En el carné de Silvia Cruz Lapeña dice: Barcelona. Nació en la capital de Cataluña hace 39 años. Su padre, no. Ella tuvo estudios superiores, su padre trabajó en la obra. Es catalana de raza charnega y periodista sin rehenes. Un ser exótico en la Barcelona del ADN impoluto, que pasa por ser una Beyoncé con faralaes sin respeto por las fronteras políticas. Desde Barcelona al más allá: Córdoba, Ámsterdam, Jerez de la Frontera, Sevilla y Las minas de la Unión. Siempre dando el cante, con el flamenco a cuenta.
Crónica jonda (Libros del KO) es un conjunto de reportajes urdidos en la vida de la autora, un tratado deontológico del periodismo fuera de control. Periodismo libre, periodismo libro. Silvia cuestiona todas las purezas: las de clase, las identitarias y las culturales. Es un libro escrito para resistir a los hechos consumados que determinan cómo debe ser el flamenco, el catalán y el periodista. Arranca el conjunto de más de cuarenta reportajes con la muerte de Paco de Lucía, pero las muertes que arropan la experiencia son las de sus abuelas, Concha y Consuelo.
Tres en uno
Barcelona: en el libro es el lugar al que volver, un refugio “donde todo es posible”, porque es “promesa constante”. Sin embargo, el viaje se estropea con la realidad. “Barcelona siempre me ha permitido mirar con distancia. Pero conforme iba acabando el libro, el ambiente se iba enrareciendo. Hasta el punto en que Barcelona se ha convertido en todo lo contrario”, explica a este periódico.
¿Y el flamenco? “Quien dice que el flamenco es cosa de viejos y antiguos no lo ha entendido: es un arte eternamente adolescente, siempre en fase de crecimiento y en constante enfrentamiento con sus padres, muy severos”, escribe. El flamenco no es identidad secuestrada. El flamenco no es españolada. “Ahora es señalado en Cataluña como algo propio del franquismo. Hoy hay gente que está interesada en perpetuar esa imagen irreal. Se han querido vincular con la españolidad para rechazarlo”, dice. Por eso recela del movimiento independentista, porque “nos han hecho provincianos y catetos”. “El flamenco es señalada como cateto y yo me siento así en Barcelona, pero no en el flamenco”, añade.
¿Y el periodismo? “Otros piensan que los periodistas se meten en esto para hacer amigos. No es mi caso. Soy periodista, lugar desde el que traduzco urgencias. No soy corporativista y creo en la utilidad del fuego amigo, no para matar ni con el objetivo de hacer daño. A veces apunto para abajo, porque no creo que nadie sea bueno del todo, pero no disparo”. Este es el retrato de una periodista libre, que escapa a la ambigüedad y a la entrega sin contrastar. “Creerse ciegamente lo que alguien cuenta y elogiar sin matizar con locura son cosas que sólo se hacen por amor, Y yo no escribo por eso”.
Identidad fragmentaria
Crónica jonda es el relato fragmentario de una identidad transnacional cosida por una multiplicidad de rostros, incapaz de representar a nadie. El flamenco no entiende de razas ni de orígenes. En el libro también se aclara que se hace en Extremadura, en Holanda, Japón y Austria. “Por suerte, no fragua una identidad pura. Es una expresión libre de un pueblo libre. Además, los flamencos son profundamente individualistas”, remata. Lo dice quien encarga el hilo invisible que mantiene unido el sur con Cataluña.
Silvia aprendió todo lo que sabe de los márgenes ayudando a su madre en la carnicería que montó en Baena. De ella sabe que la pureza no destila bien. Que los carnés no sirven para nada más que para hartarse de los carnés. Así se despide: “Vivo en un lugar que no reconozco. Pienso si escribir y contarlo o callar y metabolizarlo. Mientras, he dejado de desayunar. Miro el café, el jamón y me detengo en el pan: hace ya tiempo que no le pongo tomate”.