¿Qué se puede hacer contra los fanáticos religiosos y racistas que quieren hacer de la sociedad un lugar puro, un pueblo homogéneo, una religión verdadera, una tradición original, una familia natural y una cultura auténtica? ¿Se puede combatir el dogma de la pureza con la adaptación mimética y enfrentarse al rigorismo con rigorismo, a los fanáticos, con fanatismo, a los que odian, con odio? ¿Si la Europa moderna, laica y plural es atacada, debe dejar de ser moderna, laica y plural? ¿Cómo puede defenderse una sociedad liberal y abierta? ¿Cómo combatir el odio?
Muchas preguntas y ¿respuestas? La filósofa Carolin Emcke, profesora en Yale, multipremiada por sus ensayos y artículos, publica Contra el odio (Debate) para que el nuevo placer de odiar no se normalice, para que Europa no se convierta en una tierra de exclusión, individualismo y pureza regresiva, propone “una cultura de la duda ilustrada y de la ironía”. Estos son los géneros del pensamiento que los fanáticos dogmáticos racistas rechazan. No lo entienden. Cuanto más castigue la antidemocracia, más democracia. Cuanto más golpeen, más instrumentos del Estado de derecho, empezando por la defensa de la pluralidad. Acabar o silenciar la singularidad del individuo supone rematar el proyecto liberal plural.
“No tengo por qué desear vivir como los demás o creer en lo que ellos creen. No tengo por qué compartir las costumbres y las convicciones de otros. No tienen por qué resultarme simpáticas ni comprensibles”, escribe Emcke. En esto consiste la libertad de una sociedad verdaderamente abierta y liberal, “en no tener que gustarse mutuamente, pero sí respetarse”. La filósofa reclama contra los productos Marine Le Pen y el ISIS sociedades poco esencialistas, homogéneas y menos puras.
Contra la vulnerabilidad
El respeto de la diversidad protege la individualidad de todos, los nativos y recién llegados, los que creen y no creen. La defensa de lo impuro es la única salvación a la catástrofe radical. La defensa de lo puro es la manera en la que las grietas se harán más profundas. Como cuenta Emcke, menos vulnerables seremos si la sociedad en la que vivimos permite y respeta que existan distintos proyectos vitales, así como convicciones religiosas y políticas diferentes. Porque la antidemocracia no viene de fuera, vive con nosotros.
Contra el odio es un alegato de la vulnerabilidad, un remedio contra los miedos de una sociedad amenazada y una democracia arruinada. Contra el odio también es un vademécum contra todos aquellos que crean que pueden esquilmar la pluralidad, contra quienes realmente creen que la sociedad de la que forman una pequeña parte es y se hace a su imagen y semejanza. La monocromía es más propia de los tiempos inquisitoriales, en los que se aleccionaba a golpe de hoguera. Un Estado laico defiende las condiciones y las estructuras para que distintos proyectos vitales puedan coexistir en igualdad.
¿Cómo promocionar esas condiciones? Con dinero. La filósofa propone más inversión económica en la integración de aquellos lugares donde surge el descontento que se canaliza en forma de odio y violencia. “Quien quiera combatir el fanatismo de manera preventiva deberá preguntarse por qué para tantas personas su vida vale tan poco que están dispuestas a sacrificarla por una ideología”, escribe.
Contra la originalidad
Los fanáticos pseudorreligiosos y los nacionalistas partidarios del racismo suelen pintar otro panorama: defienden la existencia de un colectivo homogéneo, original y puro que, en su opinión, ofrecería mayor protección y estabilidad. Programa Le Pen y del ISIS. Ambos sostienen que una sociedad plural pondría en peligro la cohesión y socavaría la tradición que ellos tanto estiman.
Los dogmáticos “no admiten ambigüedad o ambivalencia alguna”, viven presos del fetichismo de la pureza. Insisten en excluir e incluir: “Existir realmente en plural significa sentir un respeto mutuo por la individualidad y la singularidad de todos”. Sólo si hallan semejanzas donde ahora sólo ven diferencias podrá surgir la empatía, la convivencia. ¿Podrán defender lo impuro y lo diferente? ¿Podrán dejar de sentirse vulnerables mientras mantengan una sociedad encerrada en un proyecto vital único, sin convicciones religiosas y políticas diferentes? No.