“Raro, perturbador y siempre sorprendente.” Así describe Silvia Sesé, editora de Anagrama, a Ian McEwan, que está en España promocionando su última novela, Cáscara de nuez. El mismo autor se encargó de dejar claro que ya hace mucho que dejó atrás lo que en otro tiempo lo hizo tan extraño y atractivo, lo mismo que le valió el sobrenombre de Ian Macabro. “Con este libro he querido aportar luz y algo de optimismo”, dijo y añadió que esta historia, casi de casualidad, es cómica.
También es ambiciosa, pues para escribir Cáscara de nuez el escritor británico se agarra a Shakespeare y a un feto, al que pone a narrar una historia de traición, asesinato y maldad. “Durante toda la escritura tuve miedo de que no fuera creíble”. Pero el juego funciona en un texto en el que hasta el título hace referencia a Hamlet. También hay un tío traidor y veneno, aunque en este caso no se vierta en el oído del padre del protagonista sino en un smoothie. Ese zumo de diseño da cuenta de que la historia ocurre hoy, en el siglo XXI, como lo hacen las alusiones a los atentados del 7 de julio de 2005 en Londres o la noticia de los 71 refugiados hallados muertos dentro de un camión en Austria cuando intentaban entrar en Europa en agosto de 2015.
La crisis de los refugiados
“La UE no se ha comportado magníficamente con los refugiados, pero tampoco ha sido un fracaso total porque el problema es muy difícil de solucionar”, ha dicho en la rueda de prensa. “Reino Unido sólo ha previsto 20.000 en los próximos cinco años y deben ser más, pero también hay aceptar un número al que podamos apoyar e integrar". McEwan cree que algunos países lo han hecho mejor que otros, pero tiene claro quién ha salido ganando: “La extrema derecha europea ha hecho el agosto con los refugiados".
En Cáscara de nuez también sale el tema. “¡Y cómo nos envidian en Calais! Gracias a Dios por el canal de la Mancha!”, dice el tío Claude. Por el contrario, John, el padre del feto, es partidario de que los dejen entrar a todos y Trudy, la madre, también pero por cuestiones prácticas más que humanitarias: “Necesitamos su juventud".
“Para mí, la persecución a Salman Rushdie es el origen de todo este capítulo que tuvo su punto álgido en los atentados del 11 de septiembre en Nueva York”, dice y asegura que no sólo la guerra de Irak fue una consecuencia. “Los efectos aún los vivimos: la crisis de los refugiados, la guerra de Siria… todo tiene que ve con esos ataques".
Hemos dado combustible a populistas como Le Pen. He venido para pediros perdón
McEwan, que cree que el poder de los escritores para cambiar conciencias es limitado, no duda en dar su opinión sobre temas de actualidad. Sobre el Brexit dice que siente vergüenza. “Hemos dado combustible a populistas como Le Pen. He venido para pediros perdón”, confesó medio en broma, pero muy serio el jueves en el marco del festival Kosmópolis. Sobre el referéndum que inició la salida de Reino Unido de la UE es contundente: “Nos arrepentiremos siempre. La UE, a pesar de sus fallos burocráticos y sus deficiencias democráticas es el proyecto político y económico más heroico y noble que la Humanidad haya iniciado nunca".
“Las decisiones tomadas por plebiscitos me recuerdan demasiado al Tercer Reich”, ha declarado un McEwan que se pone muy rotundo cuando explica cosas como que a los jueces que han ido en contra de la salida de la UE, se les ha investigado para saber y desvelar si eran homosexuales. “Tras el Brexit, la política en Reino Unido huele muy mal".
Luz, no pesimismo
“El pesimismo es demasiado fácil, hasta delicioso, el distintivo de los intelectuales de todas partes”, dice el bebé de su libro, algo que McEwan ha repetido en Barcelona con otras palabras y en referencia a temas diversos, incluido el cambio climático, contra el que lucha activamente desde hace años.
Pero en Cáscara de nuez, aunque hay luz, no faltan los malentendidos que desencadenan actos espantosos o irremediables en casi todos sus libros. El feto siente y escucha a través de su madre y a través de ella se confunde, a veces porque ella mastica fuerte y no le permite oír bien, a veces porque está borracho por el vino que bebe su progenitora.
