El ayuntamiento de Sabadell solicitó hace unas semanas un informe para llevar a cabo una revolución dentro del callejero del municipio. Más allá de la conveniencia de esta medida, lo llamativo del cuento es la horquilla de nombres que manejó el historiador encargado de elaborar el informe. Por allí hizo pasear a Garcilaso, a Lope de Vega, a Calderón de la Barca, a Larra, a Bécquer, a Machado... Toda una radiografía de la columna vertebral de las letras hispánicas, las mismas que elevaron nuestro idioma al Olimpo de la literatura universal. El alcalde y algún que otro allegado se apresuraron a desmentir que la locura del informe fuese a llegar a las calles de Sabadell. Por lo que, a falta de alguna sorpresa de última hora, el incendio pareció sofocarse con no pocas expresiones del clásico guerracivilismo español: acusaciones desde ambas trincheras que poco tenían que ver con la literatura y sí con heridas que este país se empeña en no cerrar.
Ahora, centrándonos en el aspecto puramente artístico, ¿tiene sentido que un historiador pretenda sacar del callejero a semejantes monstruos de la literatura? Es evidente que, por muy poco español, en el sentido político, que se sienta el tipo que firma el documento, prescindir de ellos extrayéndolos del acervo popular (permitan este atrevido paralelismo entre el callejero municipal y el patrimonio del pueblo) es poco menos que una atrocidad principalmente por dos motivos.
Motivos lingüísticos
Hablábamos antes de fronteras políticas, es decir, del territorio comprendido entre aquellos puntos donde a estos señores les apetezca poner la aduana fronteriza. Ahora bien, hay otro tipo de frontera, la lingüística, que por fortuna escapa de los designios políticos para erigirse como arma simbólica del pueblo. En este caso, y por mucho que algunos utilicen el español (el idioma del imperio, sigue proclamando algún iluminado por la estrella de Vicenç Albert Ballester) como instrumento político para señalar tal o cual fobia territorial, lo cierto es que Cataluña cuenta en este sentido con dos tesoros irremplazables: sus dos lenguas, ambas de una riqueza histórica extraordinaria. Por todos es sabido que la literatura no es más que el arma que blanden estas lenguas, la voz que de ellas va quedando a lo largo de los siglos.
Por tanto, renunciar a todas estas plumas, desde la del renacentista Garcilaso hasta la del noventayochista Machado, acallaría las voces (es muy importante distinguirlas de los ecos, como ya sugería el propio don Antonio) que de uno de estos tesoros culturales quedan reflejadas en nuestro presente. Renunciar a este testimonio es renunciar, permitan que continúe con el símil alrededor del tesoro, a las innumerables riquezas que proporciona hoy el mundo hispánico. Y no sólo a nivel personal, pues a nadie sino a la persona eleva el conocimiento detallado de un idioma, sino también en términos globales, pues se trata de la segunda lengua en hablantes nativos sólo por detrás del mandarín, con cerca de quinientos millones de hispanohablantes.
Motivos literarios
Hasta ahora, los argumentos esgrimidos responden a un sentido común que a veces se pierde, es cierto, pero que cualquiera localiza si uno coloca mínimamente los pies en la tierra. Pero si ese uno retrocede y analiza los nombres elegidos al elaborar el informe, se percatará de que estos escritores no sólo no responden a los dogmas perseguidos sino que, además, enarbolan como pocos la bandera de la libertad y del progreso, convirtiéndose en la voz del pueblo, en ningún caso partidarios de la confrontación, conscientes de la importancia que lo popular tenía en su discurso, muy lejos del totalitarismo de los regímenes que el historiador utiliza para mancharlos.
El caso de Garcilaso, por ejemplo, es muy significativo al referirnos a aquello que citaba renglones atrás: la confrontación entre culturas hermanas. Y digo significativo porque el toledano fue un ferviente admirador de toda aquella literatura allende la frontera castellana, no en vano fue uno de los introductores y potenciadores del género soneto, de cuna italiana. Pues bien, quizás a la figura que más admiró Garcilaso fue Ausiàs March, poeta que aupó su verso al idioma catalán/valenciano, y que mostró un gusto italianizante que Garcilaso compartía. Por tanto, empieza el carrusel con una estrecha relación entre el idioma catalán y el castellano, algo lógico tratándose de lenguas vecinas y hermanas.
También revolucionó el mundo literario otro de los barrocos señalados por el informe, Calderón, con una obra que claramente persigue esa ansia de libertad que mueve al protagonista, Segismundo, quien lucha por liberarse de las cadenas en ese mundo entre la realidad y la ficción que tan maravillosamente dibuja el dramaturgo. Avanzamos ahora hasta los románticos decimonónicos, a los que también apunta el informe. En concreto a dos de sus figuras más representativas: Larra y Bécquer. El primero, Mariano José, afrancesado y liberal, escribió cada uno de sus artículos buscando la justicia social que la primera mitad del XIX hizo saltar por los aires. Tanto sufrió por la opresiva situación del país, que tras la decepción que supuso para él la desamortización de Mendizábal, otro liberal de tronío, Larra se descerrajó un tiro en la sien, harto de escribir (llorar) por España. No menos liberal fue Bécquer, quien con su poesía acudió a menudo, como buen romántico, a la libertad como punto de amarre.
Ascua encendida es el tesoro,
sombra que huye la vanidad.
Todo es mentira: la gloria, el oro,
lo que yo adoro
sólo es verdad:
¡la Libertad!
GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER
Acabamos con Antonio Machado, quizás el más flagrante de los casos que atacó el dichoso informe. Hablar de don Antonio como un poeta popular sería caer en el pleonasmo. No se entiende a Machado sin la poesía popular, como no se entiende la poesía popular sin el verso machadiano. Casi cada estrofa de su extensa producción literaria se dedicó a luchar por el de abajo, a defender lo que la tierra tenía de propio, de simple. También definió, por cierto, el concepto de "patria" que hoy algunos utilizan como papel del váter, bien en forma de sucia proclama, bien convertido en informe torticero. Permitan que cierre el artículo reproduciendo, por la claridad de las mismas, un par de líneas que glosan la definición machadiana de "patria", firmando con la última palabra de la estrofa el sentido de todo el artículo:
"Sabemos que la patria no es una finca heredada de nuestros abuelos [...] No es patria el suelo que se pisa, sino el suelo que se labra [...] No basta vivir sobre él, sino para él [...] la patria es algo que se hace constantemente y se conserva sólo por el trabajo y la cultura".