Arturo Pérez-Reverte ha venido a la Casa de América a hablar de su libro, como diría su viejo enemigo íntimo Francisco Umbral. La realidad le carga los dídimos y prefiere abstenerse de opinar de actualidad, al menos tan temprano: no es siquiera necesario, porque entre los currículums del PP y las reyertas reales, si España no arde, bien que escupe fuego. El novelista con retentiva de la guerra se refugia de la voracidad de las masas digitales en Los perros duros no bailan (Alfaguara), una obra policial protagonizada y narrada en primera persona por un can, Negro, que durante años triunfó en las peleas clandestinas y que consiguió sobrevivir y encontrar una nueva vida como perro guardián. Es un héroe cansado y herido de memoria que coincide -en el sentir agrietado- con los humanos que alumbra Reverte en su rosario de libros, de Lucas Corso a Diego Alatriste.
“Me interesan los personajes que tienen una historia detrás. Me interesa lo que pasa cuando la vida te deja marcas en el cuerpo y en la memoria. ¿Cómo se avanza con ese lastre, con esa mirada enturbiada por el mundo y el ser humano?”, reflexiona el autor. Cita El coloquio de los perros, de Cervantes, y la forma de entender el mundo animal de Rudyard Kipling en El libro de la selva: los tenía presentes mientras escribía.
Hemos convencido a las generaciones jóvenes de que tienen derecho a todo, de que todo les es concedido por defecto, ¡que es gratis…! Pero todo lo que está ahí ha costado mucho sudor, sangre y sacrificio
“Desde que tuve fuerzas para roer un hueso, tuve deseo de hablar para decir cosas que depositaba en la memoria”, decía el padre de El Quijote. Y, como él, Pérez-Reverte entierra ideas a través de los años y acude a por ellas cuando la esperanza flaquea. Ahí la importancia que le da a dos valores que, según el autor, sobreviven en los perros: “lealtad” y “dignidad”. En peligro de extinción. Ojo: o la reivindicación de la pelea, de la violencia: “No hay libertad que se gane sin lucha, eso está clarísimo, y está claro en la novela. Hemos convencido a las generaciones jóvenes de que tienen derecho a todo, de que todo les es concedido por defecto, ¡que es gratis…! Pero todo lo que está ahí ha costado mucho sudor, sangre y sacrificio”, sostiene. “A veces les decimos a los niños ‘no, la pelea no, es mala’, pero la violencia es fundamental para que tengamos libertad. Es buenísimo vivir en paz… pero no olvidemos que a veces hay que luchar”.
El perro contra la corrección política
El perro se dibuja como una suerte de humano libre, anarca, que paladea la vida sin reglas, exento de las tiranías de la convención y de la corrección política; o quizá, como diría Cristina Peri Rossi, sólo es un hombre que se reencuentra con el “animal oscuro” que habita en él, “disimulado entre los afeites de la cultura y la urbanidad”. El tuso arrastra mundo y se codea con compadres de todo pelaje en una suerte de Casa Lucio, en la novela “Abrevadero de Margot”, donde se ponen finos a agua anisada: allí campa el aristócrata, el chulo, el policía, el podenco culto y filósofo, la feminista, la prostituta y el homosexual, toda una paleta de caracteres echados a conversar. Una noche, dos de ellos -Teo y Boris- desaparecen, y Negro empieza a sospechar que han sido secuestrados y reclutados como carne de cañón para peleas ilegales de perros.
Los perros son machistas. Y a un perro no le preocupa lo que diga Twitter al día siguiente. Eso me ha ayudado a la hora de describir situaciones o relaciones sexuales entre perros y perras
Pérez-Reverte se ha desarrollado a sus anchas en estas páginas porque “los perros no son políticamente correctos”: “Los perros son machistas. Y a un perro no le preocupa lo que diga Twitter al día siguiente. Eso me ha ayudado a la hora de describir situaciones o relaciones sexuales entre perros y perras… si esto mismo lo cuento entre seres humanos, se me echan encima todos los colectivos habidos y por haber. Si hago con una mujer lo que un perro le hace a una perra, me meten en la cárcel. Yo estoy a favor de que el machismo sea acorralado, pero escribo esto para recordar al lector que no todo el mundo es así, como en Occidente… no todo el mundo acepta nuestras reglas. Nada está garantizado”.
Pone el ejemplo de Yugoslavia, “que era un país donde la mujer estaba plenamente integrada en la sociedad, en la política y en el trabajo”: “Era un régimen socialista donde la mujer alcanzaba escalafones altísimos en la vida social, pero a los pocos meses estaban los burdeles, y las violaban hasta que se quedaban preñadas, y entonces las mataban. ¡Todo esto después de haber conseguido tanto “empoderamiento”, como dicen ahora, tanta liberación…!”, resopla. “Siempre se puede volver atrás”, expresa, por eso debemos estar alerta.
El gran cáncer: la autocensura
Para aliviar las tensiones de los rifirrafes del debate de género entre humanos, ha abrazado el mundo del can y sus juegos, salpicando el texto de guiños y bromas. “Un perro puede permitírselo todo. Hay una escena en el libro donde el perro le pregunta a la perra ‘¿estás fértil?’, y ella le dice algo como ‘estoy esterilizada, imbécil’. Hay mucho humor”, subraya, consciente de que los lectores digitales se la cogen hoy con papel de fumar.
“Se ha vuelto muy difícil escribir en los últimos tiempos. Lo sé por mí y por amigos como Soto Ivars, Gistau, Jabois… hay que tener un cuidado tremendo. Dices ‘fulano era tonto’, y se ofenden todos los tontos. Estamos cortando la lengua a gente necesaria a la hora de hablar. Algunos de nosotros, como Javier Marías o yo, ya somos mayores, ya tenemos lectores, nos conocen… y un tuit no nos va a perjudicar, pero hay gente joven y brillantísima que ya no se atreve a decir lo que quiere decir, porque con 30 años te pueden hundir o anular como periodista y escritor”.
El día que se callen los columnistas por si se le echan encima un colectivo habremos fracasado. Peor que la crisis económica es la autocensura por miedo a la reacción de las redes sociales
Para conquistar esa seguridad a la hora de escribir, pide a los medios que se muestren fuertes “para defender a sus periodistas”: “Está en peligro la prensa libre. Necesitamos a periodistas de izquierdas y derechas, de arriba y de abajo… hace falta todo para que el destinatario pueda elegir, contrastar, sobreponer, deducir y sacar sus propias conclusiones. El día que se callen los columnistas por si se le echan encima un colectivo habremos fracasado. Peor que la crisis económica es la autocensura por miedo a la reacción de las redes sociales”.
Ha aprovechado también para manifestar que “la legislación en España sobre animales es una vergüenza y deja indefensa a la autoridad”: “Ni el juez puede hacer nada con leyes como éstas. Mientras no cambien, se seguirá haciendo el mal contra los animales. El abandono de perros o animales, el maltrato, la tortura… no están castigados. Sale gratis y una cantidad de hijos de la gran puta se benefician. Eso es responsabilidad de legisladores y políticos”.