La poeta uruguaya Ida Vitale es un tótem, una reliquia literaria, un pergamino resistente que guarda verdades antiguas estupefactas ante el mundo de hoy. En ella resucitan su maestro y colega Octavio Paz y sus compañeros de la generación del 45 Benedetti e Idea Vilariño, en ella sobrevive una exquisitez arrebatada por los palpitantes tiempos modernos. Tiene 93 años, la mujercita menuda, y anda insultantemente fresca, bella, lucidísima. Corre hasta la recepción de la Residencia de Estudiantes con piernas raudas y flacas para pedir una nota en la que apuntar el nombre de este medio. “¿Cómo es eso de lo digital que dices?”, pregunta. “¿No lo veré en papel?”. Y se reserva un pequeño silencio, atónita.
No sabe bien lo que es la barra de Google, pero se interesa. “Entonces pongo mi nombre… y el tuyo… y EL ESPAÑOL, y ya lo leo, ¿no?”. Puede con todo, Vitale. En la Residencia la observan con angustia cargar una bandeja llena de vasos de agua -gasolina de una tarde larga de conversaciones y una mañana en la Feria del Libro- para acercársela a uno de los responsables del evento. Hay dignidad y equilibrio en su esqueletito férreo. Lleva anillos enormes en esas manos con las que se explica y se peina el pelo.
Cuenta que en julio del año pasado perdió a su marido, también poeta, y que Estados Unidos -allá donde vive- cerró automáticamente la cuenta que compartían. Se vio envuelta en dolor y en papeles que no entendía. Ida Vitale no habla la lengua de los bancos. “Han sido unos meses tan… qué sé yo”. Sin su compañero, ha tenido que alicatarse de nuevo al mundo. “Un desventurado estar solo / un venturoso al borde de uno mismo”, como ella misma escribió.
La poesía no se inculca
Dice Ida -recién recogido el Premio Federico García Lorca- que la poesía no se inculca, que es “una experiencia”. “A mí nunca me dijeron que tenía que leer poesía. A mi familia no le interesaba. Pero creo que a los niños hay que tentarles, darles la oportunidad de que se enteren de que hay otra manera de escribir”, sostiene. “Recuerdo que una vez una practicante nos dictó un poema que no entendí, y quizá no entenderlo me incentivó… igual que los libros escritos en francés o italiano me llevaron a querer aprender la lengua para leer. La poesía tiene una posibilidad de atracción propia cuando llega el momento”.
Tiene un libro medio a acabar por ahí, “ahora tengo que dejarle dormir un tiempo, como decía Juan Ramón Jiménez, pero ya no puedo dejarle dormir mucho a no ser que me lo lleve conmigo”
Quizá se refiere a esa Aclimatación a la que dedicó ya un poema: “Primero te retraes / te agostas, / pierdes alma en lo seco, / en lo que no comprendes, / intentas llegar al agua de la vida, / alumbrar una membrana mínima, / una hoja pequeña. / No soñar flores”. Relata que ella ya no vive de “tener que” escribir, sino de espontaneidades que le vienen o no le vienen, pero cuando tardan en llegar “me empiezo a sentir angustiada”. Tiene un libro medio a acabar por ahí, “ahora tengo que dejarle dormir un tiempo, como decía Juan Ramón Jiménez, pero ya no puedo dejarle dormir mucho a no ser que me lo lleve conmigo”.
Escucha a Bach, a Schumann, a Schubert, a Brahms. “Cosa que hoy debe estar mal vista”, sonríe. ¿Cuánto sobrevivirá la poesía en un mundo cada vez más veloz, más superficial y utilitario? “No soy buena para hacer cálculos de tiempo, qué sé yo. De repente todo da la vueltas y volvemos a un tiempo maravilloso. Lo dudo. Supongo que quizá cambie el eje: no tenemos que verlo todo a la luz de nuestro mundo occidental. Qué sé yo qué está haciendo hoy un chino, un árabe, un japonés… no les tenemos en cuenta, pero hay culturas que vienen desde hace siglos escribiendo poesía”, reflexiona. Hoy nota “cierto desdén por las formas, quizá porque se piensa eso como una cosa académica o anacrónica… pero a mí me cuesta imaginar la poesía sin música”.
