Barcelona, la mejor versión de Eduardo Mendoza
El escritor ha retratado los espacios, la música y las gentes de la ciudad sin olvidar sus defectos.
3 diciembre, 2016 01:56Noticias relacionadas
Eduardo Mendoza, que no teme inventar para sus libros un detective sin nombre, un marciano anónimo y personajes con apellidos parlantes e irreales, siempre llama a Barcelona por su nombre. Del Premio Cervantes 2016 no se podrá decir que sea un escritor realista al uso, pero cuando sus narradores detectan que cada vez hay más chinos trabajando en bares, o que es fácil que te roben la cartera, lo que hace Mendoza es tomarle el pulso a la ciudad real, sin inventarle taras ni atributos.
Barcelona es una ciudad sucia. La gente no se recata de tirar cosas al suelo. Las aceras son un basural
La Barcelona de Mendoza alberga palomas hambrientas, gaviotas de “graznido triste y avinagrado” y barceloneses que atestan las calles. Si en la obra de Manuel Vázquez Montalbán, esos ciudadanos viven en un batiburrillo mestizo de barrios, clases y aspiraciones, el creador de La ciudad de los prodigios los coloca en vertical, uno al lado del otro, mirando hacia arriba y dispuestos a escalar. Y cuando ubica la oficina de La verdad del caso Savolta en la calle Caspe, cerca de Plaza Cataluña y de La Rambla, marca el centro neurálgico de la ambición, el que separa la oscuridad, las tascas, el hedor y la estrechez del barrio Gótico y el Raval del brillo, las boutiques, los perfumes y las grandes avenidas de la zona alta y el Eixample.
Entró por una callejuela lateral llena de tronchos de col. Los ricos entraban por el pórtico de las Ramblas, allí se apeaban de sus coches de caballos
Hay varias barcelonas en los textos de Mendoza pero viven separadas. Se ve la hendidura cuando al narrador marciano de Sin noticias de Gurb lo atropella el 17, que no es un autobús elegido al azar, sino el que enlaza la Barceloneta con el Vall d’Hebron pasando de soslayo por los vecindarios afortunados. Lo que pisan menos sus protagonistas son los suburbios, por eso la Barcelona de Mendoza es la del centro, ya sea del vecindario pijo o del hediondo: la Bonanova o el puerto; la calle Ganduxer o Sants; el Eixample o el barrio chino, pues aunque la Porritos sea de Santa Coloma y sus páginas aparezcan San Cosme o La Mina, la conurbación no es su objetivo.
Barcelona traducida
La Barcelona de Mendoza no es literal porque no la escribe, la traduce. “El intérprete debe ser una persona mundana, sin miedo a la frivolidad”, aconsejaba a sus alumnos de Traducción e Interpretación en la universidad. “Debe comunicar la actitud, no sólo las palabras”, asegura un hombre que dice haber sido feliz haciendo que se entendieran empresarios, altos mandos de la ONU o Felipe González con Ronald Reagan. No fue un empleo de paso, con el pudo ahondar en la complejidad de las palabras y en la importancia del contexto y reconoce en él una escuela de escritura.
Para interpretar la ciudad, Mendoza la inspecciona, y se pasea por ella en descapotable, coches por los que siente debilidad. Uno de esos aparece en Mauricio o las elecciones primarias, libro en el que se narra la gestación del PSC y la Barcelona Olímpica, pero si algo queda claro desde su primera novela es que sus personajes andan. Y andan mucho. “¡Es que él es un gran paseante!”, responde su editora en Seix Barral, Elena Ramírez y añade que es un gran cicerone que enseña a sus amigos la ciudad llevándolos a rincones nada obvios.
Lo mismo hace en otras urbes. “Le atraían la mugre, los sin techo y los locos de la calle, de Greenwich Village o del Soho, un barrio que por entonces todavía no se había aburguesado”, dice su amiga Melania Ahuha sobre sus años en Nueva York en Mundo Mendoza, biografía del escritor firmada por Llàtzer Moix. A Mendoza le gustan los lugares sórdidos, pero tiene su casa en la zona alta. Tiene un descapotable pero para ir por Barcelona prefiere el metro y el bus. Bromea cuando dice que en su pasaporte pone “Noi de l’Eixample” como lugar de nacimiento y es precisamente en ese barrio, ubicado en medio de la escalera social que él retrata, desde donde el padre de Gurb escribe.
El autor de El año del diluvio ya no ejerce como intérprete, pero siente nostalgia de aquel oficio y quizás por eso, ahora se dedica con ahínco a traducir teatro. Arthur Miller (Las brujas de Salem) o Harold Pinter (Invernadero, Vuelta a casa) son algunas de sus últimas empresas. Y Barcelona.
