Sibila Freijo ha venido a derribar el lugar común de que las novelas eróticas son patrimonio de la mujer y que los hombres -más sensibles a la imagen que a la letra- no se apoyan en la literatura para excitarse, porque hay un paraíso donde el onanismo campa a sus anchas y se llama porno. Lo que no sabía de mí (Ediciones B) “está gustando a hombres igual que a mujeres, porque es bastante explícita”, explica la autora.
“En la novela erótica se emplean muchos eufemismos y no se habla sucio, pero aquí sí. Además hay muchos lectores que me dicen que les interesa leer cómo vive el sexo una mujer, porque la protagonista reflexiona después de cada polvo: cómo se siente, cómo se deja de sentir…”, reflexiona.
Hay que olvidarse de que el género esté circunscrito a las mujeres, porque no todo es porno y a los hombres también les gusta ponerse cachondos con los libros
Algo así como en aquella película de Mel Gibson, En qué piensan las mujeres, una puerta al entendimiento de que la satisfacción trasciende al falocentrismo: oigan, no, ancha es la fantasía y ambiciosos son los escalones del espíritu y de la carne. Una cosa más, caballeros. La vagina no es un botón que pulsar, no imita el mecanismo de un timbre y disfruta de un mundo de complejidades nerviosas que no homogeneiza toda penetración.
“Hay que olvidarse de que el género esté circunscrito a las mujeres, porque no todo es porno y a los hombres también les gusta ponerse cachondos con los libros”. Freijo recuerda que “claro que hay mujeres a las que les gusta el mismo porno que consumen los tíos, y para nada dicen eso de ‘no, yo quiero algo con más argumento...”, ríe. Igual al contrario. “Y que ellos sean únicamente visuales es mentira, también les interesa ponerse poco a poco”.
Señora a los 25, femme fatale a los 40
Lo que no sabía de mí coloca notas al pie de la cama que al lector heterosexual le vendría bien recoger, pero, a la vez, no pierde la empatía con la trinchera femenina. Carlota, la protagonista del sarao, es una hembra pensante y escribiente que siente que hipotecó su vida demasiado pronto: “Fui una señora a los veinticinco y ahora me va a tocar ser mujer fatal a los cuarenta”, resopla. Es madre de dos hijos y acaba de separarse de un largo matrimonio del que bebió lo único que sabe del amor. Y del sexo. Ahora se da cuenta de que no es tanto, de que se siente “una mujer desperdicio, o, más bien, una mujer desperdiciada” y de que ha perdido el eje de su cuerpo como lugar de placer.
El gran interrogante que plantea el libro es sustancial: ¿cuántas mujeres hay dentro de una mujer? “Pienso en la escena en la que Carlota se pone el corpiño -porque ha quedado con un tío- mientras le prepara la comida a sus hijos. Cuando llega a casa de él, ella misma se pone la venda en los ojos, antes de que le abra la puerta, y allí pasa de todo”, evoca. “Luego regresa a su hogar, donde están los niños durmiendo, y le da las buenas noches a la niñera. Esto le pasa a muchas madres separadas: están viviendo dos vidas y a veces no saben cómo compatibilizarlas”.
Pienso en la escena en la que Carlota se pone el corpiño -porque ha quedado con un tío- mientras le prepara la comida a sus hijos. Esto le pasa a muchas madres separadas, se sienten fatal y no saben cómo compatibilizar sus dos vidas
Cómo conjugar la madre y la amante. El cuerpo que amamanta y el cuerpo que eyacula. “Carlota hace todas esas barbaridades sexuales y luego está con sus hijos y se siente horrible, porque no le encaja el papel de mamá con el de buscadora de aventuras. Son tan opuestos...”, reflexiona. También entran en juego las aristas de la mujer amiga -de Eva, su hermosa confidente- de la mujer hija -de María del Pilar, la divertidísima señora zumbada- y de la mujer trabajadora -en una agencia de comunicación gastronómica-.
De la mujer que desea -a Axel, el cocinero juguetón-, de la mujer que olvida -del hombre hueco que encuentra en Tinder-, de la mujer que experimenta -hasta con tríos, masturbadores espontáneos y sexo en el teleférico- y de la mujer que ama -a Andrés, su exmarido-.
Carlota es todas y a ninguno de sus ‘yo’ es menos fiel: los sortea con humor e ironía y se alimenta de referencias culturales para darle relieve a una vida común. Los problemas de base son universales: “A partir de los cuarenta, y especialmente tras un divorcio, empieza a preocupar eso de ya no ser atractivo, ya no ser deseable. Es la crisis de la edad y es común a hombres y mujeres: la inseguridad ante el paso del tiempo. ¿Y si no vuelvo a tener una segunda oportunidad? ¿Quién va a querer acostarse conmigo?”, lanza la autora.
El milagro envenenado de internet
Reconoce que la presión del físico en el caso de la mujer es más acusada. “La esclavitud de la imagen es brutal. Esta señora, como todas, tiene sus complejos. Que si tripa, que si cartucheras, que si va depilada o no, que si no lleva la ropa interior perfecta… no nos dejan ser libres”. ¿Cómo y cuándo ha cambiado la educación sexual de las mujeres españolas? Freijo achaca el cambio a internet. “Y a las aplicaciones para ligar, y a las redes sociales. Ha crecido la frivolidad en las relaciones y el sexo se ha vuelto de usar y tirar, tipo Primark, pero también resulta como esperanzador saber que si quieres quedar con alguien, en media hora lo tienes”.
Yo creo que eso de las mujeres liberadas de ‘he estado emparejada mucho tiempo y ahora me voy a dedicar a follar’ es mentira, porque buscamos un poco el amor detrás de cada polvo
“¡Da igual como seas! Guapa, fea, gorda, flaca… internet ha posibilitado que al gente no esté sola y ha creado la esperanza, también horrible, de que siempre va a haber alguien al otro lado para ti”. Es curioso, al final, que las novelas eróticas siempre acaben pecando de lo mismo: después de un rosario tórrido de romances y picoteo sexual, la protagonista acaba enamorándose perdidamente.
¿Por qué parece el amor un componente fundamental en la vida de una mujer? “En este caso, la protagonista es muy imbécil”, sonríe la autora. “En el sentido de que disfraza las cosas de sólo sexo, pero al final quiere lo que todos queremos: amor. Yo creo que eso de las mujeres liberadas de ‘he estado emparejada mucho tiempo y ahora me voy a dedicar a follar’ es mentira, porque buscamos un poco el amor detrás de cada polvo”, esgrime. Y bautiza el concepto “cuelgue sexual”: “No tiene que ser amor, aunque uno a veces crea que sí. Carlota se pilla por un tío al que no admira, que no tiene nada de especial… ¡es un cuelgue sexual, no pasa nada! Te puedes enganchar a alguien sólo porque folla bien”.