Instagram es ese huerto de frivolidades donde el ojo engorda y las anatomías menguan: una plataforma-escaparate que irrita al esnobismo intelectual y aúpa las vidas privadas como asuntos de interés nacional. Qué le hacemos, ahí anda todo el mundo entre luciendo y deseando, y, en última instancia, rascándose el bolsillo para ser más guapo, o para parecer más listo, más divertido, más culto, más rico: en definitiva, más valioso según los cánones sociales de 2017.
Lo cierto es que Instagram tiene sus bondades, más allá de esa tarita suya de alimentar al envidioso y al cotilla -fórmula suave de “acosador”- que todos llevamos dentro: a ratos obra milagros, fomenta hábitos insólitos. Ya le veía uno la patita al lobo cuando, un buen día, un visitante de museos entendió que fotografiarse contemplando una exposición era sinónimo de “molar”, y el resto de abejorros asintió en forma de corazón. Normal: ahora, decir que uno ama es tan fácil como pulsar un botón.
Después llegó la premisa del cineasta John Waters y aquella campaña del “reading is sexy” que, si bien resultaron rompedoras en un principio, al final se cubrieron de la caspa de la pose inverosímil
Después llegó la premisa del cineasta John Waters -“si vas a casa de alguien y no tiene libros, no te lo folles”- y aquella campaña del “reading is sexy”, Jot Down Magazine mediante, que, si bien resultaron rompedoras en un principio, al final se cubrieron de la caspa de la pose inverosímil. Sabe el cielo cuántos libros se han cogido entre las manos sólo para sonreír frente al objetivo de una cámara y se han soltado un minuto más tarde con desgana. Caspa digital, claro, sobre todo cuando según el último CIS, al 42,3% de los españoles no le gusta leer. Oigan: que no, que no les gusta. ¿Con qué frecuencia lee libros? Casi nunca y nunca, el 36,1%. Todos o casi todos los días, el 28,6%. Sin embargo, las fotografías literarias proliferan como setas entre los filtros del Vscocam. Qué cosas.
Tantos followers tienes, tanto vales
Un poco más tarde explotó el fenómeno del “tantos followers tienes, tanto vales”, es decir, la constatación de que la industria editorial se deja convencer por la repercusión de los autores en las redes sociales. Ahora “seguidores” son “potenciales lectores”. Es más: la editorial llega a pagar y confiar en una obra que no existe.
La poeta Elvira Sastre contó a este periódico que Lapsus Calami “me vio por Twitter y contactó conmigo”, cuando aún no tenía entre las manos una obra sólida y conclusa que presentar. Dice que “el 100% de mi notoriedad se la debo a mis redes sociales”. Este método ha llamado la atención de Planeta, que es la casa editorial populista por excelencia, en el mejor sentido de la palabra: le da al lector lo que quiere. Y lo que quiere ese lector es el diario de un gamer, la poesía adolescente de bar, la guía infalible para ser chic.
Estaba tardando en llegar la última vuelta de tuerca, ahora que los niños quieren ser youtubers y las niñas, ‘it girls’. La industria editorial ha descubierto la potencia del influencer criado en Instagram ¡ya no como autor, que también!, sino como reclamo publicitario para vender sus libros. El triunfo de John Waters, quién lo iba a decir. Ahora los chicos de moda hacen de críticos literarios: qué importa ya lo que digan los expertos, qué importa la valoración de la obra en el contexto del autor y el tiempo, qué más dará el juicio de las voces autorizadas si tenemos a gente guapa diciendo lo que hay que leer para ser como ellos.
Plaza & Janés -parte de la multinacional Penguin Random House- ha comprado un espacio en los perfiles de algunos de los jóvenes de moda y les ha pedido que agarren con credibilidad el nuevo trabajo de Ken Follet, Una columna de fuego, de la saga que inició Los pilares de la tierra. Decenas de miles de seguidores. ¿Cuántos lectores canjearán? Imposible saberlo.
Emular el "estilo"
Aquí las imágenes: uno con la Giralda de fondo, apoyado en un balconcito y sujetando el libro de marras frente al terror del vacío, como si alguien leyese alguna vez en esa posición, exponiendo el tomo al abismo. Otra, con la boina, y el vestido y el reloj, sostiene la novela de nuestras vidas y la consume de pie, hermosa, falsamente abstraída. Uno de los más inquietantes es el caballero que, ataviado de traje, con la corbata despeinada, porta el diario El Mundo y el libro de Ken Follet en mitad de la calle: mira espantado al objetivo, como si se le hubiese pillado de imprevisto y un taxi pasa raudo a su lado. Jugándose la vida, el influencer, como aquél que dice.
“Hoy emulo el estilo inglés del escritor superventas galés que ha conquistado el mundo con sus novelas de historia y suspense”, escribe uno de los jóvenes para presentar la foto. “Aprovechando que mañana sale #UnaColumnaDeFuego, hoy emulo el estilo del escritor galés Ken Follet para sumergirme en la lectura de su nuevo best-seller”, dice otro. Más o menos lo mismo, según las pautas del contrato. “No soy el mayor devorador de libros que hay, eso se sabe”, reconoce, al menos, el modelo Javier de Miguel.
La elección del libro no es azarosa: un best-seller de promoción para los niños populares. No iban a vender así un poemario de Chantal Maillard ni lo último de Houellebecq. Ahora la literatura es parte del ouftit y tiene que decir algo del cebo humano. Disfruten de la nueva era.