Barcelona deformada
“La Barcelona de Mendoza es inventada. La crea con la mirada del pícaro y de personas que no encajan donde están pero se mimetizan”, opina el escritor barcelonés Carlos Zanón, pensando en los extraterrestres y en la gente agotada que escoge Mendoza como narradores.
Mierda de ciudad y mierda de todo. Si pudiera, ahora mismo me iría a vivir a otra parte y no volvería a poner los pies en Barcelona, te lo juro
“Son personajes que se quieren ir, pero no lo hacen o siempre vuelven”, dice Zanón. Algo parecido le debe ocurrir a Mendoza, que escribió La verdad sobre el caso Savolta en Nueva York y la concesión del Cervantes le pilló en Londres, pero siempre regresa a Barcelona y ubica en ella casi todas sus historias. Para Zanón, la urbe que ataca Mendoza en sus novelas es clasista y se toma demasiado en serio: “Aquí, los enemigos son más poderosos de lo que nosotros creemos, nuestra ciudad es un palacio y nuestros artista, Dulcinea”.
Esa imagen distorsionada, dice el autor de Marley estaba muerto (RBA, 2015), hace que resulte tan quijotesca y por tanto, nadie mejor que Mendoza para sacarle jugo. Para su editora en Seix Barral, Elena Ramírez, que Mendoza salga y vuelva a entrar, le otorga otro valor a su visión de la ciudad. “Es una mirada sana de quien vive fuera mucho tiempo y dice sin que le duelan prendas lo que es feo o está mal”. En sus libros pone en primer plano todas las llagas, espesuras y cojeras de la ciudad, pero no son nunca una sentencia de muerte.
“El suyo es un pesimismo exuberante. Es exagerado y derrotista, pero el humor, que aparece incluso en las novelas más serias, suaviza el tono”. Ese humor, que tan bien emplearon Quevedo, Valle Inclán o Cervantes es tan inusual en la literatura española del siglo XXI que tanto Zanón como Ramírez recurren sin darse cuenta al inglés para definir el estilo del que practica Mendoza. “British” (británico), dice el escritor para hablar de la distancia que toma con el objeto narrado, o sea Barcelona; y la editora recurre a la escatología, los Monty Python, y al término “‘kind’ (amable) en un sentido amplio.”
Barceloneses
Las hipérboles de Mendoza actúan como espejos deformantes que afila para hablar también de los barceloneses. Sus personajes no son Pepe Carvalho, un personaje que aún con todos sus excesos podría ser real. Los seres de Mendoza son más bien marionetas, muñecos que funcionan como adjetivos de una ciudad, una sociedad y un país. No son ortopédicos, fluyen, pero son mentira.
Pepín Matacríos era un hombrecillo enteco y ceniciento, de cuerpo esmirriado y cabeza descomunal en la que no figuraba otro pelo que su espeso bigote de guías retorcidas puntas arriba
Para Zanón, el retrato de las gentes de Mendoza es más certero que el que consiguen algunos escritores de denuncia. “En sus obras hay algo de crítica social porque sus protagonistas viven siempre entre dos mundos, dos cases sociales o dos situaciones opuestas, pero no hay acusación”. En la biografía de Moix, el hoy Premio Cervantes asegura que nunca tuvo “una gran vocación social” y que la política nunca despertó su entusiasmo aunque Pere Gimferrer dice de él que era “claramente antifranquista”.
Los que propugnan la destrucción del capitalismo (…) ven al demonio donde sólo hay inercia, improvisación e incompetencia
Mendoza pone esto en boca de un economista, a lo que el antiguo revolucionario que fue Mauricio le responde: “Procuro no claudicar de mis antiguos principios que ya es algo”. Mendoza reparte entre todos los bandos. No mira al pobre como un ser bueno por naturaleza. No hay buenos ni malos, todos son débiles. Se ve en los perfiles de quienes fundan el PSC entre el Tenis Club Barcelona, la calle Nicaragua y la zona alta de Barcelona o en el hecho de que recupere espacios como las chekas, cárceles donde los republicanos torturaban al enemigo durante la guerra civil y a las que refiere en Vida de tres santos. Elena Ramírez cree que sin ponerse del lado de nadie, le da más fuerte a la alta sociedad y “la parodia aumenta a medida que sube la escala social del personaje”.
Van al Liceo porque hay que lucir las joyas y adquieren cuadros valiosos para darse tono, pero no distinguen una ópera de Wagner de una revista del Paralelo
Cobijos y sonidos de Barcelona
“En los burdeles afloran muchas verdades”, dice Lepprince en La verdad sobre el caso Savolta y muchos de esos escenarios aparecen en los libros de Mendoza. También hay bares y karaokes y se oyen cuplés, boleros y vals y una canción titulada “1092387nqfp983j41093 (güerve a mi lao, sorra). También los sonidos son distintos según la parte de la ciudad en la que uno viva y por eso en los salones de la gente bien se escucha a Debussy y a Verdi pero de las tabernas salen rasgueos de guitarra, taconeos y cante flamenco.
