Barcelona

“Felices fiestas a las autoridades. Y a los que no tienen autoridad. Y a los desautorizados.” Así arrancó las Festes de la Mercè, Javier Pérez Andújar, pregonero a quien la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, presentó como “el delegado de la internacional de los bloques.” Al hablar de Sant Adrià del Besòs, municipio donde nació el escritor, la edil se refirió “a una Barcelona metropolitana olvidada con demasiada frecuencia.” Y es que por ese salón de pompa y circunstancia municipal no pasaba el río Besòs desde que en 2010 Joan Margarit leyó en su pregón un poema con su nombre: “Les finestres de nit, amb la llum groga, són ulls voltats pel rímel del asfalt…”

Pérez Andújar trajo ese río y esos barrios de vuelta en 2016 vestido con camisa grana, no roja, ante familia, amigos, periodistas y autoridades barcelonesas y de París, pues la capital francesa es este año la ciudad invitada a las fiestas patronales. El escritor se armó de ternura para empezar un discurso centrado en los libros, la escritura y la lectura. Y no se olvidó de nadie: quiosqueros, impresores, maquinistas, repartidores, secretarios, administrativos, correctores, repartidores, secretarios o periodistas. Y sobre todo, puso cuidado en no dejarse a ninguna mujer. “Felices fiestas a todas las escritoras que renunciaron a su identidad para publicar novelas populares y fueron obligadas a prescindir de su nombre verdadero, obligadas a ocultar su condición de mujeres.”

Las felicitó a todas y destacó un par de nombres que dan cuenta de quienes son las personas en quien se fija Pérez cuando habla y cuando narra: Purita Campos, ilustradora de Bruguera y Rosario Segura, secretaria de redacción de la revista TBO. “Porque toda Barcelona está metida en sus cómics.”

El mejor pregonero en veinte años

En los últimos veinte años Barcelona ha tenido pregones de todo tipo. Desde el tostón del cardiólogo Valentí Fuster, al caótico de la escritora Fátima Mernisi o el ingenioso del periodista Joaquim Maria Puyal, que emuló un programa de radio con efectos sonoros y canciones que iban de Guillermina Mota a Los Manolos; de Serrat a Peret pasando por Lluis Llach o Sopa de Cabra. Variadito, como Barcelona. El de Pérez Andújar ha estado a la altura del que hizo Maruja Torres en 1999 pero quizás porque las cosas están peor hoy que entonces, el suyo ha resultado aún más balsámico.

El escritor catalán ha recurrido a los cómics y los libros, y mucho a la editorial Bruguera, “buque insignia de la cultura popular y de la explotación del hombre por el hombre”. Hubo menos referencias musicales, pero no faltó La Banda Trapera del Río, ni la rumba de Gato Pérez, y se acordó de Josep Escobar, padre de Zipi y Zape, pero también de otro Escobar, Manolo, de quien dijo que “que vino del pueblo y se hizo millonario cantando villancicos y pasodobles.” Encendió la televisión y el cine al recordar a Constantino Romero y aunque no apareció el flamenco, su forma de entrar y salir de las sala, con la chaqueta colgando de un hombro y sujeta con un dedo, recordaba a Carrete de Málaga, bailaor al que admira y que un día le dijo: “Hay tanta mezcla en el mundo que todos somos anónimos.”

Javier Pérez Andújar junto a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. Toni Albir Efe

Ah, la identidad, eso que, como dijo otro buen pregonero de la ciudad, está extirpandole a Cataluña hasta las ganas de reír. “¿Puede ser que el debate identitario no esté arrebatando el sentido del humor?” Se preguntó Andreu Buenafuente en 2015 desde ese mismo Saló de Cent y se contestó que sí. De la identidad también habló Pérez sin nombrarla. Lo hizo cuando aseguró que en los barrios de Barcelona cabe todo el mundo y cuando le felicitó las fiestas a quienes “desean ser de Barcelona y no los dejan porque los meten en un CIE y no pueden salir.” Pérez Andújar se acordó de muchos barceloneses que nacieron fuera, como ya hizo Maruja Torres en 1999. “En la palabra ‘charnego’ podemos ver un antecedente de ‘sudaca’” dijo en su pregón la periodista sobre sus propios orígenes y deseó que pronto fuera un Rachid o una Sylvina quienes la sucedieran. Pero eso aún no ha sucedido

