Perder la mirada en el mar siempre resulta inspirador y más si el ejercicio se hace desde un sitio singular. Un pequeño mirador en La Palma, en el abrupto entorno del municipio de Barlovento, ofrece una de estas vistas diferentes. Se trata de un lugar con nombre y alma, el de una escritora china que a través de sus escritos situó en el mapa de millones de compatriotas este mismo punto en el que un modesto monumento la recuerda.
Hoy, Echo Chen -o Chen Ping- (1943-1991), conocida como Sanmao, es más que un recuerdo que trasciende el pequeño conjunto escultórico. Se trata de una excusa, un lugar de evasión física e incluso mental, si quieren, para la legión de lectores en Asia que su obra tiene aún en la actualidad. Sólo atendiendo al flujo constante de ciudadanos asiáticos que cruzan medio mundo para visitar este lugar se extraña uno de que su historia -y sus historias-, por mucho que toquen España, no se hubieran podido leer aún en nuestra lengua.
En parte para paliar ese desconocimiento, :Rata_ traduce, edita y presenta estos días, tanto en castellano como en catalán, Diarios del Sáhara. Publicada originalmente en 1976, se trata de su primera gran novela de éxito y puede que su testimonio más personal. Al menos, narra sus "años más felices" en compañía de su marido, un español de Jaén llamado José Quero, y en el escenario hacia donde Echo Chen había fijado el norte de la brújula de su vida desde muchos años antes: el desierto. El momento era ahora.
Un "alma errante" de tres pelos
El contexto ensalza la gesta de Sanmao. Nacida en 1943 en Chongquin, en la China interior, su familia se trasladó a Taiwán cuando era niña. Fue allí, en un ambiente más liberal que en el continente, donde comenzó a ser la arquitecta de su propio destino, muy distinto al de las rígidas imposiciones de Beijing. Cuenta su hermano Henry Chen en una carta incluida en el libro que "en nuestra casa Sanmao no existía en absoluto". "Era el nombre con el que se daba a conocer pero, en nuestra opinión, aquella fama la traía sin cuidado. Siempre fue Cheng Pin, aquella alma infantil que era fiel a sí misma", añade. Su breve texto habla de una niña-adolescente-mujer risueña, comprometida y con una sensibilidad especial, que la hacía diferente, un "alma errante" en el mejor sentido de la palabra.
El uso del término no es casual. Literalmente, Sanmao significa "tres pelos", que es el nombre de un conocido personaje de cómic chino cuyo origen humilde nunca le hacía caer en el desánimo: pese a vagar de un lado a otro entendía cada experiencia como una oportunidad. Del mismo modo, Echo Chen comenzaría a visitar el mundo y a interpretarlo a su particular modo. Acababa de poner en marcha la rueda de su propio destino. Años después, escribiría: "La palabra extranjero me define a la perfección. Nunca me he sentido parte de ninguna mayoría, y a menudo hago cosas que me resultan difíciles de explicar al resto de la gente".
Madrid fue su primera parada. Y quiso el azar que el hijo de uno de sus vecinos en la casa en la que se alojó, un adolescente llamado José María Quero, acabara siendo el gran amor de su vida. Aquel joven robusto y con ojos oscuros, nacido en Jaén, tenía varios años menos que ella pero la joven ejerció tal fascinación sobre él que quedó prendado de inmediato. Sin embargo, Sanmao tenía otros planes: durante los años siguientes siguió viajando, estudió e impartió clase en la Universidad e incluso estuvo a punto de casarse. Pero su prometido falleció horas antes del enlace. El golpe empezaría a marcar el sentido trágico de su existencia y motivó un primer intento de suicidio.
Echo se sobrepuso a su propia fragilidad y volvió a encontrar la ilusión en sus aventuras y en el amor. Por aquel entonces pisar el desierto ya era uno de sus objetivos. Pero ya no lo haría sola: de vuelta a Madrid en 1973, José la seguía esperando y esta vez ambos dieron el paso hacia una vida común. Su historia, desde el año siguiente, comenzaría a escribirse -también literalmente- en el Sáhara Español. Allí el joven, buzo de formación, había encontrado trabajo y ella motivos para seguir siendo una "cuentacuentos" que convertía experiencias cotidianas en "algo maravilloso cuando salían de su boca", como cuenta su hermano.