Cada época precisa sus cobijos, y como ha retratado mucho la Barcelona del pasado, Mendoza construye muchas pensiones y pocos hoteles. La fonda tiene un papel fundamental en las primeras novelas, pues a ellas llegan los inmigrantes que buscan trabajo. Y las calles las imagina con gente a borbotones, y donde hoy se ven turistas por miles, él retrata a floristas y niñeras de paseo por la Plaza de Cataluña.
El bullicio me aturde. Sin embargo, creo que no soportaría ver las calles vacías: las ciudades son para las multitudes, ¿no crees?
En casi todos sus libros se cuela con disimulo pero repetidamente uno de esos espacios que distingue a la perfección las buenas casas de las chabolas, los barrios de bien de los indeseables y los hospicios del hospital privado: el jardín, paisaje planeado que marca distancias y estatus.
Pero las novelas de Mendoza se mueven por la Historia y eso permite ver al lector contemplar una ciudad cambiante. Por ejemplo, en Mauricio o las elecciones primarias aparece un jardín, pero estamos ya en la década de los ochenta y aunque el pequeño vergel esté ubicado en el Eixample, no hay en él flores y calma, sino yonkis y heroína.
Barcelona cambiante
Según la filóloga Cristina Jiménez-Landi, entre La ciudad de los prodigios y Mauricio o las elecciones primarias se puede ver cómo los cambios sociales y el turismo “provocan cambios de significado de ciertos lugares”. Una de las evoluciones más elocuentes que retrata Mendoza a lo largo de su obra es la del Liceo.
Esto es lo que yo quiero ser, se dijo, aunque para conseguirlo tenga que aguantar esta música insípida que no se acaba nunca
Así habla Onofre cuando entra por primera vez al Liceo y aún es pobre, pero lo que es un emblema cultural de la ciudad, no es más otra atracción de postal a la que entran los turistas por la puerta principal equiparable a la Sagrada familia o el Parque Güell . Se puede ver en novelas posteriores, también en Sin noticias de Gurb.
El movimiento también se aprecia en lo político. El pistolerismo de principios del siglo XX y las teorías anarquistas que pueden escuchar los obreros en las librerías de viejo de la calle Aribau para ir enseñando la España de la Transición. Así, de la Barcelona que es “rosa de fuego” por sus constantes huelgas y protestas obreras, el lector observa a barceloneses que especulan con las posibilidades económicas que trae el sueño olímpico mientras pone a dormir sus ideales.
El partido socialista es el partido de los fracasados y los zascandiles como nosotros. primero quisimos hacer la revolución y al final, nos hemos quedado con el Estado del bienestar
Barcelona, referente de España
Esa imagen distorsionada que según Zanón tienen los barceloneses de sí mismos también se ha exportado al resto de España. Por eso, los personajes de Mendoza que arriban a ella para progresar y ven en la capital catalana un mundo de posibilidades. Como resultado, la urbe parece un lugar en el que siempre está punto de ocurrir algo importante, ya sea una Exposición Universal, unos Juegos Olímpicos o una transición política. Un lugar en el que sólo los tontos no sacan partido y a nadie parece importarle que la ciudad quede exprimida.
“Ahora Barcelona, como la hembra de una especie rara que acaba de parir una camada numerosa, yacía exangüe y desventrada”. La imagen de esa frase es la de la ciudad a principios de siglo XX, pero podría aplicarse al retrato que arrojan hoy barrios como la Barceloneta, muy cambiado desde que se abrió el frente marítimo en la Barcelona Olímpica que tan bien fotografía Mendoza. En sus primeros libros aparece como un lugar miserable sólo apto para los delincuentes y hoy es feudo de turistas que lo explotan hasta extremos en los que los vecinos piden al ayuntamiento que ponga freno. Menos cambios se aprecian en la zona alta, que sigue limpia y tranquila.
El seny catalán y la supuesta progresía y cosmopolitismo de Barcelona también se repite en España como un rezo que Mendoza ataja con un espejo cortante: “En Cataluña la política es un circo de pulgas para un público embrutecido por el fútbol y el virolai. Jordi Pujol entiende la situación y por eso gana y volverá a ganar”.
En esas frases se aprecia cierto desenamoramiento de la ciudad, pero Mendoza lo niega. “Por mi parte no hay desencanto de Barcelona; esta ciudad me ha brindado otra vez la posibilidad de escribir un libro”, dijo en la presentación de La modelo extraviada, donde puede verse el cambio de la urbe en los últimos cuarenta años y donde la corrupción aflora “como el calorcito y la lluvia en la ciudad”. En ese mismo acto evitó hablar de la política catalana, opinó que el turismo no es tan malo y se felicitó porque en las calles de su ciudad ya no hubiera cacas de perro.