La diferencia entre un novelista y un abogado radica en que el primero no necesita documentos ni fotografías para reconstruir un mundo desaparecido. El segundo se ahoga en las lagunas para las que no tiene archivo, mientras que el primero es un corcho en cualquier charco. De ahí que la única explicación que puede encontrarse a que la editorial Anagrama haya decidido colocar Calle Este-Oeste, en su colección de novela -y no de crónica- sea la apuesta comercial por un libro protagonizado por su propio autor, en busca de su historia familiar y de la creación del concepto de justicia universal.
El abogado inglés Philippe Sands se ha hecho un Javier Cercas al tratar de encontrar respuestas al silencio con el que sus abuelos Leon y Rita taparon su fuga y salvación de los nazis. El éxito y la buena acogida del libro en el extranjero se debe a la insistencia de reconocerlo y venderlo como si de un thriller se tratara, simplemente porque persigue las pruebas y la verdad de los hechos, en archivos y memorias particulares. Sands pregunta y husmea y recompone el mapa familiar, como si investigara uno de sus casos en los que ha trabajado como abogado de derechos humanos: Augusto Pinochet, el Congo, Yugoslavia, Ruanda, Irak o Guantánamo.
Sands entrelaza la biografía de su familia, la vida de la ciudad de la que provienen (Lviv, Ucrania), la negra sombra del exterminador Hans Frank y la incansable lucha de los letrados Rafael Lemkin y Hans Lauterpacht por crear argumentos contra los 23 altos cargos nazis que se sentaron el 20 de noviembre de 1945, en la sala 600 del Palacio de Justicia de Nuremberg para hacer Historia. Por primera vez, los líderes de una nación se encontraban cara a cara con un tribunal penal internacional para dictar sentencia sobre su responsabilidad en la devastadora y calculada matanza de la población judía.
Héroes entre leyes
Lemkin y Lauterpacht acuñaron los conceptos de “genocidio” y “crímenes contra la humanidad” para acabar con asesinos en masa como Hermann Goering, Albert Speer y Hans Frank. El sistema de justicia global echaba a andar entonces, con la ilusión de que la justicia no acabara en los delitos de la gente pequeña, sino también de los poderosos.
Para Lauterpach la expresión crímenes contra la humanidad “protege a las personas como seres vivos por encima de si son negros, blancos, judíos, cristianos, musulmanes, hombres o mujeres”. Lemkin prefirió adoptar el término “genocidio”, porque “a la gente se la asesina no por ser persona, sino por ser de un grupo”.
Una y otra vez, Sands entrelaza la historia del crimen industrializado, con el esfuerzo de Lemkin y Lauterpacht por nombrarlo, con las particulares circunstancias de sus abuelos. El gran logro del libro es fundir la Historia de los grandes acontecimientos con la memoria particular, todo guiado por el abogado narrador en su tarea detectivesca cuyos encuentros con el pasado eran inesperados.
Sin noticias de novela
Para empezar, llega a esta historia, la suya, por “casualidad”. Tiene que dar una conferencia en Lviv y la invitación desata la curiosidad. Revuelve en la escasa burocracia biográfica que conserva su familia del trayecto que les llevó a abandonar Lviv, Viena y París para descubrir que aquel matrimonio tan silencioso tenía más secretos de lo imaginado. Varias cosas le llamaban la atención: la fuga por goteo de Viena a París, primero de su abuelo, luego de su madre (con un año) y por último de su abuela dos años después y por los pelos. Nadie entendía cómo se las ingenió su abuelo para salir de la Viene ocupada y salvar su vida, ni tampoco cómo sacó a su hija ni cómo escapó su abuela de la ciudad.
Además, no lograba entender por qué no se conservaba ni una carta de amor entre Leon y Rita, en la bolsa de los papeles antiguos. La respuesta era evidente: su abuela tenía un amante, su abuelo también. Leon estaba enamorado de Max, su mejor amigo, de quien sí se conserva la correspondencia. Leon se casó unos meses antes de la ocupación nazi con Rita, que “surgió de la nada”. La primera imagen de ella en el álbum familiar es con el vestido de novia blanco. “Ninguno de los dos sonreía en aquel día feliz. Aquella era la única foto que esta a la vista en su apartamento de París, la que yo solía quedarme mirando de niño”.
La primera persona y los trasiegos que debe ir sorteando para coser la historia de unos y de otros con la Historia es, en el caso de Sands, de una pulcritud pericial tan demoledora que hace desaparecer el color de la narración. Al abogado le sobran pruebas y le falta un corazón. La reconstrucción es tan precisa, la indagación tan exhaustiva, que uno echa en falta una novela… a pesar del esfuerzo de editorial por vestirla como tal.