Marx vive. Su cordón umbilical finísimo pero resistente atraviesa aún las problemáticas nuestras de cada día: desde el feminismo a los problemas económicos y laborales pasando por la religión. Marx como oráculo, reviviendo en sus relecturas. Marx dormido con un ojo abierto, con las cejas espantadas, flipando con la transformación -”cuando no manipulación”- de sus ideas a lo largo del siglo XX. Es el doctor en Sociología Política Ronaldo Munck, discípulo de Laclau, quien le sacude las vigencias en Marx 2020 (Pasado y presente), y recuerda que en esta era de crisis, políticas de austeridad y desigualdad creciente, a Marx se le menta más que nunca. Lo tenemos en la sopa.
Ahora que se cumplen 150 años de la publicación de El Capital, Pablo Iglesias, líder de Podemos, resulta el heredero ibérico de su pensamiento caliente. Él se llama marxista, aunque explica que, en realidad, “Marx y Engels eran socialdemócratas”. Más allá del compadreo que probablemente se hubiese instaurado entre ellos de hacer coincidido en el espacio-tiempo, el filósofo alemán y el padre de La Tuerka tienen un dudoso don en común: su matrimonio infeliz con la causa feminista. Y no sólo -que también- por sus liderazgos indiscutibles y su testosterona ideológica, sino por cierta pobreza discursiva en la problemática.
El filósofo alemán y el padre de La Tuerka tienen un dudoso don en común: su matrimonio infeliz con la causa feminista, y no sólo por sus liderazgos y su testosterona ideológica
A Marx ni siquiera le preocupaba el tema -al contrario que a Iglesias, que al menos se esfuerza en demostrar que sí-. De hecho, delegó las cuestiones de género a su colega Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el estado, un texto fundacional en el que se veía a la mujer a través de la familia. Señala Munck que “el marxismo clásico no es el único modo de pensamiento androcéntrico, pero su componente machista probablemente sería suficiente, en muchos aspectos, para descalificarlo como una guía y programa adecuados para la construcción de una nueva sociedad”.
La casa, para las mujeres
Iglesias, por su parte, ya dejó claro que su concepto de feminizar la política no pasa por incluir a más mujeres en cargos de representación, “que eso es importante y está bien”, pero que “feminizar no tiene que ver con la presencia de más mujeres en los consejos de administración de las grandes empresas”. Feminizar, para el líder de Podemos, es cuidar, es construir comunidad. Feminizar es “asegurar comedores sociales”. Es decir, Iglesias perpetúa en la mujer el imaginario doméstico, casero, privado, no en la jungla de la vida pública.
A Marx y Engels les pasaba igual: aunque sostenían que “la emancipación de la mujer y su igualdad con el hombre son y seguirán siendo imposibles mientras permanezca excluida del trabajo productivo social y confinada dentro del trabajo doméstico, que es un trabajo privado”, asumen, con ello, el supuesto de género de que a las mujeres les corresponde “naturalmente” la responsabilidad del trabajo doméstico.
Marx supuso simplemente que el trabajador asalariado era varón. Siempre es el hombre el que ocupa el centro de su exposición
Así lo indica el autor, a la vez que señala que el marxismo siempre “dio por hecho que el dominio de la reproducción es femenino, mientras que el de la producción es masculino, lo que no sólo perpetúa categorías y formas de pensar androcéntricas, sino que inaugura una larga tradición de pensamiento dualista al respecto”. Marx supuso simplemente que el trabajador asalariado era varón. Siempre es el hombre el que ocupa el centro de su exposición.
Aunque en El Capital esparciese alguna píldora sobre las trabajadoras y sus condiciones -pidiendo más “protección” para ellas, ojo con la condescendencia-, también denunciaba insistentemente “la adición excesiva de mujeres y niños a las filas de los trabajadores”. O sea, se mostraba visiblemente conmocionado con respecto al número de trabajadoras empleadas en la industria.
Primero Podemos, después el feminismo
Otra tarita común, aquí entre Iglesias y Engels: su discurso es tan economicista que “no capta la importancia del patriarcado en la organización de la relación entre hombres y mujeres de un modo similar a la ordenación por el capitalismo de las relaciones entre capitalistas y trabajadores”. Engels postuló que la liberación de la mujer “sólo puede darse en una sociedad sin clases”.
