La revolución frívola: combatir el machismo con risas y coños
La periodista Lucía Lijtmaer publica ‘Yo también soy una chica lista’, un ensayo que aborda el feminismo desde el humor, una tendencia editorial al alza. Asegura: “Con que este libro feminista ayude a Pérez-Reverte, yo me conformo”.
31 mayo, 2017 11:40Noticias relacionadas
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Brujas, putas o vieja locas rodeadas de gatos. Rubias, tontas o víctimas de todas las películas. Y entre un cliché y el otro, siempre hay una boda o un bebé. Esos son algunos de los asuntos que aborda Lucía Lijtmaer en Yo también soy una chica lista (Destino), libro en el que no deja títere machista con cabeza. La periodista y escritora, colaboradora de este periódico, ha hecho de su feminismo un sayo, no un disfraz, y es de las que responde sin apuro "no puedo contestar con criterio”, si desconoce los datos por los que se le preguntan.
Al machismo le ha ido muy bien la imagen de la feminista siempre enfadada y quise romperla
Lijtmaer analiza la cultura pop predominante, la realidad que refleja o proyecta y narra algunas experiencias personales. “Usar el yo es básico en el relato feminista porque hablamos mucho entre nosotras, pero se hacen públicas pocas historias y al compartirlas, muchas mujeres se reconocen”. Para hacerlo, ha elegido el humor, pues dice que "la mejor forma de neutralizar al machista es ridiculizarlo".
"También lo uso conmigo y el feminismo, porque me ayuda a ver dónde estamos". La risa no le quita hierro al tema, sólo lo presenta con alegría. “Al machismo le ha ido muy bien la imagen de la feminista siempre enfadada y quise romperla. Yo soy una chica lista y sé adoptar un registro grave, por eso en este libro no toco, por ejemplo, la violencia machista”.
Tendencia editorial al alza
Los relatos de madres ricas y guapas convertidas en gurús para otras madres sin dinero (léase el capítulo dedicado a Gwyneth Paltrow); las mujeres sin hijos vistas como algo “monstruoso” (¿Para cuándo un niño?) o del modelo físico y moral que venden los medios (“¿Es gordibuena la nueva anorexia?”) son otros temas que Lijtmaer pone bajo su lupa. “Cuantos más derechos queremos, más flacas nos quieren los medios”, escribe con guasa, pero con datos que le devuelven hierro a la risa. Según la Organización de Consumidores y Usuarios, los españoles gastan 150 euros al mes en adelgazar. Una de cada 12 adolescente británicas se autolesiona. Sólo el 16% de las mujeres está satisfecha con su figura.
Cuantos más derechos queremos, más flacas nos quieren los medios
Libros sobre feminismo hay muchos, pero Yo también soy una chica lista se enmarca en una tendencia editorial novedosa en España, que fuera ya tiene cierta solera. Caitlin Moran con Cómo ser mujer (Anagrama), Un libro para ellas de la monologuista Bridget Christie (Anagrama) o el volumen ilustrado de la francesa Mirion Malle, Commando Culotte (Ankama), son algunos ejemplos. En casa, No es país para coños (Península), de Diana López Varela o Mamá, quiero ser feminista (Lumen), de Carmen G. De la Cueva también recurren al gag y huyen de la academia.
“El feminismo tiene su espacio en el ámbito académico y es importante. Pero esta forma de abordarlo coloca el debate en otro lugar más accesible”, dice Lijtmaer, que trufa el relato con aportaciones de pensadoras como Silvia Federicci, activistas como Gloria Steinem o estrellas de la televisión reciente como Lena Dunham o Amy Schumer.
Feminista por un golpe o un pedo
Las autoras de este tipo de libros comparten una epifanía. Lijtmaer, a ese momento en el que toma conciencia del machismo, lo llama “golpe en la cabeza”. Ella lo tuvo en una reunión de trabajo, cuando un tipo le dijo dónde sentarse y la mandó callar. “Shhhhhh”, fue la onomatopeya que la despertó para siempre. En el caso de Christie fue una flatulencia: la que se tiró el dependiente de una librería en la sección de ensayos sobre mujeres y que llevo a la humorista a concluir que la lucha feminista se ha convertido “en algo que no vale ni un pedo”. Para López Varela fue el anuncio de Gallardón de reformar la ley del aborto, algo que la volvió “política” a pesar de que nunca se había posicionado ideológicamente.
