2018 puja fuerte para ser el año del meme para la Casa Real: en enero lanzaron el vídeo doméstico donde tomaban sopa para celebrar los 50 años de Felipe VI -con la consecuente guasa del pueblo-, y ahora, recién entrado abril, revienta en redes sociales lo que parece una reyerta entre Sofía y Letizia. El plebeyo españolito guarda carros y carretas de humor, infinitos recursos para la chanza, y echa Twitter abajo a golpe de broma monárquica -entre la desmitificación, la simpatía y la revancha- con el pertinente cuidado de no acabar en los tribunales. Es precisamente esta distensión, este acercamiento relativo del civil a los dramas del primer mundo de la Corona, lo que se desvanece en el ciudadano cuando cae en sus manos Atado y bien atado (Akal), la novela gráfica de Rubén Uceda que recorre la Transición española ignorando el relato oficial y alimentándose de los no escuchados, de los que no fueron invitados a la fiesta de la democracia.
Ahí, sólo en las primeras viñetas, aparece Juan Carlos, aún príncipe, en conversaciones con Franco y con el falangista Antonio Girón de Velasco; el Borbón jurándole al dictador el respeto y la continuidad a sus principios; el atentado de Carrero Blanco; la revolución de los claveles y hasta un minúsculo Felipe yendo a visitar al tirano al Pazo de Meirás como quien va a cuidar a su “abuelito”, todo por estrategia de su padre. Ternura, regalos y guiños para asegurar la sucesión. Por recordatorios como éste, por esta suerte de árbol genealógico de un país, el lector devuelve una mirada amarga al presente. De aquí venimos. Así se gestó nuestra monarquía parlamentaria. Quizá no sea tan hilarante, a pesar del opio del meme.
El dibujante bautiza el libro -un cuento espídico y real desde 1969 a 1981- como Atado y bien atado por aquel 30 de diciembre en el que Franco se dirigió a los españoles desde El Pardo en su tradicional mensaje de fin de año, mientras que el director general de Radio y Televisión, Adolfo Suárez, supervisaba personalmente dicha transmisión: “Respecto a la sucesión de la Jefatura del Estado, sobre la que tantas maliciosas especulaciones hicieron quienes dudaron de la continuidad de nuestro Movimiento, todo ha quedado atado y bien atado, con mi propuesta y la aprobación por las Cortes de la designación como sucesor a título de Rey del Príncipe Don Juan Carlos de Borbón. Dentro y fuera de España se ha reconocido, tanto con los aplausos como con los silencios, la prudencia de esta decisión trascendental”.
Un día de 1975 -como ya nadie puede olvidar-, Arias Navarro, “el carnicerito de Málaga, responsable de ejecuciones masivas y fosas comunes, despide a Franco en televisión”, marca el autor. Uceda abandona ahí el contexto histórico para centrarse en las historias pequeñas, en la vida atravesada de “los verdaderos protagonistas de la democracia”: los obreros, las mujeres, los vecinos de los barrios, los militantes revolucionarios, los campesinos, los quinquis, los presos comunes y los torturados por sus ideas. Ellos le interesan mucho más que el dictador o el rey, que los patronos, los militares o espías.
“Estas son las historias ocultadas, olvidadas o manipuladas, las que no sirven para construir relatos oficiales, las que empujan la historia para lados contrarios, las que ensucian el fino mantel de hilo que cubre la mesa de quienes pretenden tenerlo todo atado y bien atado. Historias que, en definitiva, componen una memoria colectiva de todos aquellos y aquellas que siguen anhelando desatarse”, esboza el autor. Por eso lo primero que hace tras la muerte del dictador es retratar una conversación de a pie de calle. Una señora camina apenada, llorando por las esquinas: “¡Ay, qué desgracia, se ha muerto Franco, qué pena más grande!”. Entonces sucede algo inaudito. Otra mujer le responde: “Pues mire, señora, la pena no es que se haya muerto Franco… ¡la pena es que no se hubiera muerto hace 40 años!”.
“Lo digo porque a causa de Franco y su régimen, mi madre estuvo siete años en la cárcel. Mi padre, dos y medio. Mi hermana, año y medio, y uno de mis hermanos, cinco años. ¡Al otro le fusilaron! Y por si faltaba algo, mi marido casi 18 años en la cárcel. Así que dígame usted si no es para desear que se hubiera muerto antes”, explicó la señora. La era del silencio empezaba a agrietarse.