Le puso la zanahoria al burro: vamos a efectuar antes mi proyecto de sociedad, luego ya veréis que ahí todo va bien, chicas. Mal. “El planteamiento de la opresión de las mujeres exclusivamente desde el desarrollo de la propiedad privada es muy reduccionista y no reconoce la importancia de los factores sociales y culturales en la configuración de las relaciones de género”, subraya el autor.
La psicoanalista y feminista marxista británica Juliet Mitchell se quejó en Woman's Estate: “¡Acudimos con preguntas feministas, pero sólo recibimos respuestas marxistas!”
Primero va el marxismo, después el feminismo. Primero, para Iglesias, va Podemos, después el feminismo. Hay una anécdota graciosa a este respecto, ya en la segunda gran oleada feminista, cuando parecía que iba a cuajar -pero no cuajó- el matrimonio entre el marxismo y el feminismo. La psicoanalista y feminista marxista británica Juliet Mitchell se quejó en Woman's Estate: “¡Acudimos con preguntas feministas, pero sólo recibimos respuestas marxistas!”. Así con Iglesias cuando recibe preguntas feministas: sólo emite respuestas podemistas.
Es curioso, como señala Ronaldo Munck, que con la capacidad que tenía Marx -y tiene ahora Iglesias- para deconstruir las herencias recibidas, en este tema se acepten tácitamente los preceptos de una sociedad machista. La gran crítica política en relación con el género que hace el autor a Marx y Engels en Marx 2020 es que “no supieron ver que la causa del socialismo y la de los derechos de las mujeres podían confluir o que apuntaban en la misma dirección hacia una sociedad mejor”.
Violencia machista como "residuo" capitalista
En El origen de la familia, a Engels también se le va la mano ensalzando las bondades de las familias proletarias, sólo basándose en que en la burguesía los matrimonios eran cuestión de conveniencia. Decía que para el proletariado “todos los cimientos de la monogamia típica quedan despejados. Ahí no hay ninguna propiedad que preservar ni herencia que justifique la monogamia y la supremacía masculina; por lo tanto, no hay ningún incentivo para hacer efectiva esta supremacía”. En la clase obrera, según él, deciden “las condiciones personales y sociales” y lo que importa sobre todo es “el amor sexual individual”.
Esta visión idealizada de la familia obrera no es excusable en un hombre con la posición de Engels, que debía ser muy consciente de las denuncias contemporáneas de violencia doméstica, por ejemplo
Munck lo achanta rápido: “Esta visión idealizada de la familia obrera no es excusable en un hombre con la posición de Engels, que debía ser muy consciente de las denuncias contemporáneas de violencia doméstica, por ejemplo”. Sobre ese tema se comenta mansamente que “se trata de un resto […] de brutalidad hacia las mujeres, muy arraigada desde la introducción de la monogamia”. Por no hablar de las sociedades estatosocialistas que excusarían más tarde la subordinación de las mujeres como un desafortunado “residuo” del capitalismo.
La revolución no es económica
Marx, mientras, asintiendo. Hasta Lenin escribió más que él -y más que la mayoría de los bolcheviques varones, en realidad- sobre la “cuestión de la mujer”, aunque se mantuviese en líneas básicas. Vale que, como dijo él, “la revolución puso a Rusia a la cabeza del mundo en cuanto a la igualdad de derechos de las mujeres y la eliminación de las barreras patriarcales tradicionales”, pero siguió, y sigue, prevaleciendo la división sexual en el trabajo. “La independencia económica no aseguraba ni puede asegurar la emancipación de las mujeres”. La revolución feminista no es sólo el trabajo remunerado. En 2017, aunque parezca obvio, aún hay que repetirlo.
El aparato marxista masculinista sigue en buena parte intacto. Existe una fuerte conciencia, expresada, por ejemplo, por la filósofa feminista Sandra Harding, de que las categorías marxistas “son fundamentalmente sexistas, más que ciegas frente al sexo”. Lo dijo poéticamente Audre Lorde en 1994: “La casa del amo no se puede reconstruir con las herramientas del amo”.
Hay un extracto que, definitivamente, evoca a Podemos. Al menos, a la facción liderada por Iglesias. “Las mujeres socialistas tenían a menudo que enmascarar su feminismo y hacer continuas declaraciones de fe en un partido dirigido por varones; subordinándose al contexto social, ya que muchas de las organizaciones socialistas seguían siendo profundamente patriarcales”. ¿No les suena?