Diario de un maestro que enseñó a morir a 200 niños en Treblinka
En 1956 se publicaron por primera vez los diarios de Janusz Korczak, asesinado en el campo de exterminio junto con los infantes del orfanato que dirigía en Varsovia. Ahora se traducen al castellano.
28 febrero, 2018 16:30¿Te sacrificarías por otros o sacrificarías a los otros para salvar tu vida? No hay más preguntas. A esto nos referimos cuando hablamos de “ejemplaridad”. En tiempos de paz, ser ejemplar es no robar. En tiempos de guerra es no matarás. Y en el intermedio, el diario de Janusz Korczak (1878-1942), un libro en el que mirarse para preguntarse qué clase de ser humano quieres ser.
Korczak. Escritor, médico, educador, activista social y director durante treinta años de la Casa de Huérfanos de Varsovia, donde cuidaba, atendía, daba de comer y una cama a niños judíos en pleno gueto hasta que los nazis, en agosto de 1942, desalojaron del asilo a los 200 críos, los metieron en un tren y los mandaron a Treblinka. Todos fueron asesinados y Korczak a la cabeza.
“Los huérfanos se dispusieron en filas de cuatro, se cogieron de las manitas y se pusieron en marcha con sus cuidadores. A la cabeza iba Korczak, con el chico que iba agarrado a su sucio osito de peluche, con el que ahora se tapaba media cara, y la niña, que seguía hablando con su muñeca y de vez en cuando le daba un besito”. Así lo imaginó el escritor alemán David Safier hace cuatro años, en la novela 28 días (Seix Barral).
Proteger la infancia
A pesar de que los nazis le ofrecieron inmunidad por tratarse de quien era, para evitar la repercusión internacional que tendría su asesinato, Korczak no abandonó a sus infantes y murieron junto a las otras 265.000 personas del gueto de Varsovia que fueron liquidadas allí, donde se mataron a 780.000. Por todo ello es uno de los grandes héroes anónimos de la Historia, por su defensa de la infancia ante los mayores peligros y la muerte.
Tres meses antes de ser exterminados empezó a redactar el Diario del gueto (que ahora publica Seix Barral). Encerró en él toda su vida, desde la infancia hasta la Casa de Huérfanos. La lucha por el aceite de hígado de bacalao, sus rondas pidiendo dinero y pan para mantener el orfanato, sus cuatro guerras, sus tres revoluciones, sus pensamientos sobre el suicidio. Le teme a la vejez, a la enfermedad, a la soledad y se pregunta: “¿Cuántas cosas has defendido? ¿Por cuántas has luchado?”.
Escribir por honestidad
Estaba esmirriado, tenía las mejillas cubiertas de manchas rojizas, sus ojos llameaban, hablaba en voz baja, respiraba con dificultad, su corazón se había debilitado y las piernas y los pies estaban tan hinchados que tenía que acostarse algunas horas al día. Y escribe. Korczak escribe por lo general al amanecer, a las seis y media, o a medianoche. Siempre busca el silencio, está en la misma sala en la que duermen los niños. Usa lápiz o pluma estilográfica. Por la noche lo hace a la luz de una lámpara de carburo que termina agotándose. Y si no, la jornada acaba con el final de la tinta. Siempre en la cama.
“La honestidad no razona. La verdadera honestidad lo sabe muy bien: esto es mío y lo otro no. No toco lo que no es mío. Entrego lo que es de otro. No me corresponde a mí. Le corresponde a él. La honestidad no razona”, escribe en febrero de 1942. Ese día un niño puso una rebanada de pan con mermelada sobre la almohada de un niño muerto. “Ésta es su ración. Vivo o muerto, tiene derecho a recibir su pan con mermelada”.
En marzo de 1942 describe un ambiente de desmoralización total. Encuentra apatía e indolencia, encuentra epidemia, tasa de mortalidad entre los más pequeños, algunas estufas sólo han funcionado entre cinco y diez días durante el invierno entero. Los niños permanecen de tres en tres o de cuatro en cuatro en la cama, las veinticuatro horas del día, tapados con tres colchas, dándose calor. Se mueren de hambre.
Matar de frío
En la tercera mudanza que han realizado han llegado al edificio de tres plantas de la Mutua de Trabajadores del Comercio y de la Industria. En la primera planta, la gran sala, fue dividida con armarios y biombos y así se transformó en comedor, taller de costura, sala de juegos y habitación. A la noche se convertía en gran dormitorio, donde descansaban los niños y el personal. No había espacios ni comodidades.
“Lo realmente fatal es el debilitamiento del instinto de supervivencia entre la mayoría de los niños. No reaccionan al frío ni al hambre: niños enfurruñados que se sientan en camisón y descalzos en una habitación sin calefacción”. Los niños renuncian a comer. “Para matar de hambre a un niño hacen falta al menos unos cuantos días; para matarlo de frío, bastan unas horas”, escribe.
En otra entrada se pregunta por la libertad. Si existe. “¿Y si me resulta más cómodo tener a alguien que me diga lo que tengo que hacer, porque así no debo pensar, porque a menudo yo mismo no sé si quiero o no quiero, qué es lo que quiero exactamente, ni qué es lo que debo hacer aquí y ahora? Quiero ser esclavo de un amo que me tenga cariño”. Él prefiere ser el dueño de su destino, imponerse sus propios castigos, llenarse de gratitud y alegría. Prefiere ser encarcelado por negarse a llevar el brazalete que distingue a los judíos que a llevarlo.
Niños hacia la muerte
“Los niños son personas cuyas almas contienen la semilla de todas las ideas y emociones que poseemos. Hay que orientar con delicadeza el crecimiento de esas semillas”, dejó escrito en uno de sus múltiples artículos. Pero ya lo había desvelado en El rey Matías I (publicado por Nube de tinta), una fábula moral sobre la estupidez humana y su incapacidad para dejar de serlo. Korczak a escribió y la publicó en 1922.
El ocho de junio de 1942 tiene lugar la ceremonia de consagración de la bandera verde de la Casa de los Huérfanos. Los niños juran “cultivar el amor por los seres humanos, por la justicia, la verdad y el trabajo”. Un mes más tarde representan el drama de Rabindranath Tagore El cartero del rey, prohibido por la censura nazi. Representa a un niño enfermo, encerrado en su habitación, que muere soñando que corre por el campo. Korczak es interrogado por la elección de esta pieza y responde que es necesario aprender a aceptar la muerte con serenidad.
En una de sus últimas citas, cuando se pregunta por la felicidad y por qué uno no sabe muy bien lo que quiere, escribe: “El estómago tiene hambre si no le damos alimento cuando está vacío, sin comida. El corazón tiene hambre, está triste y lleno de añoranza cuando le falta amor”. La tarea del corazón es esa.