Contra el feminismo 'ultrapeleón'
Le parece que el aumento de población del mundo va en contra de la cultura, porque es “más difícil alfabetizar”, pero “qué sé yo, ¿qué estudios orgánicos tenía Shakespeare, además de algo como el talento innato? Es un misterio”. En su poema Fortuna, celebra “haber podido hablar, caminar libre, / no existir mutilada / no entrar o sí en iglesias / leer, oír la música querida / ser en la noche un ser como en el día. / No ser casada en un negocio / metida en cabras, / sufrir un gobierno de parientes / o legal lapidación (…) Descubrir por ti misma / otro ser no previsto / en el puente de la mirada. / Ser humano y mujer, ni más ni menos”.
No tuve obstáculos por ser mujer, por eso es que a mí toda actitud ultrapeleona del feminismo me choca. Entiendo que hay situaciones en las que la mujer tiene que pisar fuerte para existir, pero mi país fue bastante excepcional en ese sentido
Si se le pregunta por la discriminación femenina, asegura que “no tuve obstáculos como mujer para ser reconocida como poeta”. “No, la verdad es que no, por eso es que a mí toda actitud ultrapeleona del feminismo me choca. Entiendo que hay situaciones en las que la mujer tiene que pisar fuerte para existir, pero mi país fue bastante excepcional en ese sentido”, cuenta. “En mi generación hay muchas poetas, más que hombres. Yo tenía una tía que era maestra, otra profesora de caligrafía… hasta mi abuela fue maestra. Mujeres que sentían desde muy jóvenes que tenían que hacer algo”. Y repone: “Es cierto que en Uruguay no ha habido presidenta, pero no sé si es porque la política no le va a la mujer naturalmente, porque tiene otras prioridades”.
No se atreve a mentar al poeta más sobrevalorado del siglo XX. “Está feo”, ríe. “Igual Víctor Hugo para los franceses es muy importante, a mí me parece un poco pomposo”. “Eso será porque es patrio, y le quieren”, respondo. “A mí no me interesa la patria. Tampoco eso de ‘el mundo es mi patria’ me corresponde. No sé por qué un límite geográfico va a significar algo”. Recuerda que, cuando era niña, encontró una novela sin tapas que empezó a leer y le fascinó. Pasaron años sin descubrir su nombre ni su autor. “Creo que habría que leer así, sin atender al nombre. Yo leía tantas cosas… y sentía que tenía que llegar allá, pero ¿cómo? Te sientes tan ignorante”, confiesa.
Poesía social, Trump y Savater
¿Es necesaria la poesía social en 2017? “Ay, pusiste el dedo en la llaga. Para mí no. Creo que cada cosa tiene su carril. Poesía social… para los españoles y los árabes, para los americanos y los turcos… en este último caso no coincidirían. Yo nunca escribiría un poema a favor ni en contra de un presidente”, menea la cabeza. “Creo que no hay que ser demasiado transparente. Yo he pasado momentos muy feos, desagradables políticamente. Me fui del país, pero no me nació escribir nada sobre eso. La poesía social tiene eso de propaganda, es casi comercial, o al menos maneja esos recursos para llegar a la gente”.
¿Y qué hay de Trump, su nuevo presidente? “Yo no me metería en ese terreno porque no soy americana y no voy a hacer lo que hacen los americanos, que es meterse en la vida de otros países”, ríe. “Uno piensa en lo que defendía Dante, ¿era lo correcto? Entre güelfos y gibelinos, ¿cuál tenía razón? No hay nada más difícil que ser un buen político. He tenido amigos que podían haber sido muy buenos escritores, pero se dedicaron a la política”.
Creo que la gente en EEUU no va a las librerías… apenas se puede leer, sólo está Amazon: pides zapatos, pides libros
Evoca que “acá” hay un “gran escritor” que estuvo en política, Fernando Savater. “Estábamos un día en la radio, él, Rafael Cadenas [poeta venezolano] y yo, y justamente empezaba aquí Rajoy. Yo dije “qué disparate, Savater metiéndose en esto..”. “¿Por qué dices eso?”, me preguntó Cadenas, muy serio. “Qué sé yo, Savater es un tipo brillante, pero me parece un momento delicado para España y creo que no hay que dividir más las aguas”, le dije”. Peor lo tiene Cadenas, subraya, que está “gobernado por un mono allá en Venezuela”.
Ahora anda frustrada porque no encuentra en Estados Unidos los libros que quiere. “Alguno busco en alguna librería de libros viejos… porque no hay librerías francesas, ni italianas, y la única posibilidad es que haya algo allí, pero ya ni encuentro”, lanza. “Hace poco compré una novela subrayada sólo en el primer capítulo, y después, ¡se acabó! No sienten la curiosidad de seguir leyendo. Creo que la gente no va a las librerías… apenas se puede leer, sólo está Amazon: pides zapatos igual que pides libros”.