Salir del armario, ¿acabar con tu carrera literaria?
En 2017, aún se da el fenómeno de los autores LGTBI que escriben novelas hetero: no por pudor identitario, sino por presiones editoriales y ansias de llegar al público generalista, en el que el hetero no lee al gay.
30 julio, 2017 02:53Noticias relacionadas
Jaime Gil de Biedma, siendo él un gay mítico, desconfiaba de la poesía homosexual -salvo la de Cernuda y Cavafis- porque decía que "el autor, y el lector con él, parecen poner más atención en el sexo de la persona amada o deseada que en el amor y el deseo". Sin embargo, es fácil imaginarle en esa escena de Peeping Tom en la que describe al muchachito atónito al que sorprendió mirándole mientras él se revolcaba junto a otro estudiante en el pinarcillo de la Facultad de Letras. "Así me vuelve a mí desde el pasado / como un grito inconexo / la imagen de tus ojos. Expresión / de mi propio deseo".
Pero no es igual la España de Vicente Aleixandre, la de Vicente Molina Foix y la de Luisgé Martín. La primera condenaba, la segunda perdonaba sin olvidar, la tercera aún reprocha. Cuando la identidad sexual de Aleixandre se animaba a coger vuelo poético, allá en los años treinta, vino la Guerra Civil a arramblar con las esperanzas y a mantenerle la boca cerrada y la muñeca quieta. El poeta nunca admitió su condición públicamente, al menos hasta que en 2016 salieron a la luz sus escritos homoeróticos, como las cartas de amor que le escribió a Carlos Bousoño.
Hay autores que han detentado un nuevo fenómeno -en democracia- que parece antiguo, que es edificar una obra literaria con tronco heterosexual desde la homosexualidad
Claro que hay formas de vivir el amor y formas de experimentar la literatura. Hay hombres transparentes y paralelos entre identidad y obra: ahí Antonio Gala, Luis Antonio de Villena, Álvaro Pombo -ojo a Contra natura o Relatos sobre la falta de sustancia- o Eduardo Mendicutti -que fue el primero en incluir una relación leather en una novela-; pero también hay autores que han detentado un nuevo fenómeno -en democracia, no como Aleixandre- que parece antiguo, que es edificar una obra literaria con tronco heterosexual desde la homosexualidad.
De Goytisolo a Huerta
Rafael Chirbes, por ejemplo, comenzó su carrera como escritor en 1988, cuando quedó finalista del Premio Herralde con su novela Minoum, de temática homosexual. Sin embargo, no volvió a ahondar en la cuestión hasta la impactante París-Austerlitz (Anagrama), publicada póstumamente. Escribió la novela durante 20 años hasta que se atrevió a dejarse ser. "Y curiosamente lo hizo sin que el conflicto homosexual fuese el importante. Chirbes lo envolvió todo en un conflicto de clase y de edad", explica a este periódico el brillante novelista Luisgé Martín -que hace un año publicó El amor del revés (Anagrama), un testimonio autobiográfico sobre su homosexualidad, un grito contra los disfraces.
Asimismo lo decía el pintor Gonzalo Goytisolo sobre su tío Juan, Premio Cervantes 2014, recientemente fallecido: "A mi tío Juan nunca lo verás militando en una manifestación gay, no es una persona pública en ese sentido. Lo vive como una experiencia íntima y muy personal. La homosexualidad está tratada con naturalidad, no forzada; es como un comentario sin darle importancia". Tampoco sus letras lo refleja. En el ámbito del best-seller nacional, autores televisivamente punteros como Sandra Barneda -que en sus libros reserva algún personaje secundario LGTB y que ha preferido no participar en este reportaje- o Màxim Huerta no llegan a encharcarse, en la misma línea que la poeta Irene X y sus primeros poemarios heterosexuales.
"Hay escritores LGTB que publican literatura heterosexual, pero no puedo darte nombres, porque estaría haciendo outings [sacándolos del armario a la fuerza]", sonríe Martín. ¿Por qué sucede esto? "En parte, porque hay editoriales que promueven que así sea". Remite al caso de María Tena, "una escritora absolutamente heterosexual que escribió El novio chino (Fundación José Manuel Lara), que cuenta la historia de un señor sevillano que se va a Shangay y se enamora de un jovencito chino".
