No hay ejemplo más claro de la forma en que el capitalismo pretende asimilar lo que en el pasado era su opuesto (la cultura) que la decadencia global de las universidades. “Junto con la caída del comunismo y de las Torres Gemelas, se cuenta entre los acontecimientos más trascendentes de nuestra era, aunque no sea tan espectacular”.
El ensayista Terry Eagleton (Inglaterra, 1943), profesor de teoría cultural en la Universidad de Manchester, va al grano: la secular tradición de las universidades como centros de la crítica humana está siendo destruida por su “conversión en empresas pseudocapitalistas bajo la influencia de una ideología de gestión brutalmente filistea”.
Si en el pasado fueron centros de reflexión crítica, ahora están “siendo reducidas a órganos del mercado”, como las casas de apuestas y los establecimientos de comida rápida. Esa es la comparación que pone el autor en Cultura, su nuevo ensayo publicado por Taurus, donde trata de definir el complejo término al tiempo que repasa las relaciones entre la cultura de masas y la alta cultura y denuncia el papel de las industrias culturales.
Cultura dominada
Terry Eagleton señala que la nueva cultura, “lejos de aportar un antídoto al poder, resulta que es profundamente cómplice de él”. “En vez de ser lo que podría salvarnos, quizá tengamos que devolverla a su lugar”, añade. Es decir, el capitalismo ha incorporado la cultura a sus propios fines materiales. La creatividad ha sido sustituida por la utilidad y la cultura puesta al servicio de la adquisición y la explotación.
La cultura ha dejado de ser una crítica de la manufactura moderna, para convertirse en un sector muy rentable de esta. Pertene a la infraestructura material del capitalismo, explica el autor, tanto como la refinación del azúcar o la cosecha del trigo. “La cultura popular ahora ocupa el primer plano, como Herder había soñado, pero en su mayor parte era una cultura consumida por las masas, no producida por ellas”, cuenta.
De esta manera, la cultura ha perdido su inocencia, ya no puede salvarnos y no es el antídoto contra los abusos del poder. Así es como las universidades están en manos de tecnócratas, asegura, para quienes los valores se identifican sobre todo con propiedades inmobiliarias. “El trabajo del nuevo proletariado intelectual de académicos es evaluado en función de su sus clases sobre Platón o Copérnico contribuyen a estimular la economía”, lamenta lacónico Eagleton.
Pagar por ideas
Y va más allá en el advenimiento de la catástrofe: los alumnos terminarán pagando no por tasas académicas al curso, sino por idea impartida. “La muerte de las humanidades ya se vislumbra en el horizonte”. Porque es el beneficio lo que impulsa a la cultura a extender su influencia por todo el globo. A la industria cultural no le importa tanto su relevancia como sus ambiciones expansionistas.
Sin paños calientes: si hubo un tiempo en que la cultura estaba demasiado alejada de la vida cotidiana para ofrecer una crítica convincente de ésta, “ahora está demasiado ligada a ella para poder hacerlo”. En el pasado la cultura era criticada porque estaba muy aislada de la vida social; ahora, con la industria cultural, señala que impregna completamente la existencia.
Para Mario Vargas Llosa, tal y como escribe en La civilización del espectáculo (Alfaguara), la experiencia democrática de la cultura es insoportable: “Ahora pensamos que si la cultura no llega al mayor número de gente es una cultura despreciable y elitista. Esa es una de las grandes equivocaciones a la hora de hablar de la cultura. La cultura pierde nivel porque quiere ser democrática”. Lo que está pasando, según el Nobel, es que la cultura se abarata para llegar a todo el mundo y se convierte en divertimento superficial.
Ventajas populares
Pero el discurso materialista de Eagleton rechaza este ángulo argumental: dice que cuando se trata de cultura popular hablamos de enriquecimiento, y no sólo de empobrecimiento. “La distinción entre alta y baja cultura no puede describirse como una distinción entre lo precioso y lo carente de valor”, añade el inglés. “Los guardianes de la alta cultura no quieren atender a esto”.
De hecho, piensa que por primera ve en la historia ha sido posible que millones de personas escuchen simultáneamente una ópera de Verdo o vean una obra de Chéjov. “Una producción cinematográfica o televisiva de una novela de Dickens o Jane Austen puede repercutir en ventas de cientos de miles de ejemplares en librerías”.
El problema de la popularización de la cultura no es su “abaratamiento”, sino su neutralización como arma social y conversión en mera mercancía. Cuanto más poderosa la cultura de masas, menos cultura hay.