Premio Pulitzer por contar los desahucios, el infierno del sueño americano
'Desahuciadas. Pobreza y lucro en la ciudad del siglo XXI', de Matthew Desmond, es una bajada a los infiernos del progreso protagonizada por un sociólogo, que imparte clases en la Universidad de Harvard.
11 abril, 2017 10:51Noticias relacionadas
Desahuciadas. Pobreza y lucro en la ciudad del siglo XXI (publicado en España por Capitán Swing), es una bajada a los infiernos del progreso protagonizada por un sociólogo, que imparte clases en la Universidad de Harvard, y del que hay que alabar las técnicas narrativas periodísticas para desvelar los nuevos estándares de la pobreza en la sociedad estadounidense (a pesar de la traducción del subtítulo para la edición en castellano). “Esta es una obra fáctica, no de ficción. La mayoría de los acontecimientos descritos en este libro tuvieron lugar entre mayo de 2008 y diciembre de 2009”, así arranca.
Matthew Desmond no ha evitado las escenas de crueldad y violencia real: Lamar tiene unos ingresos mensuales de 628 dólares y un alquiler de 550 dólares por un apartamento de dos dormitorios. Hace labores extra de mantenimiento para llegar a fin de mes, pero no es fácil para alguien al que han amputado las dos piernas por congelarse un día mientras la temporada que vivía en la calle. Sus investigaciones han sido recompensadas con el Premio Pulitzer al mejor libro de no ficción.
La vida civil también comienza en casa, donde se nos permite echar raíces y asumir la pertenencia a nuestra comunidad, participar en la política local y acercarnos a nuestros vecinos
“La vida civil también comienza en casa, donde se nos permite echar raíces y asumir la pertenencia a nuestra comunidad, participar en la política local y acercarnos a nuestros vecinos en un espíritu de solidaridad y generosidad. Únicamente cuando comenzamos a considerar una calle nuestra calle, un parque público nuestro parque y una escuela nuestra escuela podemos convertirnos en ciudadanos comprometidos que dedican su tiempo y sus recursos a causas merecedoras de ello: unirse a las patrullas de vigilancia vecinal, embellecer de forma voluntaria un parque infantil o incorporarse al consejo escolar”, escribe Desmond, para señalar todo lo que impiden los desahucios.
“Se supone que EEUU es un lugar en el que se puede mejorar: uno mismo, la familia y la comunidad. Pero esto es únicamente factible si se cuenta con un alojamiento estable”. Desmond ha observado la pobreza descorazonadora de su país y teme alimentar el cinismo, por eso advierte que un buen hogar puede servir como el más sólido asidero. “Cuando las personas tienen un sitio en el que vivir, se convierten e mejores padres, trabajadores y ciudadanos”.
No es la primera vez que Desmond acerca al lector a la ruina en la que se encuentra su país, su anterior libro, En la línea de fuego, era una crónica en la que trabajó con un equipo de guardas dedicados a apagar incendios forestales en Arizona. Pero Desahuciadas se pregunta cómo es posible que la dignidad sea un privilegio y no un derecho: “Si el encarcelamiento ha llegado a definir el modo de vida de los hombres pobres negros, el desahucio es la forma de vida de mas mujeres pobres negras. Ellos fueron encerradas y ellas fueron bloqueadas”, puede leerse en la obra del autor premiado. Igual que el encarcelamiento, reflexiona Desmond, el desalojo puede tachar a una persona para toda la vida.
A partir de ese momento, se convierte en un inquilino indeseable y el estigma lo condena a viviendas cada vez más sucias y más decrépitas, a un infierno más y más profundo. Los adultos que tienen problemas para mantener sus puestos de trabajo no son los únicos tocados. Los niños quedan marcados severamente en el proceso de fuga de una vivienda a otra, con constantes cambios de escuela. El desahucio genera una montaña de objetos, tirados a pie de calle, que el autor compara con “tartas de cumpleaños a medio comer, todavía alegre”.
Si el encarcelamiento ha llegado a definir el modo de vida de los hombres pobres negros, el desahucio es la forma de vida de mas mujeres pobres negras
Para el sociólogo, la pobreza en los EEUU se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos. De hecho, el historiador holandés Rutger Bregman lo mencionaba en una entrevista reciente con este periódico: para acabar con la pobreza y los programas de asistencia habría que instaurar una paga mensual mínima para vivir sin tener que mover un dedo. Un salario universal que evitaría tener que hacer al coste mayor de todos, la pobreza. “En los EEUU requiere anualmente 500 billones de dólares. Costaría 175 millones de dólares erradicar la pobreza. Por eso veo la renta básica como una inversión”, aseguraba.
Costaría 175 millones de dólares erradicar la pobreza. Por eso veo la renta básica como una inversión
Si los ingresos de una familia, después de hacer frente al alquiler acaba en calderilla, hay una poderosa tentación (de supervivencia) para saltarse el pago del alquiler mensual y mantenerse en calor. Desmond se trasladó a un parque de casas rodantes de Milwaukee, donde tomó notas sobre la vida de personas que pagan el 80% de sus ingresos para poder vivir en una caravana. Una de las conclusiones a las que llega es que en los hogares sin estabilidad financiera todo carece de sentido: los pobres tratan de sobrevivir y “a veces sazonan su sufrimiento con placer, como la bebida o fumar hierba”.
Mientras los inquilinos tiritan en los fríos inviernos de Milwaukee, el propietario de las casas rodantes de las que va desahuciando a los protagonistas con los que habla Desmond, está de vacaciones en el Caribe. El rentista tiene unos ingresos anuales de unos 400.000 dólares, gracias a sus 131 trailers y, como explica Desmond, a la extrema pobreza de sus inquilinos, que temen quejarse y quedarse en la calle y a que carecen de representación legal. Por eso el autor premiado con el Pulitzer habla a las claras de “explotación”. “Hay una cantidad enorme de dolor y pobreza en esta rica tierra”, sostiene el sociólogo estadounidense, que se acercó a la vida de estas ocho familias desahuciadas y se encontró con que a nadie le interesa desmantelar el sistema del dolor. Sólo a sus víctimas.