Sindicatos, piqueteras y represiones
Otro capítulo lo dedica Uceda a las “piqueteras”, ya en el 76: “Aquí en Vitoria, al principio de las huelgas, las mujeres hacíamos asambleas para seguir y apoyar las acciones de los obreros, que son hermanos nuestros, maridos o hijos”, relata una de ellas. “Pero enseguida empezamos a caminar por nosotras mismas, a tener iniciativas propias… y con el apoyo de otras compañeras hemos ido abarcando los problemas en los barrios, en las viviendas, en las guarderías y colegios. Con la Sanidad, la Seguridad Social… vamos, todo lo que podemos tocar hoy en día. Y ahora estamos haciendo marchas con las bolsas de la compra vacías, ¡llenamos todas las calles con nuestra protesta…! Además, en las marchas recogemos dinero para el mantenimiento de la huelga y hacemos sensible a la gente ante las empresas”.
Intentaban, decían, que se tomara conciencia tras los esquiroles. Se enfrentaban a la policía para demostrar su fortaleza. Contaban que “lo importante es aguantar en el lugar a toda costa, no retroceder nunca”. El cómic refleja las canciones de la época -“a la huelga diez, a la huelga cien, a la huelga mil… yo por ellos, madre, y ellos por mí”- y cómo fueron cayendo una a una las huelgas en las grandes empresas mientras el gobierno presionaba militarizando Correos, Renfe y el Metro. “Despidos, sanciones, detenciones y amenazas hacen el resto del trabajo”, cuenta Uceda.
También traza cómo en Vitoria Gasteiz el movimiento de las asambleas de huelguistas alcanzó ese punto “más allá del cual todo es revolución”: “Resulta demasiado ejemplar para la clase obrera, sobre todo lo que pueden llegar a hacer los trabajadores de manera autónoma”, sostiene el autor. El 3 de marzo, la huelga se hace general en toda la ciudad y la policía ataca con armas. Ellos construyen barricadas. Unas cinco mil personas se reúnen en la Iglesia de San Francisco, unas quince mil aguardan fuera. “Aquí ha habido una masacre”, dice un agente, después de la batalla campal. “Hemos demostrado que nosotros tenemos la fuerza… y sin duelo de ninguna clase, eh”. Cuenta el autor que hubo cinco muertos (Pedro María Martínez, Romualdo Barroso, José Castillo, Francisco Aznar y Bienvenido Pereda), así como más de cien heridos de bala.
La ciudad, indignada, se alza en motín, “pero para que el motín llegue a transformarse en insurrección, todo el país ha de saber lo ocurrido y rebelarse: consciente de ello, el gobierno lo evita dejando aislada la ciudad, cortando todas sus vías de comunicación con el exterior. La pólvora ha hablado para hacer callar las asambleas… y ahogar en sangre su lucha”.
Música (y derrota del comunismo)
Otro de los temas que aborda es “el primer festival” en la Autónoma de Madrid, en Cantoblanco: allí Enrique Morente, Luis Pastor, Julia León, Víctor Manuel y José A. Labordeta, entre otros. Recuerda cómo un grupo de estudiantes se tumbaron en la tierra formando con sus cuerpos la palabra “libertad”. Se sacan las banderas, se grita “amnistía y democracia”, se dice que “el pueblo unido jamás será vencido”… hasta que un joven sube al escenario y cuenta que ese mismo día, en la tradicional reunión de carlistas en Montejurra, un fascista había matado a un joven de 20 años. “La alegría enmudece”.
Más tarde, el sangriento atentado contra la revista “satírica y neurasténica” El Papus; el de los abogados de Atocha, la legalización de la CNT y sus diferencias internas, las comunas y su alternativa “al modelo reaccionario de familia”, el asesinato de Agustín Rueda Sierra a manos de la policía, Carrillo asiendo la bandera de España pero expulsando del PCE a un militante porque su hija había salido en Interviú… y así, una a una, todas las vergüenzas de una Transición que aún nos edifica, todos los hechos -ilustrados- que no hablan de gloria, sino de represión e hipocresía. Todo aquello que, a ojos de Rubén Uceda, hace que España, en 2018… siga atada y bien atada.