Nosotros lo sabíamos. Robert Juan-Cantavella y yo siempre decimos lo mismo. Sabíamos, éramos perfectamente conscientes de que nunca íbamos a tener un trabajo así, ni a ser felices de la misma manera como cuando trabajábamos en Lateral. El responsable de todo eso era un húngaro refinadísimo y canalla que lo mismo podía recibir en su despacho a un doctorando de Filología de la Pompeu que a un inmigrante peruano sin carrera. Y dejarles hacer una revista.
Hoy me entero de que aquel hombre que hizo tanto por mí y por la cultura de este país acaba de morir. Y es una pérdida terrible. Porque Mihaly Dés, el húngaro, representaba todo lo bueno que quedaba de ese modelo antiguo de productor cultural, de ese tiempo en el que las revistas míticas que-no-pagan-las-colaboraciones, que no tenían aún ese tufillo a estafa y a explotación que tienen ahora. Y en el que todavía, y quizás ya ingenuamente, uno podía pensar que el sacrificio servía para algo. Y tanto que sirvió.
Todo esto ocurría justo antes de la proliferación de medios digitales y el cambio de paradigma —que le interesaba a él más que a nadie, y así lo hacíamos ver en la revista—, es decir, cuando los medios aún tenían el poder de aglutinar firmas, personalidades, a veces personajes, que después se convertirían en “los que pasaron por ahí”. La lista de los que pasaron por la revista Lateral durante sus 13 años de existencia, atraídos por el proyecto aventurero y aventurado de Mihaly es larga, e incluye a editores como López de Lamadrid o Ana S. Pareja, críticos como Echevarría, cronistas como Guillem Martínez, historietistas como Jorge Zetner, escritores como Juan Gabriel Vásquez, traductoras como Marta Rebón. Además de mi propia familia: Wiener, Juan-Cantavella —que era el que cortaba el bacalao—, Carrión, Trejo, Enard, Fernández Porta, Marquès. Algo que también le agradezco. Y tantos otros, ensayistas, ilustradores, fotógrafos, críticos de música.
La última noche
Muchos de ellos nos reunimos hace unos meses en Barcelona, a propósito de los diez años del cierre de Lateral. Fue la última vez que lo vi. Estaba feliz. Creo que estaba feliz. Él ya sabía que estaba muy enfermo —algunos de nosotros lo supimos ese día, aunque no por él—, así que me consuela pensar que en su fuero interno, y con ese sentido del humor tan cabrón que tenía, vivió ese homenaje a la revista como un homenaje a sí mismo. Algo que desde luego, también fue.
Esa noche, durante las copas (a las que ya no pudo acompañarnos), recordamos tantos pasajes de su vida legendaria: sus viajes a Cuba con una compañía de ballet, su paso por la agencia Balcells, sus peripecias como actor de cine, su conocimiento casi enciclopédico de la literatura latinoamericana, sus andanzas de seductor infatigable, sus demenciales intentos empresariales para intentar mantener a flote la revista. Y creo que en algún momento de la noche pensé que tal vez nunca le volvería a ver. Lamentablemente, así ha sido.
Todo esto para intentar decir algo que en realidad no se puede decir. ¿Cómo se mide el aporte de un hombre a la cultura de un país que, por si fuera poco, no era el suyo? ¿A la agitación de una lengua por la que transitaba con holgura pero en la que no escribió sus libros (la mayoría ni siquiera traducidos)? Tal vez el espíritu de las revistas sea como el espíritu de esas personas que son capaces de implantarse en la memoria de los otros. Y así perviven. Y tal vez Mihaly no estaría del todo descontento con que Lateral sea recordada como su gran obra en España. Ojalá seamos capaces de verlo y de reconocérselo. Descansa en paz, querido amigo.