El Madrid de churro y carajillo, el Madrid castizo de legaña fácil, ha tenido que parpadear hoy varias veces al escuchar las noticias matinales: la alcaldesa Manuela Carmena ha prometido, desde su flamante trono de representante de la cultura municipal, regalar un libro a todos los recién nacidos. ¿Libro? ¿De verdad alguien ha utilizado un libro como instrumento político? El carajillo se derrama por las camisas semidesabrochadas, tan clásicas en el marzo madrileño. Difícil de creer, se dicen algunos mientras el churro tiembla en sus manos. El libro, ese objeto físico que amenaza con morir bajo el yugo digital, es protagonista de una promesa política. Para no creerlo.
No podemos olvidar que, hasta ahora, el libro sólo ha cruzado por la actualidad política en forma de receptor de las tropelías que los distintos gobiernos han llevado a cabo con el IVA. Hoy lo subo aprovechando la jornada de Champions, mañana lo bajo. Hoy decido que los libros no forman parte del paquete cultural, mañana quién sabe. Como un pelele, este objeto olvidado ha sido maltratado y ninguneado sin que nadie soltara el carajillo y el churro por él.
No podemos olvidar que, hasta ahora, el libro sólo ha cruzado por la actualidad política en forma de receptor de las tropelías que los distintos gobiernos han llevado a cabo con el IVA
Esto es, quizás, la única buena noticia que volará por este texto: por primera vez, un representante de la política madrileña (un iluso, quizás) ha creído que el libro puede ser un reclamo para el ciudadano, una especie de caladero de votos. Dejemos que su ilusión continúe intacta.
Entre el simbolismo y la práctica
Ahora bien, ¿tiene sentido esta medida como fomento práctico de la lectura? Vayan por delante algunos conceptos que ya se han paseado por el texto: “instrumento político”, “reclamo para el ciudadano”, “promesa política”, “caladero de votos”. Es decir, hay una evidente intención política en este movimiento. No se puede culpar a Carmena por transformar en intención política los votos de una parte del electorado que, tienen aquí a otro iluso, quizá sí tuvo en cuenta una cierta renovación cultural de la ciudad a la hora de introducir su papeleta en la urna.
Pero, claro, entre la intención política y la renovación cultural deberíamos encontrar un paso intermedio que, sinceramente, aquí no se intuye. ¿Regalar un libro a un recién nacido forma parte de ese paso? Teniendo en cuenta que, según exponía la alcaldesa esta mañana, habrá que pasarse por Cibeles para recogerlo, la parte que no es ilusa de este texto sospecha que la mayoría de niños ni se acercará a por él. Es éste un reproche a medio camino entre el chascarrillo y la crítica: los políticos habrán de acercarle la cultura al pueblo, no basta con exponerla. Es decir, las medidas tendrán que atraer al potencial votante a la cultura, no dar por hecho que esa atracción ya existe.
Teniendo en cuenta que, según exponía la alcaldesa esta mañana, habrá que pasarse por Cibeles para recogerlo, la parte que no es ilusa de este texto sospecha que la mayoría de niños ni se acercará a por él
No se puede dudar, sin embargo, de que es una medida que simbólicamente puede suponer un antes y un después en la política cultural de la ciudad. Obviaremos el supuesto rédito que el mundo privado editorial sacará de ella, pues estaríamos todos dispuestos cargar con ese peaje si al menos uno solo de esos neonatos acabara leyendo un mísero párrafo. Pero el mundo del libro ya se ha hartado de tanto gesto simbólico (para regodearse en el simbolismo ya tienen la poesía, de cuyo Día Internacional, por cierto, 21 de marzo, poco se sabe) y exige con fuerza medidas tangibles.
Medidas que impidan el cierre de decenas de librerías al año en Madrid. Que impida que precisamente las librerías, esos tesoros agonizantes de la ciudad, tengan que pegarse por una limosna de 150.000 euros. Que impida el suicidio económico de aquellos que no pueden reclamar un precio fijo (como en varios países de Europa), pero que ven cómo cada año ingresan menos por el mismo producto. Dijo Unamuno que España debía enorgullecerse de haber producido Santas Teresas y Quijotes. El simbolismo, Manuela, no necesita política. Va implícito en el arte que hoy se desangra.