"Pues resulta que una editorial, no en la que ganó el Premio Málaga, y que no es la que la ha publicado, tuvo ese manuscrito sobre la mesa, y le recomendó que reconvirtiese esa historia en una historia heterosexual, porque si no, no había forma de vender".
¿Los hetero consumen literatura LGTB?
¿Es la literatura troncalmente LGTB un producto que sólo interesa a personas LGTB? "Las cifras lo dejan claro: los libros con un aura homosexual suelen ser leídos por homosexuales", sostiene Martín. Y dentro del colectivo heterosexual, ¿están menos interesados los hombres hetero en literatura homo? "Sí, no es nada descabellado, porque sigue habiendo ese punto de machismo... incluso en aquellos hombres que no son nada machistas en su comportamiento, pero bueno, de alguna manera tienen la sensación de que esas mariconadas -dicho con cariño- no les van a aportar nada, mientras que a la mujer todo lo que tenga que ver con los aspectos sentimentales de la condición humana le parece perfectamente interesante, venga de donde venga".
La escritora Mila Martínez, autora de novelas como No voy a disculparme o La daga fenicia (ambas editadas por Egales, y esta última galardonada con el Premio Fundación Arena de narrativa LGTBI), es consciente de la "discriminación absoluta" que hay por parte "de todas las editoriales". "Por eso surgieron editoriales de línea homosexual, ¡por esta necesidad!, porque nadie nos quería publicar, independiente de la calidad, porque es difícil introducir en librerías generalistas esta literatura...".
El rechazo editorial
En este sentido, Luisgé Martínez recuerda que hubo un tiempo en el que la sociedad se reservaba la etiqueta "literatura LGTB" para "un subproducto, porque había autores abiertamente gays a los que no se les incluía ahí". Se refiere a "esa literatura erótica de serie B, muy mal escrita, pero que servía para alimentar a homosexuales que tampoco leían pero que querían encontrar un espejo en el que mirarse; novelas planas, livianas, estereotipadas".
Sostiene que este panorama ha mejorado notablemente, y que, de "editoriales de andar por casa" se ha pasado a editoriales de alta calidad, como Egales -"que siempre mantuvo el nivel"- o ahora a Don Bigotes, que es "una apuesta fantástica, sin discusión, buenos textos y buenas ediciones". Con todo, sabe que aún hay "muchas editoriales que dan esquinazo". Una lanza a favor de la suya: "Anagrama, por ejemplo, sí puede ir con la cabeza bien alta, porque ha publicado muchísima literatura homosexual y de muy buena calidad".
¿Y el compromiso LGTBI?
¿Tiene o no el escritor LGTBI cierta obligación moral de incluir personajes LGTBI en su obra? "No, desde hace años tenemos claro que las obligaciones morales valen para todo menos para la literatura", apunta Luisgé Martín. "En la literatura haz lo que creas que tienes que hacer, por otras razones o por razones estrictamente literarias o existenciales, pero nunca por razones políticas".
Explica que cuando él se ve en esa tesitura, sólo se siente "en deuda" fuera de sus libros: "Cuando escribo artículos, cuando participo en determinadas causas o conferencias, cuando hay que arrimar el hombro de alguna manera. Ahí si siento que tenemos un deber moral y yo lo ejerzo. Y en mi literatura también practico el compromiso, pero no porque tenga un compromiso, sino porque es de lo que me apetece escribir". Muchos han sido activistas del libro hacia fuera: de Eduardo Haro Ibars, por ejemplo, decía Villena que "era más gay él que su literatura".
Y lo más importante: cada vez más autores heterosexuales se lanzan a publicar contenido homoerótico, como Juan Bonilla en Los príncipes nubios (Seix Barral), como Marta Sanz en Zarco (Anagrama), como Javier Reverte en El médico de Ifni (Plaza&Janés), como Lucía Etxebarria en Beatriz y los cuerpos celestes (Destino) o como Almudena Grandes en Las tres bodas de Manolita (Tusquets).
Se acerca -aunque lento- el momento en el que lectores e industria asuman que incluir personajes LGTBI en una novela ha dejado de ser un acto político ni una reivindicación para pasar a ser, meramente, una muestra de realidad. Se acerca -aunque lento- el día en el que el hombre, por fin, pueda decir lo que ama, como escribía Cernuda. Sin consecuencias comerciales, claro.