Cuando se le pregunta a Lijtmaer si aquel mandato de silencio fue lo peor que recuerda: “Por suerte olvido muchas cosas que me han pasado. Si me acordara de todo, no sería humor”. Lo que tampoco le hace gracia son las diferencias en el trato con las autoras de fuera: “No he visto reseñas burlonas ni despectivas sobre libros de Virginie Despentes, Rebecca Solnit o Moran, pero sí ataques cuando una escritora de aquí aborda el tema”.
Las frívolas
Las mujeres ya no se ponen límites temáticos, ni semánticos y eso molesta. En el humor, perdura aquella idea de que el biquini estaba bien para las suecas, pero las de casa, mejor que fueran decentes. “El ideal de mujer que aún se impone es el de no generar mal rollo y para eso, mejor estar calladas. Si te atreves a hacer humor, eres una pizpireta que no piensa. Una frívola”, opina Lijtmaer.
El ideal de mujer que aún se impone es el de no generar mal rollo y para eso, mejor estar calladas
La frivolidad se atribuye a las mujeres con mucha ligereza. En un estudio de Francisco Segado sobre las viñetas de la prensa diaria de la Transición, la española era retratada así: gorda, con delantal, con carro de la compra, en falda o camisón, con un plumero y con hijos. Su rasgos de carácter eran: autoritaria, irónica, crédula, débil, inculta y/o frívola. A la “liberada”, sin embargo, la visten con pantalón o falda, atractiva y joven y la adornan con un cigarro. Sus atributos morales son: feminista, deseosa de poder, irónica y, adivinen, frívola también.
La importancia de decir “coño”
Hasta hace poco, los chistes, las carcajadas y los orgasmos las féminas los contaban dentro de casa. Lo explicó a mediados de los ochenta el antropólogo Mahadev L. Apte en su libro Humor and Laughing (Humor y risa): “Las mujeres parecen no conectar con el desarrollo de ciertas categorías de humor porque no tienen el mismo grado de libertad que los hombres”, apuntó observando que ellas no participaban públicamente de las bromas obscenas que sí hacían los hombres.
Porque leer a mujeres denunciar injusticias usando el humor no es nada nuevo: echen un ojo a la ironía de Jane Austen o revisen las ácidas crónicas de Dorothy Parker. Lo nuevo es el lenguaje, pues ni una ni la otra, ni tampoco Rosa Maria Arquimbau se hubieran atrevido a escribir en sus textos “polla”, “coño” “follar”, “correrse”, ni siquiera “pedo”.
En España, hablar de feminismo públicamente no es que sea una manera muy feliz de hacerte famosa
Para reivindicar esa libertad que da reírse de cualquier cosa y a voz en grito, Lijtmaer se inventó Princesas y Darth Vaders, un festival que en unos días celebra su tercera edición en la Casa Encendida de Madrid con invitadas como la youtuber Ter o el show paródico Feminismo para torpes. “Surgió porque yo veía a muchas cómicas anglosajonas en stand up o series, lo compartía con amigos y quise convertirlo en una herramienta para dar a conocer a unas activistas relegadas al underground a un público más amplio”.
No es una moda
El feminismo, aunque haya quien aún lo susurre, no es una moda. “Sin comerlo ni beberlo, te has convertido en una humorista solvente aclamada por la crítica porque te has puesto a hablar de feminismo”, escribe irónicamente Christie tras 11 años dedicándose a los monólogos. A quien insinúa que el feminismo es una tendencia, Lijtmaer le enseña el CV: “Esto forma parte de mi trayectoria profesional, un tema al que le pongo mucho acento desde hace años. Además, en España, hablar de feminismo públicamente no es que sea una manera muy feliz de hacerte famosa”.
Ahora me dolería más un ataque de una feminista que de un machista pues de la primera aún espero aprender algo
“Cualquiera que vaya a ver a Christie se preguntará con quién hay que follar para prosperar en este oficio”, escribió sobre la humorista un periodista inglés, un tipo de comentario que Lijtmaer conoce perfectamente. “Pero ya me dan igual. Ahora, me dolería más un ataque de una feminista que de un machista, pues de la primera aún espero aprender algo”.
