Conocemos la canción. La escribió Johnny Mercer en 1944. Fue cantada veinte años más tarde, cuando ya era una standard del jazz, por Dinah Washington. La letra nos decía “sueña, cuando estés triste / sueña / porque eso es lo que hay que hacer”. Me he acordado de la canción leyendo Años Felices, la tercera y espléndida novela de Gonzalo Torné. La primera mitad de la novela, con sus situaciones encantadoras y sin problemas, parecía transcurrir en la atmósfera de la canción. Incluso su escenario, un Nueva York de los sesenta deliberadamente convertido en “el país de las hadas” parece evocar un standard jazz antes que una situación reconocible históricamente.
¿De qué trata Años Felices? En principio de un grupo de amigos que acoge a un catalán extraviado. Aman la poesía, la casita encantadora, las fiestas... Se trata de unos encantadores y hermosos norteamericanos, desde el rico excéntrico Harry Osborn pasando por Kevin, o las hermanas Rosenbloom. El catalán es Alfred Montsalvatges, a quien los lectores de Torné recordarán por ser uno de los hermanos del protagonista de su primera gran novela, Hilos de sangre.
Hablan los descendientes
En este argumento sucede lo que esperamos de una novela tragicómica: el grupo envejece, se topa con renuncias y su amistad en principio inquebrantable se ve sometida a retos inesperados. ¿Y quién cuenta Años Felices? La cuentan los descendientes. Esto no es casualidad. Los descendientes de Montsalvatges y los de Rosenbloom cruzan sus voces como quien cruza plegarias: imaginan un pasado ideal o lo justifican, tratan de tener comprensión, quieren sacar lo mejor de un mundo que no conocieron y de las personas a las que amaron.
¿Y por qué usar esta estrategia tan sensual y romántica? ¿Qué pretende el autor? Ofrecemos una respuesta provisional. Años Felices, en realidad, es una novela política escondida bajo una comedia triste sobre el paso del tiempo. Muy posiblemente los personajes tan deliberadamente artificiosos sean la mejor manera que tiene Torné de enseñarnos a mirar un ángulo de su generación que ignoramos. Me refiero a toda esa generación crecida en la España de las burbujas chispeantes de la Transición, pagada de sí misma, generosa y posibilista a la vez.
Para hablar de lo que impacta -el capitalismo y la necesidad de mantenerse o ascender en clases sociales- su estrategia es más eficaz. Porque nos enamoramos de la vida y aceptamos el reto y después el impacto mayor
Pero no merece la pena ser obvio, al menos no para este novelista. Para hablar de lo que impacta - el capitalismo y la necesidad de mantenerse o ascender en clases sociales - su estrategia es más eficaz. Porque nos enamoramos de la vida y aceptamos el reto y después el impacto mayor. Queremos estar en ese lugar inconcreto y graciosísimo. Pero al final nos estrellamos.
Salimos, como los protagonistas, del país de las hadas. Torné es un pesimista lleno de esperanza, y a la última línea del libro me remito. No todo está perdido, nos dice, mientras quede algo de conciencia. Después de todo, no podemos huir de la responsabilidad, ni de la Historia, ni de las tareas pendientes. Años Felices está llena de un idioma español mestizo, plagado de la feliz contaminación del catalán y también de un derroche de descripciones (“los adultos eran como sitios tristes” leemos en un momento revelador).
Su encadenado de promesas y desengaños no es un final, sino también un principio. Una manera que tenemos los lectores de pensar nuestra herencia y el futuro.