El pesimismo es demasiado fácil, hasta delicioso, el distintivo de los intelectuales de todas partes
McEwan, a sus 68 años, ya no dice cosas como que “la literatura tiene que reflejar la violencia de la sociedad”, frase recurrente en sus entrevistas de los años noventa. Ahora dice que no ríe con las comedias, pero que tiene mejor humor porque es más magnánimo. “Con los hijos y los años, he aprendido a perdonar más fácilmente". Y algo de eso hay en su último libro, que no tiene la furia de sus primeras novelas: “Este será mi hogar y me conformo. Podría haber nacido en Corea del norte, donde la sucesión es también incuestionable, pero escasean la libertad y la comida".
Pero no todo es media sorna y media sonrisa y a ratos vuelve el McEwan macabro, porque su feto, confuso y divertido, usa su cordón umbilical a modo de komboloi, pero también como cuerda con la que intenta el suicido.
Un autor de cine
Dice McEwan que no es una estrella del rock, que sus seguidores son educados y que sólo ha recibido dos cartas de odio en su vida. “Algo tiene la literatura: sigue habiendo festivales para que los lectores pregunten, comenten y los autores presenten sus libros". Asegura que el lector de novelas es un “homo sapiens superior al que escucha rock” en un tono más provocativo del que se permite para hablar de lo que le parecen las adaptaciones al cine de sus novelas.
Asegura que el lector de novelas es un “homo sapiens superior al que escucha rock” en un tono más provocativo del que usa para hablar de lo que le parecen las adaptaciones al cine de sus novelas
El inocente, Expiación, El buen hijo, El placer de los extraños o The Cement Garden son algunas de las obras escritas por él que han llegado a la gran pantalla. Dos más vienen de camino: la de Chesil Beach y La ley del menor. Quizás de ahí la cautela, que también emplea con los periodistas, con quienes estuvo más tímido que con sus lectores, ante quienes estuvo relajado y chistoso, casi como un showman con flema británica.
Eso sí, cuando cita a Kafka o Virginia Woolf “como guías” ya no se cubre de modestia. Él, parte del grupo Granta, generación dorada de la letras británicas, asegura que no tiene ojo para detectar nuevos talentos, pero sí para recuperar a algunos viejos. Anthony Trollope es un ejemplo, “un autor que gusta mucho a la derecha”, y que a ratos considera mejor que a Dickens. “Eso es casi una blasfemia”, asegura divertido alguien que ama la ciencia y afirma que “no hay nada fiable en el Corán o la Biblia".
Una historia universal
Cáscara de nuez cuenta una historia universal que ocurre en una casa que apesta como el alma de quienes la habitan y como en Hamlet, también tiene un fantasma al que el feto también puede ver. La elección de ese narrador es una vuelta de tuerca al empleo que McEwan ha hecho de los infantes. La cría equivocada de Expiación es un ejemplo o El buen hijo, libro en el que el niño amoroso también tiene planes asesinos.
Aquí surge la verdad que más limita la vida: siempre es ahora, siempre es aquí, nunca es entonces y allí
Ni los bebés son inocentes, piensa McEwan, y por eso pone en boca del feto la narración de las escenas sexuales que se dan entre su madre y su tío. “No sé por qué, pero los novelistas ya no describimos el acto de hacer el amor. Lo hacemos metafóricamente, contamos lo del cigarrillo de después, pero no el acto en sí".
Este feto oye, siente y habla, pero no actúa. Su única opción es dar patadas. Conoce palabras como “castaño de Indias”, sabe de música y arte y diferencia entre vinos de Borgoña, pero su capacidad de acción está castrada. “Como le pasa a Hamlet”, apunta el autor, a quien este recurso le ha servido para centrarse en la prosa, no en la trama, lo que da como resultado un texto que avanza como un agua viscosa, como líquido amniótico: “Pero aquí surge la verdad que más limita la vida: siempre es ahora, siempre es aquí, nunca es entonces y allí".