Eduardo Mendoza es a la novela lo que un chiste en un funeral. Quien dice chiste, dice pedo. Porque su elegancia british le permite ser el más escatológico de todos los novelistas. Y cómo le gusta. Por primera vez la ironía se vuelve en su contra y le entrega el premio más académico y canónico de las letras en castellano. A él, el menos académico de todos los autores, le tocará encorsetarse en un frac. Dice que sólo se ha puesto uno en su vida, prestado, para una boda. En abril, tendrá que volver a disfrazarse de lo que no es. Y Cervantes se regodeará en su tumba. Cuatro siglos después de haber muerto, por fin sonreirá. El mejor homenaje al autor del Quijote es que Eduardo Mendoza sea coronado con el Premio Cervantes.
Sus libros son un destilado de su persona: irónico, audaz, sarcástico, inteligente. Muy inteligente. Hace pasear detectives innombrables por novelas que parecen negras, pero llevan un corazón de humor, que no evitan el rastro social: narraciones envueltas en una capa tras otra, sin miedo a saltarse todas las reglas. Sin complejos a ser leído por todo el mundo. Porque es el primer Cervantes que se habrá leído todo el mundo, porque él es el eslabón perdido que une la alta con la baja cultura, los mecanismos de la literatura académica y los recursos de la narrativa popular, lo que gusta a los críticos y lo que apasiona a los lectores. El superventas respetado.
“Con lo tranquilo que estaba yo”, dice al otro lado del teléfono. La última vez que hablamos con el también estaba en Londres. Allí tiene apartamento, a ellos les debe su flema. “Me ha hecho mucha ilusión porque es de los premios de campanillas, de los importantes. Y tiene su dinero, que todo cuenta”, bromea sobre los 125.000 euros con los que será reconocido. “Estaba seguro de que no me darían nunca un premio de estos por escribir literatura de humor. El drama tira más. Pero lo tengo y ya no me lo quita nadie”, dice. Lo brinda con todos los escritores de humor que tragan quina.
Entonces recuerda el pregón de las fiestas de la Mercè de Javier Pérez Andújar, en el que rindió homenaje a la literatura popular con la que él se formó, repleta de personajes como Gordito relleno, Carpanta o Reportero Tribulete. “Siempre he ido por la vida con este componente. A lo mejor es que de niño leía muchos cómics y tebeos de humor y de aventuras. Me dicen que siempre estoy en las nubes, que es donde viven esos personajes”. Explica que a ellos ha acudido siempre para contar sus cosas.
El humor no está mal visto, pero a la hora de hacer una valoración formal y académica pesa mucho el siglo XIX: el siglo de la novela, pero un siglo sin humor
“El humor no está mal visto, pero a la hora de hacer una valoración formal y académica pesa mucho el siglo XIX: el siglo de la novela, pero un siglo sin humor”, explica a EL ESPAÑOL. Él pertenece al siglo XVI y XVII, tan llenos de humor, tan de Quevedo. Mendoza es más Jardiel Poncela, que Benito Pérez Galdós. Y ahí es donde se resiste lo académico, donde se le tuerce el gesto. Donde se incomoda. Ahí es donde Mendoza explota en el resto de los comunes, incluso en las lecturas del presidente del Gobierno o en la del embajador en el Reino Unido, Federico Trillo, que se ha acercado hasta el Instituto Cervantes de Londres para felicitarle. “Que se alegra muchísimo me ha dicho. Todos los lectores son iguales, no distingo”. Sólo hay una cosa en la que Mendoza supera al humor de Mendoza, su educación. Impecable. Honesto y sincero, generoso y amable.
“Hay un cambio grande en la forma de construir la literatura, gracias al enorme peso de la literatura de entretenimiento. No se puede mantener una literatura seria y minoritaria y luego una popular. Los extremos se están acercando cada vez más”, cuenta. Y él es el punto de sutura entre ellos. Tan popular como culto, tan cachondo como sobrio. “Hay mayor apertura a formas menos canónicas. No soy el representante del cambio, pero sí se ha degenerado todo un poco. Y la prueba es que me premien. Ahora, me voy a tomar un cóctel”. Y pregunta por lo que se le viene encima en abril, con el acto de entrega. Pompas y gala, Eduardo Mendoza le hará el humor al Cervantes. Y le va a gustar.