Dice Sergi Puertas -novelista y exdirector de la revista El Víbora- que el traje en el que estamos atrapados en 2017 se llama España. “Hay una sensación de agobio, ¿no? En lo laboral, en lo personal, en lo mediático. Y una sensación de impotencia absoluta frente a todo lo que sucede. Tienes mil problemas, pero tu impulso es acudir a Facebook. No sé, yo soy pesimista. Como lector de Schopenhauer y de Thomas Bernhard no tengo buena opinión de nosotros como especie”, sonríe.
Por eso Estabulario (Impedimenta) es una suerte de profecía autocumplida: seis relatos de laboratorio -fríos, experimentales, genuinos, dolorosamente cómicos- en los que las pobres ratas somos los niños ibéricos de este tiempo, como en una distopía posible. Estamos encerrados. En patrias, en religiones, en casas, en ropas, en concursos, en relaciones afectivas. En pantallas, en ideas circulares, en jaulitas asediadas por bombardeos publicitarios. Nos hemos vuelto lacónicos, torpes, lentos. Enclenques morales, tullidos intelectuales, necios exhaustos. Sin mala baba ya: hombres de ideología light.
La ficción apocalíptica de Puertas tiene mucho de Black Mirror: “En realidad, somos los muertos de hambre de toda la vida, pero con el elemento tecnológico añadido"
Dios sigue apretando sin llegar a ahogar y aquí manoseamos la catástrofe, los finales infelices que se acercan. Por eso hay quien señala que la ficción apocalíptica de Puertas tiene mucho de Black Mirror: “En realidad, somos los muertos de hambre de toda la vida, pero con el elemento tecnológico añadido”. El autor cree que la literatura no está sabiendo capturar los cambios que estamos viviendo. “Es una de mis obsesiones de los últimos años: tanto whatsapp, tanto mail, tanta alerta de Facebook… todos esos eslóganes y noticias. No se ha resumido aún este clima de agobio. Las novelas que hacemos siguen viviendo en los ochenta”.
Síndrome de Estocolmo
Él se ha hecho con una thermomix literaria y ahí ha metido explosiones, chanchullos urbanísticos, guerras fraticidas, series de televisión que dan instrucciones al espectador, islamismo, refugiados, feminismo y lo que se tercie. En uno de sus relatos más escabrosos, Manos libres, dibuja un panorama loco en el que las mujeres españolas están secuestradas por hombres árabes y ejercen de esclavas sexuales.
Todo normal: aún canta Bisbal en los 40. Pero ellas llevan burka, andan nerviosas por preparar a tiempo la cena y hablan por teléfono unas con otras mientras planean una revuelta. A veces pasan hambre. No pueden salir de sus apartamentos. Hacen el amor sin ganas, como por contentar al líder.
En uno de sus relatos más escabrosos, Manos libres, dibuja un panorama loco en el que las mujeres españolas están secuestradas por hombres árabes y ejercen de esclavas sexuales
Hay mensajes en clave: “cordero en el horno” significa anfitrión muerto, musulmán aniquilado. Unos cooperadores -que presuntamente quieren devolverlas a su vida anterior- les envían kalashnikovs y notas clave para escaparse. Meri ya se ha cargado a su captor, pero Tatiana se ha encariñado con Ahmed, en un híbrido entre el amor perverso y el síndrome de Estocolmo. La trata bien, le regala anillos, la besa con emoción. En alguna ocasión llora y se duerme en su regazo. Ella casi ni se acuerda ya de su marido y su hijo. ¿Y si no quiere salir de allí? ¿Y si no quiere volver a ser libre?
Debates sobre la mesa: ¿es una metáfora acerca de que el feminismo patrio es muy crítico con lo que pasa en casa pero no lo suficientemente frontal con el machismo musulmán? Puertas no se moja. “Cada cual que saque con sus conclusiones. No intentaba decir nada en concreto, no quería filtrar un mensaje parpadeante. A mí me interesa contar la historia de esas dos chicas que se ven en una situación extrañísima. Me interesa cómo la manejan a nivel humano: la que es capaz de juntar valor y decir que está hasta el coño y la que se enreda en la comodidad”, explica.
Andalucía libre (y totalitaria)
Una de las historias presenta a un hombre atrapado en su uniforme de trabajo: ese traje, que le echa cien kilos encima, está fusionado con su cuerpo a nivel ADN. En otra, Andalucía ya es independiente de España: tras la guerra pertinente, se ha convertido en una combinación de Marruecos con Corea del Norte. “A mí todo nacionalismo me parece ridículo”, aclara el autor.
El catalán, el español, todos. Es grotesco que en pleno siglo XXI estemos con las banderitas y todas esas mierdas… esta historia está impregnada de cachondeo. La idea de una Andalucía independiente me parecía divertida, demencial
“El catalán, el español, todos. Es grotesco que en pleno siglo XXI estemos con las banderitas y todas esas mierdas… esta historia está impregnada de cachondeo. La idea de una Andalucía independiente me parecía divertida, demencial”. Dice que los escritores tienden a pensar en la historia en términos muy conservadores: como si el relato tuviese que avanzar dentro de unos parámetros que ellos mismos se han marcado, porque saben que va a funcionar. Pero Puertas reconoce que él quería desmadrarse. “Así sorprendo al lector, me sorprendo a mí y mantengo la tensión”.
Revolución o nada
El escritor anda desencantado. Si se le pregunta qué es lo más distópico que le podría pasar a España en 2017, dice que lo que ya está pasando. “Estamos viendo cómo la propaganda funciona. Está todo podrido a un nivel inenarrable, y ¡qué sé yo!, la gente sigue votando a los mismos partidos”, resopla.
“La situación es apocalíptica a nivel político y también a nivel social: vas en el metro y está todo el mundo con el dedo en el móvil. Por otro lado, estamos tan obsesionados con lo que comemos, con lo que damos a nuestros hijos, con los productos con los que nos lavamos… tanta salud, tanto bienestar, tanta patología, ¿no?”, continúa. “No hay debate público, o no a la importancia que merece. Nos estamos distanciando del mundo y nadie lo está documentando”.
Cree en la revuelta. En la convulsión, en el levantamiento. “Lo peor que nos pasa es el continuismo. Sólo un cambio repentino, fuerte, puede hacer algo por nosotros. Es probable que después de eso viviéramos una temporada desagradable o trágica, pero más trágica es esta pasividad”. Cierra. “Por una cuestión de dignidad, estaría bien que hiciéramos algo”.