Llevábamos tiempo resistiendo, pero ha llegado la hora de reconocer los méritos de las nuevas corrientes políticas que azotan el Congreso como el viento a los gigantes quijotescos. El primero de ellos es pedestre pero enormemente encomiable: han conseguido que un españolito que se mueve como pez en el agua por el apartidismo se siente frente al televisor para no perderse detalle de la apertura de la XII legislatura (una legislatura que, dicho sea de paso, le importa el mismo carajo que las once anteriores). ¿Qué pinta enfrentándose a semejante ceremonia un apartidista al que los próximos cuatro años le interesan lo mismo que a Sancho una égloga de Garcilaso? Tiene que ver con el segundo de los méritos que hemos venido a recalcar aquí: la nueva política ha conseguido que unos y otros hagan el ridículo haciéndonos creer que no hay clásico literario que se le resista.
La nueva política ha conseguido que unos y otros hagan el ridículo haciéndonos creer que no hay clásico literario que se le resista
No ha mucho tiempo que el espectador había de conformarse con el Marca como único referente literario para su político de cabecera. Sin embargo, la tendencia cambia, los clásicos reciben la luz de los focos y lo mismo da si ha de caer un imperativo o Immanuel Kant, la mirada del político no entiende a razones, ni puras ni prácticas. ¿Y cuál es la mejor manera de parecer leído sin serlo? Muy fácil: acude a las citas manidas de estos clásicos como si no hubiera un mañana. La última prueba nos la ha proporcionado la flamante presidenta del Congreso, Ana Pastor, cuando en pleno discurso, como poseída por algún sortilegio montesinesco, arrojó sobre los oyentes una cita demoledora: “La libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos”.
Así, sin anestesia, por el estrado se pasea la cultura quijotesca ante el asombro de los allí presentes. Podría ser peor, se diría ése mismo que al comenzar el texto se sentaba frente al televisor. Podría haber citado las frases “ladran, Sancho, señal de que cabalgamos” o “Cambiar el mundo, amigo Sancho, no es locura ni utopía, sino justicia”, expresiones que todo el mundo achaca a Cervantes pero que nunca aparecieron en su obra. Esto hace recapacitar al españolito. Por su mente transcurre un aforismo: hay que leer algo más para dejar de destrozar citas literarias repitiéndolas como loco. Pero entonces se detiene y recuerda que el reproche se parecería a otra de las célebres locuciones machacadas por el acero de la reincidencia. “El racismo se cura viajando, el fascismo se cura leyendo”, atribuida a un célebre cervantista: don Miguel de Unamuno. Copiar a Unamuno, termina diciéndose, también se cura leyendo.
El mal de la cita recurrente
¿Podrá nuestra noble casta política despojarse del mal de la cita recurrente? ¿Podrá olvidarse de las expresiones manoseadas arrojándolas a la hoguera como un cura o un barbero cualquiera? Uno debe temerse que no, máxime cuando el vulgo perece bajo el mismo mal. ¿Qué dirían nuestros clásicos si comprobaran que nadie leerá su obra pero que todos utilizarán sus reflexiones impunemente?
Detrás de Unamuno se esconde uno de sus mayores discípulos (a pesar del empeño que los libros de historia tienen en que compartan generación). Es Antonio Machado, y “caminante, no hay camino, se hace camino al andar” opta ya por derecho propio a alzarse con el premio al verso más emitido de la historia sin que el receptor sepa quién es el poeta que lo hizo carne. Pero no es el único noventayochista que oposita a tan noble plaza. Su coetáneo Pío Baroja habrá de ver como desde hoy hasta el fin de la raza humana el hablante utiliza su célebre frase: “Si quieres hacer algo en la vida, no creas en la palabra imposible”.
'Caminante, no hay camino, se hace camino al andar' opta ya por derecho propio a alzarse con el premio al verso más emitido de la historia sin que el receptor sepa quién es el poeta que lo hizo carne
Como un ejército de carneros y ovejas indestructible, las citas literarias se agolpan contra el oyente. No se salva el Romanticismo, a pesar de su naturaleza cursi. Mariano José de Larra, escritor desdichado por antonomasia, deja dos reflexiones que no abandonarán jamás el discurso de los que nunca leyeron su obra: “Es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas” y “Aquí yace media España; murió de la otra media”. Pero, sin duda, esta maravillosa tendencia literaria tiene un vencedor claro en estas lides. Bécquer, siempre olvidado, y su genial verso, siempre recordado, se llevan la palma: “Podrá no haber poetas pero siempre habrá poesía”.
Si retrocedemos hasta el Siglo de Oro, podremos comprobar que algunos compañeros cervantinos también hicieron de su cita un mal eternamente recurrente. Destacan dos de ellos, de cuya enemistad nació prácticamente un género literario: Quevedo y Góngora. El primero dejó incrustada en nuestra memoria la frase “Poderoso caballero es don Dinero”, mientras que el segundo hizo lo propio con la no menos célebre “Ande yo caliente, y ríase la gente”. Dejaremos que sean otros los que busquen relación entre estas expresiones y la política del país.
Quizás, la frase de Ana Pastor sea el mayor homenaje que nuestra clase política le ha dedicado a Cervantes en el cuarto centenario de su muerte. El oyente se retuerce en el sofá
Pero no sólo de literatura española vive el enfermo del mal de la cita recurrente. “Podrán callarnos, pero no pueden impedir que tengamos nuestras propias opiniones” (Ana Frank), “Yo no estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero me pelearía para que usted pudiera decirlo” (Voltaire), “Nadie es más esclavo que el que se tiene por libre sin serlo” (Goethe), “Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas” (Benedetti), El hombre está condenado a ser libre” (Sartre), “La consecuencia de no pertenecer a ningún partido será que los molestaré a todos” (Lord Byron)… Reflexiones todas ellas que aparecen de manera periódica en algún muro de Facebook o en cualquier foro político. Hasta hemos inventado la crónica de una estructura sintáctica destrozada.
Pero el que no se consuela es porque no quiere. Quizás, la frase de Ana Pastor sea el mayor homenaje que nuestra clase política le ha dedicado a Cervantes en el cuarto centenario de su muerte. El oyente se retuerce en el sofá. Ya no hay duda, la duodécima legislatura ha dado comienzo.