No sé quién eres, pero comparto tu alegría. Gritas por una “Francia unida”, y la muestras en tu camiseta (lema de Macron) y en tu piel. No sé si crees en dios, ni si tu familia es católica, musulmana o ambas cosas. No sé si naciste en París o vienes de lejos. No sé nada de ti, pero sé lo que representas: la pluralidad descarada. Porque tu exaltación, tu explosión de enhorabuena desarticula la incomodidad a la tolerancia de quienes no soportan a quienes profesan una fe distinta, tienen un aspecto diferente o aman de otra manera a lo que a ellos les parece “normal”.
Como si en materia de igualdad existiera un techo. Como si las mujeres o los homosexuales sólo pudieran ser iguales hasta cierto punto, del que no se puede pasar
Porque lo normal es lo puro, y los diferentes deberían darse por satisfechos son sus cuatro derechos y dejar tranquilo al resto. Son, los “normales”, los que quieren imponer uniformidad, dogma y silencio, los que afirman que, con todo lo que se les ha concedido ya, los judíos, los musulmanes, los homosexuales, las lesbianas, los refugiados, los negros o las mujeres, deberían estar contentos y guardar silencio.
“Como si en materia de igualdad existiera un techo. Como si las mujeres o los homosexuales sólo pudieran ser iguales hasta cierto punto, del que no se puede pasar. ¿Completamente iguales? Eso sería ir demasiado lejos. Significaría ser… eso, iguales”, escribe la filósofa Carolin Emcke, en Contra el odio (Debate).
Un voto de futuro
No sé quién eres, pero sé que los amantes de lo puro se han quedado sin argumentos ante tu alegría. Has desintegrado esa papeleta que pretendía instaurar una sociedad encerrada en un proyecto vital único, sin convicciones religiosas y políticas diferentes. Por todo eso no importa quién seas, cómo te llames, en quién creas, a quién ames o de dónde vengas, lo importante es que no has votado y en tu voto se lee que el fascismo siempre estará en desventaja frente a la pluralidad, que el odio no cabe en las urnas.
Tú eres la imagen de que el odio colectivo e ideológico, con el que se agrede sin freno al diferente, no puede gobernar en Francia y que quien lo defiende acabará disolviéndose en el tiempo y las declaraciones, como antes lo hicieron otros. El odio no te ha amedrentado, el terror no te ha asustado, has salido a la calle con tu familia y lo has combatido sin aceptar su invitación al contagio. La intensidad de tu gesto es la voz del corazón, la esperanza de que quienes apoyan el odio lleguen a dudar de sí mismos y lo cambien por el compromiso pacífico.
Todos formamos parte del compromiso con una realidad, que no puede ser el proyecto particular de nadie y en la que, queramos o no, estamos ya siempre implicados
Tu grito demuestra que el odio no es más auténtico que el aprecio, ni que es algo natural, algo que nos viene dado. No. Es algo que se incuba y se inocula. Nos has dado una lección al salir a la calle a apoyar a los que están amenazados por su aspecto, su forma de pensar, sus creencias. Y lo has hecho uniéndote al resto, apoyándote en la comunidad que ha frenado al bicho y ahora pide recuperar los espacios públicos y sociales para que la pluralidad nos haga menos vulnerables. Está por ver si esa es la opción del nuevo presidente, pero de momento los profetas del odio han recogido sus instrumentos.
El problema ya no es de ellos, el problema ahora es de todos. Todos formamos parte del “compromiso con una realidad”, como explica la filósofa Marina Garcés en Un mundo común (Edicions Bellaterra), “que no puede ser el proyecto particular de nadie y en la que, queramos o no, estamos ya siempre implicados”. Tú eres nosotros.