El PP quiere declarar 2017 “Año Azorín”, en junio. Este jueves se vota una Proposición no de Ley del PP en la Comisión de Cultura para celebrar la efeméride, con medio año de retraso. Y la firma de Rafael Hernando rubrica las intenciones culturales del partido, presentadas a la mesa del Congreso para que sea votada por los grupos. El repentino empeño llama la atención cuando la propuesta del propio PP fue solicitada en enero.
Tras rescatar la iniciativa del cajón, ahora se redirá atención a “quien fuera representante de los almerienses en las Cortes Generales” durante cinco legislaturas. El novelista, ensayista y articulista de la Generación del 98 José Martínez Ruiz, muerto hace 50 años, fue autor de dos obras que ahondaron en sus labores políticas y dibujan lo que es un “político ideal”. Entre las medidas que se proponen para divulgar la memoria de Azorín, el PP quiere recuperar las obras El Político (1908) y Parlamentarismo español (1916) y que el Congreso de los Diputados las reediten para ser distribuidas por las bibliotecas estatales.
Las crónicas del articulista del Diario España que analizó las Cortes en sus “Impresiones Parlamentarias” llegan en el momento álgido de la crisis institucional, que debería coincidir, supuestamente, con el de la buena reputación de la regeneración. Media legislatura después, la regeneración que humanizaría la política y la acercaría al pueblo, propuesta por los dos nuevos partidos amanecidos en lados opuestos, sólo fue un instante bonito mientras duró.
Una obra de teatro
La distancia insalvable entre la casta popular y la casta política queda recogida en El Político, donde los representantes de los españoles podrían encontrar las claves para elaborar un argumentario a la altura del Congreso de hace un siglo. “Ante los espectadores, ante el público, ante la muchedumbre, un político debe ser un hombre entero, dueño absoluto de sí”, escribe en este manual de buena gobernanza, que estaba llamado a prevenir la degradación de la Cámara Baja entre la opinión pública. ¿Cómo? Convirtiendo al político en un ser tan mítico como distante, tan falso como intocable.
Para el escritor, la vida del político es una vida “dramática”, porque “el público la presencia profundamente interesado”. Para el consejero, lo que el político debe procurar ante todo es que los espectadores no vean en él duda de sí. “La indecisión, la perplejidad, no se deben ofrecer al público”. En el montaje que va pautando Azorín, la elegancia es esencial: “Procure ser sencillo el político en su atavío. No use ni paños ni lienzos llamativos por los colores o por sus dibujos: prefiera los colores opacos, mates. No caiga con esto en el extremo de la severidad excesiva”.
Sobre la nobleza un poco severa de la vestimenta, la nitidez identificable de la camisa resaltará y pondrá una nota de delicadeza, de buen gusto y de aristocratismo
Tampoco recomienda usar joyas, ni alfiler de corbata, ni cadena de reloj, ni menos sortijas. “No ponga en su persona más que lo necesario, pero que lo necesario sea de lo mejor: así el paño de los trajes, el lienzo de las camisas, el sombrero, los guantes, el calzado”. El calzado merece mención especial para Azorín, porque “un excelente y elegante calzado realza toda la indumentaria”. También las camisas blancas limpias: “Sobre la nobleza un poco severa de la vestimenta, la nitidez identificable de la camisa resaltará y pondrá una nota de delicadeza, de buen gusto y de aristocratismo”. Eso sí, “cosméticos y olores deben estarle prohibidos en absoluto”. No da ninguna razón sobre este hecho.
En las páginas de El Político, el lector encuentra un buen racimo de consejos, insinuaciones y recomendaciones para encumbrar la imagen de casta del representante público. Le pide que no se prodigue ni en la calle, ni en los paseos, ni en espectáculos públicos. Que es preferible que viva recogido, porque “al hombre de mérito se le estima tanto más cuanto menos podemos apreciar los detalles pequeños, inevitables, que se le asemejan a los hombres vulgares”.
En el Olimpo político
Paradójicamente, su posición de elemento interno ajeno a la carrera profesional de la bancada, podría haberle permitido zarandear las redes clientelares y corporativistas que cimentan la clase política, pero no. El párrafo más cuestionable de todos los escritos por el autor y diputado es el que llama a ampliar la distancia entre ciudadano y político: “¿Qué vale más: ser llano corriente, hablar con todos, entrar con todos en conversación a cada momento, o mostrarse sólo de cuando en cuando con una cortesía perfecta, pero un poco severa, con una afabilidad que atrae, pero que al mismo tiempo no permite la intimidad, la familiaridad, y hace que permanezcan aquellos con quienes conversamos a una invisible e insalvable distancia de nosotros?”.
Lo que mucho se ve, cuenta, “se estima poco”. Si podemos comunicarnos con el político “a todas horas”, “tendrá nuestra estimación, nuestro respeto, pero le faltará ese matiz de severidad, ese algo que impone, ese aspecto que hace que deseemos, que ansiemos verla, hablar con ella, oír de sus labios tales o cuales opiniones”. Azorín levanta un Olimpo en el Congreso. Acceso reservado sólo a los dioses.
No sean muchas ni muy agobioadoras las lecturas; lea pocos libros
A pesar de que destaca, por encima de todas las virtudes del político, el “honor”, Azorín no se refiere a la corrupción. Tampoco anima a sus señorías a leer en exceso. No se vayan a agobiar. “No sean muchas ni muy agobioadoras las lecturas; lea pocos libros”, escribe Azorín, porque para el autor es más importante que el político trabaje a partir de la realidad, no de la ficción. “La cantera principal de su cultura ha de ser la vida”. Aunque advierte que le vendría bien hacerlo “para conocer a los hombres”.
Y cuidado con los gestos. Cuando calle, el buen político debe escuchar y contestar sin incongruencia. “La faz serena debe cubrir dolores íntimos. La faz serena debe ocultar nuestros desfallecimientos, nuestras decepciones, nuestras amarguras. Ante el público debemos mostrar siempre un semblante sereno”, escribe. El diputado que abra las páginas de este libro encontrará los motivos para descartar la naturalidad, la espontaneidad de los gestos, sin estilo sobreactuado y acartonado, el gesto tieso y distante, y mantenerse en la reliquia de la vieja política. La regeneración también está en las formas… de hace más de un siglo.