Una cuentacuentos en el "rincón más olvidado"
Y es que buena parte del éxito de Sanmao reside en su prosa fácil, directa, inocente, cercana y con la frescura de quien expresa sorpresa continua por todo lo que tiene alrededor, por lo que sucede, por lo que vive y por lo que siente. Sin más intensidad que la que aporta un alma inquieta que, no obstante, fue a vivir sus años más felices en el "rincón más olvidado del planeta", como ella misma expresa en el libro. Un entorno que deja al aire su ciclotimia: un lugar monótono "en el que todos los días eran iguales" pero en el que el Sáhara "desplegaba toda su belleza".
Sus relatos dibujan un escenario que más allá del conflicto político que perdura en la zona hasta hoy, presentaba un lugar y unas gentes exóticas para el púbico chino. Dicho de otro modo, convertía sus páginas en una forma de evasión a mundos lejanos y, en definitiva, de ser libre. Pero también es una crónica del día a día con José, un compañero de vida con el que transita de la mano -y describe- por las situaciones más normales o a través de los pasajes más extraordinarios. Difícil no sentirse identificado con algunos capítulos de la rutina o no permitirse soñar con vivencias similares de esa parte que casi casi diríase imaginada.
El capítulo vital del Sáhara se cierra coincidiendo con el abandono del territorio por parte de España. La pareja se traslada entonces a Canarias, a La Palma, pero allí nuevamente la tragedia golpea sin piedad a Sanmao: José muere ahogado en un accidente de buceo a los pocos meses de instalarse.
Su fallecimiento se produjo el 30 de septiembre de 1979, precisamente el mismo día que China y buena parte de Asia celebraban la fiesta del Medio Otoño. Tal coincidencia suponía otro trágico tirabuzón del destino por lo que esta conmemoración significa para los chinos, que tradicionalmente se reúnen en familia para contemplar la luna llena. Pero aquella noche la luna perdió todo brillo. Rota, Echo llega a reconocer años después que, de no haber estado allí sus padres justo en aquel momento, su destino también hubiera sido abandonarse en el fondo del mar.
La vuelta posterior a Taiwán la devuelve a un entorno familiar y en el que goza de una fama inesperada y, con mucha frecuencia, incómoda. Recupera una cierta vitalidad, que incluyó meses de viaje por Sudamérica, escritos para periódicos, poesía, guiones de cine, más libros e incluso la traducción al chino de las viñetas de Mafalda. Pero doce años después de la marcha de José, el dolor seguía siendo una herida incurable. En 1991 no pudo resistir más y dijo basta. Sanmao decidió dejar de vagar por el mundo y poner fin a su vida en un turbio episodio cuya verdadera causa aún hoy genera debate en su país entre los defensores del suicidio por el despecho por el amor perdido, el hastío vital e incluso el asesinato.
Sea como fuera, Echo Chen, Chen Ping o, sencillamente, Sanmao, ya había legado una obra que encandiló a millones de compatriotas y que, entre otras inimaginables consecuencias (al menos a este lado del mundo), convirtieron en lugar de peregrinación el sitio en el que descansan los restos de su marido español, uno de los hitos de esta particular geografía que trazó la escritora a lo largo de su existencia.
Desvela Gabi Martínez en el prólogo que escribe para Diarios del Sáhara que Iolanda Batallé, editora del libro, inició su trabajo de campo para localizar los derechos de la autora con un email cuyo asunto era 'Buscando a Sanmao'. Dar respuesta al por qué sus libros aún eran desconocidos en Occidente -y más aún en España- era una de sus obsesiones. La realidad es que Sanmao estaba más cerca de lo que cabría esperar. Pero era un secreto cuya verdad se escondía en un pequeño cementerio de La Palma, en un mirador hacia la inmensidad del Atlántico y, sobre todo, en sus libros.