También se queja de que haya quien diga que hablar de chicas es encasillarse cuando nadie le dice algo parecido a los colegas de profesión que cubren juicios o política toda su vida. Todo eso no quita para que reconozca que el capitalismo, que encuentra la oportunidad de negocio en cualquier sitio, también haya encontrado nicho en el feminismo, algo de lo que también “se aprovechan los medios de comunicación”.
Tergiversaciones interesadas
Yo también soy una chica lista desmenuza el discurso machista para que entendamos por qué hay cosas que se dan por normales y no lo son. Por ejemplo, que las llamadas revistas femeninas las redacten cuarentonas que jamás saldrían en sus portadas, las lean mujeres de 60 pero las protagonizan chicas de 14 o que ofrezcan un estilo de vida para millonarias cuando las compran señoras inmersas en una sociedad precaria.
En paralelo, también habla de lo mal que se han contado algunas cosas, lo que ha provocado que el discurso feminista no haya calado. “Se acusa al feminismo de haberse vendido mal”, escribe Lijtmaer, pero la sensación es de que se ha tergiversado de la peor manera. De ahí la versión de mujer siempre enfadada y con pelos en los sobacos que se usa para despreciarlas. El ejemplo del porno lo explica casi todo, también esto: como entre las feministas hubo quienes lo condenaban, se tomó la parte por el todo y empezó a decirse que a las que combatían el machismo no les gustaba el sexo.
El caso del porno es el más claro, pero hay otros a lo a lo largo de la Historia. Por ejemplo, ¿de dónde viene esa imagen de la feminista como pirómana de sostenes? Se encuadra en la protesta que se celebró en 1968 en Atlantic City con motivo del certamen de Miss Mundo contra los cánones de belleza impuestos por el capitalismo blanco y machista. Pero según explica la documentalista Jennifer Lee, autora de Feminist: Stories from Women's Liberation, a aquella manifestación histórica no se le ha dedicado ni una triste estatua y el único legado que quedó de ella fue ese tópico demonizante a pesar de que no se vio un sostén en toda la marcha.
Hombres feministas y Podemos
Las fuentes que emplea Lijtmaer tienen nombre pero no apellido: “Ellas podrían ser cualquiera pues muchas hemos estado en situaciones parecidas”. Tampoco da los nombres de los machistas: “No se dan sobre el papel, pero entre nosotras lo comentamos y es importante porque es básico ponerle nombre para poder luchar”.
A quien sí cita es a determinados políticos: Soraya Sáenz de Santamaría, por ejemplo, a quien afea que prescindiera de su baja por maternidad porque con ello dio a entender “que resultan innecesarias”. Como partido, el que recibe más tortas es Podemos. “Es que en cuestiones feministas, da para mucho juego cómico. Ha recurrido mucho a lo simbólico y además, lo escribí cuando el debate estaba muy candente”.
Sobre los hombres feministas que conoce dice que son de varios tipos, pero ha comprobado que “lo son más quienes no dicen serlo”. Para ellos también puede ser útil el “Manifiesto para chicas listas” que hay al final del libro y que incluye este consejo: “Discute, te hace mejor” y da cuenta de la feminista que es Lijtmaer. La sugerencia quizás no le haga falta a las más jóvenes, quienes parecen haber nacido con el golpe en la cabeza puesto de serie.
“No se disculpan por hablar de feminismo y no toleran según qué actitudes”. Para ella, está relacionado con la precariedad y las redes sociales. “Es una generación que no aspira al confort ni se amolda a un espacio que les es incómodo. Y las redes son un motor de cosas espantosas pero también son expresión y hacen grupo”.
Lijtmaer, autora también de Quiero los secretos del Pentágono y los quiero ya (Capitán, Swing), un reportaje sobre la deep web, y Casi nada que ponerte (Libros del Lince), una historia reciente de Argentina, mezcla de géneros que deviene en novela, ríe a carcajada limpia cuando se le hace saber que la web de Destino ha colocado Yo también soy una chica lista entre los títulos de autoayuda: “Con que este libro feminista ayude a Pérez-Reverte, yo me conformo”.