida en la consejería? ¿Para pedir ayuda ingenuamente? ¿Como un acto de rebeldía para señalar las grietas del sistema?
La novela también abre la ventana del futuro cultural español y encuentra una escena dantesca, donde el éxito sólo se mide por la rentabilidad de unos pocos productos, mientras el resto agoniza y muere de hambre y de dignidad. ¿Por qué se presentaría Adelaida en la consejería? ¿Para pedir ayuda ingenuamente? ¿Como un acto de rebeldía para señalar las grietas del sistema? “No lo podemos saber, pero es una anécdota muy significativa y abierta a las interpretaciones. No hay datos para interpretarlo con exactitud, no sabemos si está enajenada, arruinada...”
Realidad de mentira
Por eso Navarro -con sus temas preferidos, la precariedad, los márgenes y la autodestrucción- recurre a los testimonios que conocieron a su personaje real de ficción. Y los incluye hasta dar forma a ese Frankenstein de leyendas y anécdotas contadas por terceros. “Es muy difícil atrapar lo que es una persona. Los testimonios hacen de ella más un personaje que una persona. Por eso me interesaba más la leyenda del mito”, dice, porque la vida recreada de Adelaida es inquietante: ¿cómo puede desaparecer alguien así?
Después del éxito, la muerte. El silencio y la desaparición. Las voces aparecen dentro del rodaje de un documental que pretende recuperar la memoria y el patrimonio de Adelaida. Quienes conocieron a la autora reconstruyen una personalidad de la que no se sabe nada, a la que la autora llegó en BUP por sus libros escolares. Este libro es, a su manera, una cuenta pendiente.
No se puede primar la rentabilidad económica, porque los favorecidos son quienes no necesitan ayudas
“La tarea de los políticos es simular que los problemas se resuelven gracias a sus trámites”, cuenta la voz de la narradora con desafección. Pero la concejala se pregunta por el sentido del arte y la función de la cultura en su población. No hay conclusiones, pero ella no puede cambiar nada. Cómo hacer para que la política no apueste únicamente a lo seguro, por el producto fácil para un público fácil: “No se puede primar la rentabilidad económica, porque los favorecidos son quienes no necesitan ayudas”, cuenta la escritora. Es importante que los cánones tengan los días contados y que novelas ejemplares como Los últimos días de Adelaida García Morales muestren que otra cultura es posible.
Adelaida no trabajó nunca en otra cosa que no fuera su narrativa y sus libros, y murió aplastada por el olvido y la precariedad. “No se podía permitir vivir sólo de la escritura. Cuando se dio cuenta ya era muy tarde”, dice. Es la crónica de una muerte anunciada.