Apuntar al poder

Los pregones, que en su origen se inventaron para dar noticias, hace años que sólo se usan para inaugurar las fiestas. De un pregonero se espera que abra la celebración con cierta gracia, que conozca la ciudad y que, sin dar monsergas ni mítines, cargue un par de veces el cañón sin dispararlo, que la sangre desluce cualquier fiesta y con apuntar es a veces suficiente para tener al poderoso a raya. “El único cambio real es el climático”, dijo ante el Gobierno de Barcelona en Comú, en un pregón que contuvo metralla. Metralla sí, no bala, ni posta, ni proyectil que para eso “metralla” viene de “calderilla” y está hecha con trocitos metálicos y son pedacitos de daño, como las palabras.

Pérez Andújar dispara bien porque es hijo de la siderurgia, el sector más duro y más guerrero del sindicalismo y el más cabrón con los suyos. Un hijo del metal que en sus textos invoca a una segunda persona a la que llama “dulzura” y puede hacer creer que lo que dice y el cómo son nostálgicos cuando en realidad, sólo son bellos. Y todo lo bello escuece. Como cuando felicitó las fiestas “a los que se dejaron el pellejo por el punk, que ahora es en Barcelona reclamo de exposiciones” o cuando se quejó de que cosas como la planta asfáltica de Verdún no se vendan como souvenirs en la Rambla o el momento en que se acordó de que la crisis le robó la merienda a los presos de la Modelo.

Barcelona de libros

Pérez también enfoca el cañón bien porque está cerca, ejerce con Barcelona de marido, no de amante, pues esa labora ya la hicieron algunos pregoneros visitantes. Ninguno osó molestar a su anfitrión, fuera Pasqual Margall, Joan Clos, Jordi Hereu o Xavier Trias. En ese grupo, muchos creyeron que la mejor manera de piropear a Barcelona era contraponerla a Madrid y hacerla ganar en todo. Lo hicieron varios, también el crítico de arte Robert Hugues (2000): “Barcelona no se ha dejado nunca impresionar por la mentalidad del hidalgo (…) que tanto afectó al resto de España.” Tenía razón el australiano, aquí los equivalentes de la hidalguía no llevan corona ni se les llama caciques: eso son cosas del Sur, la Meseta y el Levante. No de Cataluña.

La Barcelona de Pérez Andújar es de barrio y es de calle, del Mercat de Sant Antoni y los Encantes. No muestra rabia, sólo pelea. Es una Barcelona de bibliotecarios, maestros de escuela, coronas de flores y camisas que llevan en el bolsillo bordado el nombre de la fábrica. Apenas se parece a la que dibujó Ferran Adrià en 2013 cuando plagó su pregón de palabras que todo emprendedor o no ya conoce: crisis, oportunidad, optimizar, innovar, exportar, glamour. “Felices fiestas a las gente de Barcelona que va metiéndose en líos. Porque a la ciudad se viene a eso. Porque podemos estar parados pero no quietos”, tirando de sonrisa y juego de palabras para hablar del desempleo. Esa lacra.

La Barcelona de Andújar se conjuga en presente. Habló del pasado, con amor y sin nostalgia, pero no de lo que será o vendrá. Es curioso observar como en pregones anteriores se pasó de hablar de la gloria de las Olimpiadas al futuro que prometía el Fòrum de les Cultures sin pasar por el presente. Pero el fórum se celebró y murió y nadie más lo mentó. Sólo la pobreza, la injusticia y lo complejo se narran en presente y es materia de periodistas, cronistas, es decir, de aguafiestas. Javier Pérez Andújar es uno de ellos. Este jueves recibió una ovación como nadie recordaba en el Saló de Cent. Enterneció meninges y lacrimales y terminó con una sonrisa enorme y esta frase: “Barceloneses del mundo, uníos.”

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