El escritor Javier Pérez Andújar (San Adrián de Besós, 1965) es un hombre con una ciudad dentro. La que le ensancha las costuras es Barcelona, centro neurálgico de su belleza y su desastre. La acarició, en todo su extrarradio, en Los príncipes valientes (Tusquets, 2007): las torres del tendido eléctrico, las chimeneas de la central térmica, el puente de la autopista, el río.
Los niños de finales del franquismo -como él- empapados de calle y de conciencia de clase, mamando compromiso de sus mayores, perseverando para que el heroísmo de barrio no se quede enterrado en la infancia. Pero también azotó a su tierra en Catalanes todos. Las 15 visitas de Franco a Cataluña (La Tempestad, 2002), donde habló de la privilegiada posición de la aristocracia y la burguesía catalana durante la dictadura y señaló a todos los listos que engordaron la billetera aprovechándose de las prerrogativas del franquismo: felices, incipientes y ricos, negociando con el caudillo durante cuarenta años de yugo.
Nada de eso se le perdona. Ese oscilar entre el retrato urbano de Barcelona -firmado con amor-, la permanente ceja levantada ante sus clases privilegiadas -especialmente, ante la forma en la que llegaron a serlo- y la carcajada amarga frente al proceso soberanista. Pérez Andújar, el independiente.
No al patriotismo
"Si oyes la palabra 'patriotismo', sal corriendo", escribió una vez. Y en ese atletismo permanente vive. Pérez Andújar es, sobre todo, un hombre libre y lúcido; un escritor -un ciudadano- al margen de cualquier manipulación política. "A esta realidad le falta juego limpio y humor, y le sobra fanatismo". Esas son sus armas. Así golpea. Y la Cataluña independentista no acaba de tragar -qué ironía- al tipo independiente. Porque emanciparse de la autodeterminación catalana significa, allí, ser un insumiso.
El linchamiento
El jueves 22 de septiembre arrancan las fiestas patronales de la Mercé, en Barcelona, y ya hay quien amasa entre las manos los huevos para apedrear ideológicamente al escritor, que ha sido elegido por el consistorio de Ada Colau para que dé el pregón. La alcaldesa apostó por él para imprimir en las fiestas populares una mirada "a la Barcelona real", más descentralizada, más metropolitana. Como esa que contaba en Los príncipes valientes; una Barcelona -la del escritor- que nunca fue menos auténtica por venir de una familia de inmigrantes andaluces. Una Barcelona que se sacude las castas, las raíces puras, las médulas dogmáticas.
Fuera de ley
"Es uno de los mejores cronistas del Besós, una parte de Barcelona que queremos reivindicar", explicó el pasado julio Colau. Pero a esa piara de odios que es Twitter -alentado por ánimos separatistas- no le apetece escuchar un discurso que se sale de la norma. Se ha lanzado a la nuez de Pérez Andújar hasta tal punto que e ha convocado un pregón alternativo, del que se encargará el imitador Toni Albá -dice que simulando ser el rey Felipe V.
Contra todos
Ahí estará el autor, en el núcleo del reproche. Tampoco le extraña: él cree que escribir es ir "contra todo y contra todos", y se muestra consecuente. Una vez comentó que tocar las pelotas le divierte mucho, porque significa que "hay un poder al que tocar": "Si alguien se siente pelitocado, es que manda". Pérez Andújar se recrea en ese cascabeleo. Viene afilando su herramienta -la palabra- desde hace tiempo: estudió Filología Hispánica en la Universidad de Barcelona, ha colaborado en diferentes programas de televisión (Saló de Lectura, L'Hora del Lector), ha sido redactor jefe de la revista Taifa, ha mutado de ensayista a novelista y ha escrito piezas para medios como El País. Desde este último ha levantado ampollas inolvidables y nunca se ha esforzado en diluirse en betadine.
Contra la masa
Es curioso que el artículo que más molesta a sus detractores -elq ue siempre citan- sea, precisamente, el que más le define. En Parque temático del independentismo -una crónica de la Diada de 2014-, Pérez Andújar señalaba que "no se veía en la calle a nadie que no fuese vestido de rojo o amarillo", y guiñaba: "Tal uniformidad la hacía parecer [a Barcelona] una ciudad en la que no valía la pena salir a la calle si no era para opinar lo mismo que todos". Eso mismo es él: un insurrecto, un anacoreta, una mancha de azul o de verde -como una eyaculación fresca y anárquica- sobre la estelada.
Fuera borregos
Definía a la masa celebratoria como "gente con sandalias y pantalones semicortos, hombres fondones con barba y barretina, jóvenes de comarcas con patillas largas, niñas comiendo bolsas de patatas fritas y la estelada a modo de capa, familias enteras que llevaban sus banderas independentistas como cuando se lleva la sombrilla a la playa...". En fin, un guirigay, un tapiz frívolo, un borregueo de tarde de verano en Benidorm. "Los policías miraban sin meterse con nadie, no como en otras manis, y cada cual acudía la tramo que se le había asignado". No: no se le perdona la mirada cítrica, a pesar de que asegura que nunca podría escribir sobre algo sin respeto. Ni a los fascistas a los que trata en Catalanes todos los descubrió sin cierta consideración: "Si no los respetase no podría escribir sobre ellos, aunque los desprecio. Hay algo en su condición humana de falangistas perdedores que me hace fascinarme por ellos", relataba en una entrevista de El Confidencial.
El aguijón independiente
Gran parte de la formación política de Pérez Andújar está basada en lecturas de escritores libertarios y marxistas. Viene de ellos, dice, aunque "cada uno se parezca más a su época que a sus padres". En realidad, encajar con los tiempos es convertirse en una pieza recortada por el sistema, y eso a él no le sale. Las aristas de su pensamiento tienen algo de aguijón; y su subconsciente sigue siendo más fiel a lo poético que a lo publicitario en unos años en los que la lírica ha sido suplantada por el marketing. "Antes decíamos 'verde que te quiero verde'; cualquiera usaba un verso tópico, aunque no lo hubiera leído. Ahora soltamos un 'me lo llevo'", reflexionó en una ocasión. Persiste. Porque, como es umbraliano, cree que todo merecerá la pena mientras se haga con estilo. Y se marcha siempre dejando esa estela -que decía Javier Egea- del que anda erguido y solo.